Las mujeres de Shakespeare
José Antonio Luengo
Las mujeres de Shakespeare (*). Él las amó. Y dio relevancia y
significación a su manera de estar en el mundo, a su forma de ver la vida, a su
inteligencia, a su fuerza, valor, persistencia y capacidad. Soy un aficionado
modesto a la obra de Shakespeare. Lo paso bien, disfruto leyendo una y otra vez
sus siempre inteligentes obras. No para de hablar, mima el diálogo, lo
extiende, le da recorrido, casi te acaricia. Y se acerca, vaya si lo hace, a
todas y cada una de las miserias, virtudes, valores y contravalores del ser
humano. Hoy, ahora, en pleno Siglo XXI, seremos capaces de encontrarnos en
alguna de sus obras. Hablo de nuestras miserias, virtudes, valores y
contravalores. Nuestra moral y su contrario, nuestra capacidad de sentir y
aquello que pugna por hacernos, inexcusablemente, paredes, muros, en los que
chocan los sentimientos. Como las pelotas en un frontón. Sin integrar, sin
integrase, sin sentir. Sin darse cuenta, apenas, de lo que les pasa a los
demás.
Hace poco leí un libro.
La invención de lo humano, de Harold Bloom. Es un libro excitante. Te descubre
un Shakespeare fresco, renovado, a veces no imaginado. Entre otras cosas, habla
de sus mujeres. De las mujeres de sus
obras. Y les da valor. Ensalza el valor que el autor concedía a sus almas, a
sus cuerpos, a sus mentes, a sus corazones. Como no llego a la altura de la
capa más cercana al suelo de un zapato en capacidad para analizar obras y
literatura, no voy a dedicar un segundo más a desvelar mi opinión terrenal y
llana sobre el texto citado. La obra teatral, Las mujeres de Shakespeare, está inspirada en este ensayo La invención de lo humano, en el que el crítico Harold Bloom reflexiona sobre el universo femenino de Shakespeare, `El Brujo´ rinde homenaje a la conciencia femenina que tan bien supo explorar y expresar el autor inglés “a sabiendas de su mayor sabiduría, perspicacia y sentido de la realidad, frente al instinto elemental y simplón del macho narcisista.” Para ello, reúne a Rosalinda (Como gustéis), Catalina (La fierecilla domada), Beatriz (Mucho ruido y pocas nueces) y Julieta (Romeo y Julieta), sus personajes más “cómicos”, ya que, dentro del mundo patriarcal de dominación masculina, eran mujeres “más libres y con mayor ingenio”.
Las mujeres de Shakespeare. Fantástica obra. El Brujo. Un genio. Un mago, un brujo. Del lenguaje, de la palabra, de las imágenes. De las ideas y pensamiento. Y de la emociones. Disfruté sentado esas dos horas. Como hacía mucho que no lo hacía.
Un buen pretexto para hablar de la mujer. Sencillamente, de ella, de ellas.
Las mujeres de Shakespeare. Fantástica obra. El Brujo. Un genio. Un mago, un brujo. Del lenguaje, de la palabra, de las imágenes. De las ideas y pensamiento. Y de la emociones. Disfruté sentado esas dos horas. Como hacía mucho que no lo hacía.
Un buen pretexto para hablar de la mujer. Sencillamente, de ella, de ellas.
Hace nada, este pasado verano, la mujer, las mujeres, fueron ensalzadas en
nuestro país, elevadas al Olimpo (nunca mejor dicho) por razón de
su éxitos deportivos en las olimpiadas de Londres, magníficas por cierto. Los periódicos, sus portadas se hicieron eco de sus
hazañas. Guerreras. Lo más. No me
parece mal. Objetivamente es imposible hacer otra interpretación. Pero no sé si
fuimos suficientemente lejos en la valoración de lo que lograron, de lo
logrado, e, incluso, de lo no conseguido. No sé si llegamos a rascar el
verdadero valor de lo logrado. Y no solo en el ámbito de lo deportivo.
Seguramente, muchos los habrán hecho. Porque se ha escrito mucho al respecto y
quien suscribe ha leído lo que ha caído en sus manos. Es decir, una pequeña
cantidad de las mil y una ideas que han podido verterse sobre el asunto.
Me parece que, una vez más, la mujer, las mujeres, nos dieron una lección. De coraje, pero también de inteligencia. De valor, pero
también de sensibilidad. De esfuerzo, capacidad, esfuerzo, criterio, sencillez.
Pero lo mejor de todo, lo mejor, es que no quisieron darnos lección alguna.
Simplemente fueron como son, como son ordinariamente. Inteligentes, vivas,
sensibles, complejas (sí, ¿y qué?), luchadoras, brillantes. Y humildes.
Arriesgadas y discretas.
Este es el perfil de la mujer. A ver si nos enteramos todos
de una vez. Espero que no nos quedemos con la lección de que consiguieron, esa vez, más medallas que los
hombres. Espero. Porque lo vivido no es sino lo que, de manera ordinaria, todos
podemos conocer y experimentar. Cada día. Brindo por ellas. Pero no solo por las medallas. Aunque
también. Por su mirada. Por su corazón. Por su alma. Por su inteligencia. Por su valor. Por su emoción.
Hoy es día 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. ¿Es hoy su día? No. Su día es cada día, todos los días. Todos los días merecen nuestra admiración. Por su trabajo, por su inteligencia. Por sus emociones, su manera de ver la vida, su disposición, su belleza. Su día es siempre. Ese es el secreto. Quererlas y respetarlas en cada momento. Tal vez, sí, haya que decir esto especialmente un día. Pero hacerlo, siempre, en cada momento.
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Hoy es día 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. ¿Es hoy su día? No. Su día es cada día, todos los días. Todos los días merecen nuestra admiración. Por su trabajo, por su inteligencia. Por sus emociones, su manera de ver la vida, su disposición, su belleza. Su día es siempre. Ese es el secreto. Quererlas y respetarlas en cada momento. Tal vez, sí, haya que decir esto especialmente un día. Pero hacerlo, siempre, en cada momento.
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(*) El Brujo dijo: “De Shakespeare se ha dicho todo. Pero como ya se sabe, Shakespeare se sale. Reserva siempre algún descubrimiento nuevo para el oído atento y curioso de sutilezas. En la exploración del sentido y el juego de su sonido, esta es mi primera comunión. He seguido el rastro de un pontífice de la "bardolatría", tal vez uno de los pocos vivos todavía hoy. Un sabio que dedico su vida al estudio de la obra de Shakespeare; el crítico norteamericano Harold Bloom, autor de un libro imprescindible sobre el universo Shakespeare: "La invención de lo humano".
Yo quería hacer un espectáculo diferente, pero estando de vacaciones en el Caribe me salieron al paso las mujeres de Shakespeare. Me prendé de Rosalinda (Como gustéis) de su ingenio triunfante, de su luz y de sus respuestas. De Catalina (La fiera domada), de Beatriz (Mucho ruido y pocas nueces") y de Julieta, tan sublime que te hace sentir culpable de albergar cualquier sentimiento de ironía (por la edad, se entiende) o de escepticismo frente a la inocente plenitud absoluta del amor romántico. En fin, las amo. Y pienso que no es difícil amarlas si se las conoce.
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