29 de septiembre de 2012

¿Existe el amor? Ocho razones para pensar en él seriamente


¿Existe el amor? Ocho razones para pensar en él seriamente
José Antonio Luengo

26 palabras, sus primeras palabras. Surgió de repente… nadie sabe de dónde, intuitiva, grácil, sencilla; y pertinaz, notable, sensible, risueña. Divertida, no. Más. Pero, ¿vino?, ¿vino de verdad? ¿O era un sueño?¿O, ya viniendo, se iba? Venía, se iba, columpiaba sus palabras, las mecía. Y me mecía. Aturdido. Me escapo, me escapo. No sigo. Quiero seguir, irme, pero no, mejor me quedo. Sus palabras… Iban, se encontraban, estables, agradecidas, sutiles, casi. Poco sutiles. A veces. Se encontraba, me encontraba, y, al final, me iba, siempre me iba. Sus palabras, encadenadas. A un sol, a una luna, a un mar invencible, endiablado, candoroso, triste en ocasiones. Locuaz siempre, valiente, atrevido, imperecedero. Insondable. Viva como un hada, a saber, imposible. Fugaz, casi etérea. Su mirada aparece, un día. Y Fulmina. Fulmina todo. Desde el fuego incombustible. La idea fugitiva. Me voy, me quedo, no duermo. No duermo, no puedo dormir. Casi caigo. Rendido. Levanto el torso, oteo, busco. Más allá busco. Y encuentro. Su mirada, en mi corazón, su espíritu, conmigo. Las ideas, comunes. Pero huyo, huyo; adiós, me digo, adiós le digo. Pero miento. Nunca hay un adiós. Pero marcho, en paralelo, cerca, ya duermo. Ya duermo. Y miro, Y llamo, la llamo. Sonrío. Su mano se acerca. El corazón explota. 26 veces explota. 26 veces brota. De nuevo. Y las palabras, más de 26 ya, brotan como la hierba, indómita, rebelde, fresca, como el aire fresco, como la brisa fresca, como la mañana fresca. Otra vez, y otra. Amar 26 veces. Como 26 palabras que brincan en la mente, dichas, redichas. Dirigidas. Certeras. Como flechas, sin veneno. ¿O es el amor, quizá, veneno?

(Poema anónimo)

El que no ama siempre, tiene razón. Es lo único que tiene (Antonio Gala)
Puede uno amar sin ser feliz; puede uno ser feliz sin amar; pero amar y ser feliz es algo prodigioso (Honoré de Balzac)

Si no recuerdas la más ligera locura en que el amor te hizo caer, no has amado (William Shakespeare)


¿Existe el amor? Pregunta cargada como un gran petardo. Te explota en los dedos. Quien dice dedos, dice rostro. O cuerpo entero. O corazón. Ahí sí. Ahí sí explota bien, cuando explota, porque no siempre lo hace. Hablar de amor es, o puede ser, abrir la caja de Pandora[1].  Pero sobre todo, sentir amor. La caja de pandora. A veces nunca mejor dicho. El poeta suele presentarla, a nuestra bella Pandora, como la primera de entre las mujeres, que, en sí mismas, traen el mal. En su obra Trabajos y días, Hesíodo nos narra que los hombres habían vivido hasta entonces libres de fatigas y enfermedades, pero Pandora abrió un ánfora que contenía todos los males  liberando todas las desgracias humanas. Ay!, Pandora. Independientemente de otras lecturas de la leyenda en cuestión, los hombres, los varones, no perdemos nunca tiempo para culpar de todos los males a las mujeres, y, sobre todo, en materia de enamoramientos y locuras de amor. Pandora, como referente de las fuerzas oscuras, los males que, a partir de un día, ya no dejaron de asolar nuestra siempre complicada vida. Alguno de sus efluvios, a los de la caja me refiero, han sido, desde la noche de los tiempos, los causantes de nuestros devaneos, de nuestros delirios y desconciertos. Cuando de amor se trata, se abren no una, mil cajas, mil y una tal vez. E inundan la vida, la vapulean, no siempre con dolor, muchas veces con placer, muchas, muchas. Pero la trampa está echada. Ojo con la trampa, con la celada, con el enredo. 
Pero, eso sí, si podemos echar la culpa de algo a alguien. Eso , a las mujeres, a las mujeres encarnadas en Pandora, con su caja-ánfora apoyada en sus generosas crestas ilíacas, mirándonos descarada, o no, a veces, tímida, con cara de no haber nunca roto un plato, indecisa incluso. Pero no nos dejemos engañar. Su mente rezuma premeditación y alevosía. La mujer, responsable de todos nuestros males en cuestión de amoríos. Lo peor es que los hombres nos creemos esta imbecilidad.  O, cuando menos, utilizamos este tipo de argumentos estúpidos para dar explicación a cosas que nos ocurren en estos asuntos. Como si solo existiéramos nosotros. Como si las mujeres fueran comparsas necesarias pero infames, indignas… tal vez pueda estar exagerando un poco. Pero no mucho, en realidad. Si rascamos, y no nos quedamos solo con lo que se expresa, bañado esto por una necesidad grande de no liarla.

¿Y qué piensan las mujeres de esto? Nos miran atónitas, y vuelven la cara. Suspiran, seguramente, como diciéndose, como diciéndonos, Madre mía. Yo creo que ellas son las que más saben y mejor ejecutan lo que supone amar, en el sentido amplio del término y en el más concreto del enamoramiento. Pero esto es una opinión. Escuchaba el pasado sábado a El Brujo, en su representación Las mujeres de Shakespeare, citar un diálogo fantástico de la obra Como gustéis (As you like it). Buena parte de la acción se desarrolla en el bosque de Arden, extensa masa vegetal en el condado natal de Shakespeare, Warwickshire, Las primas Celia y Rosalinda, protagonistas junto con otros personajes de la obra, se quieren mucho y la trama las sitúa huídas en el bosque, donde viven escondidas de las intrigas palaciegas de siempre. En una de sus conversaciones, las primas hablan sobre hacer algo para estar entretenidas y hacer algo divertido. Y Celia sugiere la posibilidad de que se enamoren, pero, claro, en broma… Rosalinda, lista como hay pocas, viene a contestarle, más o menos, si nos enamoramos en broma… dónde está lo divertido del amor? ¿Se puede ser más sabio? Difícil. Si nos enamoramos en broma, nunca, nunca nos divertiremos de verdad. Haremos otra cosa, pero… Claro, la diversión lleva aparejada, verdaderamente, las mariposas esas que dicen que revolotean por nuestras inquietas tripas y, cómo no, el estado de enajenación transitoria que nos ocupa y nubla nuestros sentidos hasta el punto de adorarlo todo, incluso cosas que unos meses o tiempo después, nos producirá picor. El amor no es divertido si es una broma. Y, claro, también, no siempre es divertido. El mal de amores sabe mucho de eso[2]
A lo largo de nuestra historia, el papel de las mujeres en torno a las experiencias amorosas ha sido representado con maldad y profundo desconocimiento en el imaginario colectivo, y, muchas veces, por quienes han dibujado personajes, más o menos conocidos, utilizados como ejemplos de estar o hacer las cosas en la vida. Ominosas visiones. Cargadas de tics y estereotipos sexistas. Ellas saben mucho. Y saben bien. Y saben más de lo que, realmente, supone amar. Creo, humildemente. 
Pero, escarbemos un poco. Busquemos en la sabiduría popular. Y en los poetas. Cómo. Cuándo. Qué. Por qué. Para qué. Amar. ¿De eso se trata, no? Al abrigo de ideas, poesías, canciones. Nos inundan, crean criterio, opinión, nos conmueven, alertan, orientan, entristecen, divierten, alegran…

1. Es mejor haber amado y perdido que no haber amado nunca[3]

Es difícil estar en desacuerdo. Absolutamente. No amar es, probablemente, lo peor. No haber amado supone la ruina, el desperdicio. No amar de verdad, es la negación, la nada. Pasar por la vida, sin más, adormecidos, casi alelados. Hay quien cree que ha amado y no. Hay quien cree haber amado por el mero hecho de haber tenido o tener pareja. Pero estamos hablando de otra cosa. De la experiencia de deshacerse, desear, dar, darse… Casi morirse. No amar, de verdad, es, sí, perder. Definitivamente.

2. Prohibido amar, sin amar

Apoyar esta idea… No es sencillo. Tal vez, mejor así, como sigue.
Queda prohibido llorar sin aprender,
levantarte un día sin saber qué hacer,
tener miedo a tus recuerdos.

Queda prohibido no sonreír a los problemas,
no luchar por lo que quieres,
abandonarlo todo por miedo,
no convertir en realidad tus sueños.

Queda prohibido no demostrar tu amor,
hacer que alguien pague tus deudas y el mal humor.

Queda prohibido dejar a tus amigos,
no intentar comprender lo que vivieron juntos,
llamarles sólo cuando los necesitas.

Queda prohibido no ser tú ante la gente,
fingir ante las personas que no te importan,
hacerte el gracioso con tal de que te recuerden,
olvidar a toda la gente que te quiere.
Queda prohibido no hacer las cosas por ti mismo,
tener miedo a la vida y a sus compromisos,
no vivir cada día como si fuera un último suspiro. 
Queda prohibido echar a alguien de menos sin
alegrarte, olvidar sus ojos, su risa,
todo porque sus caminos han dejado de abrazarse,
olvidar su pasado y pagarlo con su presente. 
Queda prohibido no intentar comprender a las personas,
pensar que sus vidas valen más que la tuya,
no saber que cada uno tiene su camino y su dicha. 
Queda prohibido no crear tu historia,
no tener un momento para la gente que te necesita,
no comprender que lo que la vida te da, también te lo quita. 
Queda prohibido no buscar tu felicidad,
no vivir tu vida con una actitud positiva,
no pensar en que podemos ser mejores,
no sentir que sin ti este mundo no sería igual

¡Queda prohibido! (Atribuido a Pablo Neruda)
Prohibido, pues. Hacer como que sí, como que no, jugar, estar, hacer como que, medias tintas, tibieza, Amar es amar. No manchemos las palabras. Es decir, queda prohibido amar, sin amar. Hay cosas que deben prohibirse, ésta es una de ellas.

3. If you can't be with the one you love, love the one you´re with. 
O lo que es lo mismo, si no puedes estar con la persona que amas, ama a quien está contigo. A veces puede funcionar. Pero… No sé. No me parece un buen consejo. Práctico, puede entenderse, pero difícil de llevar a la práctica. ¿Podemos amar cuando no surge el amor? Me parece que no. Podemos hacer otras cosas. Pero, o se ama, o… se hacen otras cosas. El amor no es algo que uno, conscientemente, pueda habilitar, hacer brotar, sentir sin más. Obedece cuestiones viscerales, química, dicen, opciones; se da o no se da. Difícilmente se trabaja. Ternura, cariño, afecto, son posibles. El amor, dicen, gana batallas, o las pierde, no las narra.

4. Amores que matan, nunca mueren.

La canción de Sabina nos conmueve. Se adentra en lo más profundo del amor, y nos da una singular visión de lo que puede suponer y no. Lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes, es que mueras por mí. Morir por alguien, por amor. Metáfora. Metáfora? Sí, metáfora. Mejor así. No se me va a ocurrir analizar lo que dice este maestro, ni loco. Pero sí subrayar la idea, casi una sentencia, un itinerario. Amores que matan nunca mueren. Es una frase que suele provocar asentimiento, afirmación. De su sentido. Aquello que te ha rasgado, te ha molido, desde el deseo y el corazón, nunca se olvida, nunca se retira. No se reabsorbe, ni recicla, ni descompone. Permanece, intenso. A veces latente. Pero vivo, muy vivo. Desconoces incluso su capacidad de presencia, permanencia, su cadencia y ritmo, su aroma persistente. Indeleble.  La intensidad, cuando penetra, invade, anega a veces. Pero, creo, hay que escapar. Esta experiencia anula. Empequeñece. Y es mejor seguir adelante. Con otras cosas en la mirada. Otras opciones, que alivien y dejen respirar.

Yo no quiero un amor civilizado,
con recibos y escena del sofá;
yo no quiero que viajes al pasado
y vuelvas del mercado
con ganas de llorar.

Yo no quiero vecinas con pucheros;
yo no quiero sembrar ni compartir;
yo no quiero catorce de febrero
ni cumpleaños feliz.

Yo no quiero cargar con tus maletas;
yo no quiero cortarme la coleta que elijas mi champú;
yo no quiero mudarme de planeta,
brindar a tu salud.

Yo no quiero domingos por la tarde;
yo no quiero columpio en el jardín;
lo que yo quiero, corazón cobarde,
es que mueras por mí.

Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el amor cuando no muere mata
porque amores que matan nunca mueren.

Yo no quiero juntar para mañana,
no me pidas llegar a fin de mes;
yo no quiero comerme una manzana
dos veces por semana
sin ganas de comer.

Yo no quiero calor de invernadero;
yo no quiero besar tu cicatriz;
yo no quiero París con aguacero
ni Venecia sin ti.

No me esperes a las doce en el juzgado;
no me digas "volvamos a empezar";
yo no quiero ni libre ni ocupado,
ni carne ni pecado,
ni orgullo ni piedad.

Yo no quiero saber por qué lo hiciste;
yo no quiero contigo ni sin ti;
lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes,
es que mueras por mí.

Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el amor cuando no muere mata
porque amores que matan nunca mueren.
(Yo no quiero, de Joaquín Sabina)
http://www.youtube.com/watch?v=jVPrIX1_FUU 

5. Celos, la gran trampa, el gran sufrimiento

No es sencillo pensar en un mundo sin celos. Y, particularmente, en un mundo sin celos en causas y cosas de amor. Pensar, imaginar, dudar, hasta sufrir. Probablemente sea un de las emociones más destructivas, demoledoras y corrosivas que podemos llegar a sentir. Pensar que… Imaginar que… En el fondo, y en la superficie, la inseguridad, la ausencia de poder y coraje personal. Los celos, cuando inundan, abruman, doblan el espinazo, escurecen el espíritu, ofuscan. El desasosiego, la ansiedad por la incertidumbre de perder… lo que “más se ama”. Pero, ¿se ama? La posesión como referencia, como parámetro desde el que medir las distancias, los recorridos, las expectativas, el presente, el futuro. Amar desde la posesión y el miedo.

Pero, ¿es eso verdadero amor? En el fondo, si dejan de quererte, mejor saberlo cuanto antes, ¿no? Es fácil decirlo, sí. La procesión irá siempre por dentro. Y por fuera, como la angustia, el vapuleo a la narcisista percepción de lo mío,  y de nadie más. Y es que no tengo remedio, da igual si te veo tu ausencia me asusta y si estas tengo miedo  que hacer con mi vida si estoy hasta el cuello  quiero dormirme tranquilo...y no morirme de celosEsta canción, de Revolver, nos mete de lleno en esa emoción, en ese sentir, duro, cansado, andar sin rumbo, anclado al miedo, a la inseguridad. En el fondo, el respeto a ti mismo comprometido. Y la dificultad inherente. Imposible vivir, difícil disfrutar. La respiración, la tuya, asociada a tener aquí, contigo, sabiendo qué ves, qué ven. La respiración, la suya, afectada por la certeza de que, casi, no puedes ser tú. Has de decir sin que tengas por qué hacerlo, mentir, casi, casi, sin necesidad. La obsesión, mayor o menor, es obsesión, al fin. Y limitación, tuya, y no solo. No solo tuya. Una patología, señalan algunos. Porque patológico es, al fin y al cabo, no creer en uno mismo y, por supuesto, no creer en los demás.

Yo solo quiero un tiempo, un tiempo pequeño
estirarlo como un chicle y convertirlo en eterno,
o mejor coger tu vida y grabarla en mil momentos
y llenarme los bolsillos de tus secretos y tus miedos

Lo cierto es que lo que quiero
es llevarme a todas partes
todo lo que no conozco y que revuela en tus sesos
rebozarme en tus recuerdos, antes de ser parte de ellos
transformarte transparente...
...y no morirme de celos  

No fabricarme fantasmas cuando me brindes silencios
ni convertir en delirios todo aquello que no entiendo,
tal como pasan los años más dudas respiro, no se supone que el tiempo y la molicie es lo mismo

Y es que no tengo remedio, da igual si te veo
tu ausencia me asusta y si estas tengo miedo
que hacer con mi vida si estoy hasta el cuello
quiero dormirme tranquilo...
...y no morirme de celos

  A veces enciendo las luces de noche,
para no verme envuelto en mis propias tinieblas
abro las ventanas respiro aire fresco
para que calme mi ansia...
...y no morirme de celos

(Tiempo Pequeño, de Revolver)
http://www.youtube.com/watch?v=7jLC7F6Yxag 

6. Libre te quiero…

El amor entendido como libertad. Como espacio para dar y recibir, sin pedir nada. Porque se da como si en cada acción te otorgase la luna, sentarte al lado del mar, ver amanecer. El amor enciende, sí, pero respeta. Acaricia, sí, pero no invade. Nutre, claro, pero no esclaviza. No inunda, abre, da opciones, confía, sonríe desde lejos, cree.
En ocasiones el afecto se trasforma en algo más, en un sentimiento de pertenencia que puede entenderse mutuo. O no. De vez en cuando el afecto muta y deviene en sentimiento puro de amor. Secuencia o correlato del flechazo... Discurso del enamoramiento, de mariposas en el estómago. Consecuencia de la química, del sentirse especialmente a gusto, de querer más, cada vez más. De vivir casi instalado en el otro. En el corazón y el alma del otro. Querer a alguien pero para mí. Quererle para disfrutarle. Quererle para tenerle, para estar siempre con él, poseerle, incluso. Es el momento del sentimiento en estado puro, de cierta locura posesiva, inocente o no. Consciente o no. Explícita o no. La pertenencia, la posesión... y la inseguridad. 

¿Querer? ¿Es eso querer? Libre te quiero, como arroyo que brinca de peña en peña..., pero no mía. Grande te quiero como monte preñado de primavera..., pero no mía... Blanca te quiero como flor de azahares sobre la tierra, pero no mía... Pero no mía, ni de Dios ni de nadie, ni tuya si quiera... (dice la canción de Amancio Prada). Amar es un sentimiento profundo y bello, pero solo desde la libertad, desde el respeto, la admiración, la complicidad y la risa; desde la empatía y el llanto compartido. Pero no mía. Pero no mía. Querer sin pedir, la sonrisa, la mirada transparente, la bendición de querer siempre lo mejor para quien se quiere, incluso si dejan de quererte.[4]

Libre te quiero
como arroyo que brinca
de peña en peña,
pero no mío.
Grande te quiero
como monte preñado
de primavera,
pero no mío.

Buena te quiero
como pan que no sabe
su masa buena,
pero no mío.

Alta te quiero
como chopo que al cielo
se despereza,
se despereza,
pero no mío.

Blanca te quiero
como flor de azahares
sobre la tierra,
pero no mío.

Pero no mía
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera. 
(Libre te quiero, de Agustín García Calvo, cantada por Amancio Prada)
http://www.youtube.com/watch?v=EN67WXyPSDs

7. El amor muda, se modifica, pero persiste, puede persistir

Reducir el amor al mero hecho de enamorarse representa una simplificación propia de argumento de telenovela. El amor como proceso, como ser vivo que crece y se desarrolla y, a veces, nunca, nunca, muere. Existe, vive. El amor que ama a través del tiempo, por encima de los cambios, cuando el príncipe que hemos sido, destiñe, incluso. El amor en la mirada, permanente, en la sonrisa, estable, en la caricia y cuidados, cada instante. El amor en la memoria, en el pensamiento, en el gesto, en la noche y en el día. Abierto, cercano. A través del tiempo, a pesar de él. El abrazo justo, la ternura justa, sentirse al lado, a su lado, cerca o lejos, siempre a su lado. En silencio, sin silencios. Hasta que el tiempo diga… se acabó. Pasión y deseo, sexualidad, intensidad. En ocasiones, no pocas, el amor hasta las vence. Su inestabilidad, su provisionalidad. El amor, ya se ha dicho, gana batallas, o las pierde. No las cuenta o narra, ni explica, está en ellas, alimenta sus fuegos, sus relámpagos, sus pausas, sus descansos, sus madrugadas, sus tormentas y mañanas luminosas.

Eso de saber que cada arruga de tu cara es cosa mía
Que cada parte de tu piel es recorrida
Por mis manos eso me hace sentir bien
Eso de saber que cada vello de tu cuerpo es más que bello
Son los anillos que rodearán mis dedos
Hasta que el tiempo diga se acabó

Dime que vas a seguir por siempre a mi lado
Aunque veas a diario como se me va el azul
Ahora que ya descubriste que el caballo blanco era alquilado
Ahora que compruebas que yo destiño también

Eso de saber que cada arruga de tu cara es cosa mía
Que cada parte de tu piel es recorrida
Por mis manos eso me hace sentir bien
Eso de saber que cada vello de tu cuerpo es más que bello
Son los anillos que rodearán mis dedos
Hasta que el tiempo diga se acabó

Dime que vas a seguir recogiendo mis besos
Aunque ya no te sorprenda donde los voy a dejar caer
Ahora que ya saber de sobra lo malo y lo menos
Malo que hay en mí
Ahora que compruebas que yo destiño también

Eso de saber que cada arruga de tu cara es cosa mía
Que cada parte de tu piel es recorrida
Por mis manos eso me hace sentir bien
Eso de saber que cada vello de tu cuerpo es más que bello
Son los anillos que rodearán mis dedos
Hasta que el tiempo diga se acabó

Eso de saber que cada vello de tu cuerpo es más que bello
Son los anillos que rodearán mis dedos
Hasta que el tiempo diga se acabó

(Eso De Saber, Revolver)
 http://www.youtube.com/watch?v=CiSjSu25FaM

8. The way you look tonight[5]

Vive. No hay otra. Ama. Y haz que cada experiencia, sin duda, sea única, aunque muera un día. Vive, ama, desea. Esas noches, las miradas, las manos que se tocan, los labios que se acercan y solo, solo, se rozan. El beso en la comisura, el perfume, suave, taladrando. Perforando todo. Inundando de eternidad el momento. Sentiré calor solo pensando en ti. Y mi corazón latirá otra vez. Vibrará, abrazará cada segundo. Acariciando el momento, aquel momento. Las manos, el tacto, la mirada. El mundo, en ese instante, puede esperar. Porque, ¿qué es el mundo en ese instante? Vosotros dos, uno casi. Casi un alma, casi un cuerpo. La comisura de la boca. Rozada. Casi sin sentir. Ya no se olvidará. No cambies nunca. Mi alma depende de ello. No habrá noche que no estés en mí. Aunque ya no estés. Esa es, o puede ser, la magia del amor.

Algún día, cuando este terriblemente triste
Cuando el mundo sea frio
Sentiré calor solo con pensar en ti
Y en la manera en que te ves esta noche

Sí, eres tan adorable, con tu sonrisa tan cálida
Y tus mejillas tan suaves
Nada puedo hacer, más que amarte
Cómo te ves esta noche

Con cada palabra, tu dulzura crece
Alejando mi miedo…
Y esa sonrisa que arruga tu nariz
Toca mi tonto corazón

Adorable… nunca, nunca, cambies
Mantén ese encanto sin aliento
¿Podrás?
Porque te amo
Tal como te ves esta noche

Y esa risa que arruga tu nariz
Toca mi tonto corazón

Adorable… nunca, nunca, cambies
Mantén ese encanto sin aliento
¿Podrás?
Porque te amo
Tal como te ves esta noche




(The way you look tonight, Jerome Kern)
http://www.youtube.com/watch?v=MiSzWb-mERM 

















[1] En la mitología griega, Pandora fue la primera mujer, creada por orden de Zeus, para introducir males en la vida de los seres humanos, después de que Prometeo, yendo en contra de la voluntad del todopoderoso dios, les otorgara el don del fuego.

[2] http://blogluengo.blogspot.com.es/#!/2012/08/el-mal-de-amores-o-no.html
[3] Alfred Tennyson
http://amediavoz.com/tennyson.htm
[4] http://blogluengo.blogspot.com.es/2011/10/la-educacion-del-afecto-y-del-amor.html

15 de septiembre de 2012

¿Ayuda la autoayuda? Primera parte


¿Ayuda la autoayuda? Primera parte
José Antonio Luengo


Si no te gustan los libros de autoayuda no leas esto. No lo leas. No te va a gustar. Habla bien de la autoayuda. De los que escriben para llegar a la gente con ideas, prácticas y, por qué no decirlo, determinadas recetas. Yo no odio los libros de autoayuda. En contra de esa corriente que los abomina y arrincona como si estuvieran afectados por una suerte de peste o enfermedad contagiosa. 


Creo, sinceramente, que cumplen la función que normalmente pretenden. A saber, ayudar a quien los lee a buscar dentro de sí mismos, facilitar la reflexión y la revisión de cómo y por qué hace las cosas, cómo las vive, interioriza y exterioriza, cómo y por qué provocan determinadas consecuencias y, lo que es más importante, de qué manera mejorar, aunque solo sea un poco, la manera de estar y, eso, vivir, responder, comunicarse, relacionarse, adaptarse, mover tu propio mundo… Porque hay mucho poder en cada uno de nosotros. Y muchas, muchas veces, ni lo intuimos. Nos creemos que no podemos, no sabemos, no tenemos…

Los libros de autoayuda, hay de todo, ya lo sé, abonan un terreno normalmente baldío, seco. Alimentan la capacidad para mirar, ordenar, secuenciar, pensar, recapacitar, revivir, definir, y redefinir. Y esto, se mire por donde se mire, está bien. Contribuye. Suma. Negar esa realidad es una necedad. Y entregarse sin más a una visión que hace de nosotros una especie de incompetentes,  dependientes del otro especialista, infravalorando nuestra capacidad de introspección y mejora, es un ejercicio triste y torpe. 

Torpe porque, lo dicho, realmente poseemos la capacidad para ver y cambiar. Estar mejor. Es nuestro derecho y, también, nuestra responsabilidad. Nos puede la inseguridad, la sensación de que no vamos a poder, cierta pereza también. Y la falta de continuidad en nuestros pequeños y siempre loables intentos. Algo parecido a lo que suele ocurrir con las intenciones de adelgazar tras el verano, con las cañas, los vinitos y las paellas… Y las tapas. Y los helados. O con los deseos de aprender, de una vez, algo más de inglés del que fui capaz de aprender en el colegio. Nos puede la… desconfianza en nuestras posibilidades. Y nos sometemos a un contexto de reflexión demasiado común. Bueno, otra vez será, más adelante. Ahora no puedo… Posponer. Una regla demasiado frecuente en nuestra vida.
Es posible cambiar cosas, acondicionar actitudes, rutinas, diseñar normas propias, opciones, maneras de estar, interpretar. Hacer que nuestra vida esté, realmente, bajo nuestro control. Nosotros, a los mandos. Con tranquilidad, sosiego, tolerancia, flexibilidad… Pero a los mandos, nosotros. Dejarnos llevar, sí (a veces es estupendo), pero sabiendo dónde estamos, hacia dónde nos dirigimos, con quién (o no), por qué y para qué.

Es posible mirar hacia dentro, escudriñar nuestros patrones, capturar nuestro corazón, nuestra mirada al exterior. Y hacerla más nuestra. Y, sobre todo, es posible, he de insistir, cambiar. Parece que tenemos miedo a eso, a modificar nuestras cosas, hacer u ver de otra manera, responder con otro marchamo. Pero, para ello, claro, hemos de ser conscientes de que hay cosas que podríamos hacer mejor, y que nos permitirían sentirnos mejor. Con nosotros mismos. Ese es un reto sensacional, fabuloso. Y accesible. En circunstancias normales. 

Un día nos encontramos mal. Fatal. Vamos al médico. Nos mira (es un decir en algunas ocasiones). Ausculta. Diagnostica. Abre su aplicación informática. Encuentra la medicación oportuna. Nos aconseja. Explica. Y receta. Pero, en muchos casos,  también orienta. Qué hacer, qué no hacer… A veces ponernos en duda lo que nos dicen. Para ese viaje, no hacen falta alforjas…  Pero ordinariamente escuchamos, y hacemos caso. Y mejoramos. Las recetas sirven. Pero sirve más la explicación, la interpretación de qué está pasando en nuestro interior y por qué ocurre. Y qué podemos hacer para prevenir, y evitar encontrarnos mal en el futuro. Siempre en la medida de nuestras posibilidades, claro, y tocando madera. Es una forma de orientación para la autoayuda. Aprender a hacer las cosas mejor. Pediatras y médicos de familia, de cabecera, suelen desarrollar bien esta tarea. Enseñar, ilustrar, orientar, convencer. De que es posible cuidarnos, atendernos, leer en interpretar nuestras sensaciones. No se trata, claro, de arbitrar caminos para la automedicación. Sí, sin embargo, para el conocimiento, el reconocimiento, la autoevaluación, la mirada razonable sobre cómo atender nuestras necesidades, prevenir, encontrarnos mejor. 

Cuando comparamos estos asuntos con las cosas de la mente, no es infrecuente argumentar que éstas, las cosas de la mente, de nuestra mente, son muy complejas. Y que no se puede frivolizar, banalizar o trivializar con recetillas que, supuesta e hipotéticamente, ilustran sobre cómo mejorar y andar mejor. Ya, puede ser. ¡Cómo si no fueran complejas las cosas del cuerpo! ¡Cómo si la gente fuera descerebrada! La gente, nosotros, todos nosotros, piensa, pensamos, y podemos encontrar, buscar y encontrar. Nuevas perspectivas, formas diferentes de ver y hacer las cosas. A veces basta una frase, un comentario, un titular, y también, por qué no, un libro. En ocasiones es una conversación, con alguien experto, con amigos, o un compañero de trabajo. En fin. Hay explicaciones para todo y todos. Creo que todo es más sencillo de lo que parece. Pero sencillo, en cualquier caso, es comprender que siempre estamos ahí, cerca de ver cosas que no habíamos visto, revisar nuestro reloj interior, nuestros ritmos, pausas, acelerones, explosiones y bajones. Nuestras tristezas y alegrías. Filias y fobias. Si uno quiere, al final puede. Tiene que querer.

Hace unos meses conversábamos un buen amigo y yo sobre uno de los asuntos referente en la educación de los hijos. El paso de éstos por la tan temida adolescencia. Me contaba, preocupado, que su hijo, de 14 años, le hacía echar humo. No había día que no se acostara con la sensación de no saber, no acertar, no entender, no llegar. Le pedí que me contara cosas de su hijo, al que yo conocía poco. Le pedí que mirara hacia atrás, siempre conversando, que intentase definirlo, citar sus aciertos, sus virtudes, lo que hacía bien, aquello que encajara en el perfil soñado que todo padre desea atesorar cuando piensa en sus hijos. No le costó mucho ver la cara positiva del chaval. Sonreía ya. Tal vez esté metiendo yo mismo demasiada presión, dijo. Lo dijo él. Lo pensó él. Recordamos juntos cómo habíamos comentado unos días antes, él y yo, cómo determinadas maneras de trasmitir ideas funcionan cuando se definen con sencillez y claridad, cuando se recuerdan fácilmente. A modo de regla mnemotécnica, cuatro palabras bien hilvanadas no se olvidan nunca. Como no se olvida, por ejemplo, que una buena ensalada, a efectos de salud alimentaria, tiene que tener, al menos, cinco colores, o que, si queremos incorporara determinados nutrientes de calidad en el día a día, es adecuado comer cinco piezas de fruta o verduras diarias. O que es mejor hacer cinco comidas al día, que tres o dos. Unas referencias sencillas, que mucha gente hace suyas, y las incorpora y automatiza. Y, lo noten más o menos, suponen una mejora en los modos en que gestiona sus pautas de alimentación.

 

Le sugerí, hablando, que intentase incorporar cinco ideas para la mejora. Y que las hiciera suyas. Las amoldase, curtiese, digiriese. Y les diera forma. Así, hablamos de (1) la regla del cuarto de segundo[1] (mejorar las decisiones, cómo afrontar las pequeñas cosas, los aparentes detalles insignificantes…); afrontar las situaciones sabiendo que disponemos de tiempo para elegir la mejor opción de respuesta (responder, no reaccionar sin más, implica tiempo para medir y calibrar. La ciencia nos ilustra que es posible hacerlo, en muy poco tiempo. Esta increíble opción de respuesta en las decisiones es especialmente importante cuando se tiene enfrente (a veces nunca mejor dicho, a un adolescente, sobre todo a tu adolescente). (2) Utilizar el pensamiento lateral[2]. Esta es una idea singularmente eficaz para enfrentarse a situaciones como las que hablamos: tratar con otros en la dificultad. Edward de Bono nos aporta una visión de afrontamiento de los problemas absolutamente original, alimentado por claves de reflexión que ordinariamente utilizamos poco. Es un método revolucionario porque libera nuestra forma de argumentar. Ayuda a las personas a disponer de todos los puntos de vista, lado a lado y en paralelo. Podemos separar los diferentes aspectos del pensamiento en lugar de tratar de hacerlo todo a la vez. Nos permite enfocar las cosas con más perspectivas. La teoría de los seis sombreros (ver cita). Fantástico. (3) Muy relacionada con la anterior idea, hablar en paralelo, no de frente. El adolescente huye del cara a cara. Acepta mejor la conversación desde el lateral. Andar en paralelo, hablar sentado uno al lado del otro. Le ayuda a escapar, en cierta medida, del carácter escudriñador que suelen tener nuestras miradas, cuando hablamos con nuestros hijos en estas edades. Ellos quieren oírnos, nos necesitan (y ellos lo saben), pero necesitan no sentirse medidos constantemente. Ellos nos miran mucho, pero aceptan mejor caminar  en paralelo, sin demasiada presión frontal. Nuestra manera de entrar al conflicto, mayor o menor, es realmente relevante. Más, incluso, en ocasiones, que los propios contenidos de aquéllos. (4) Hablar en yo, mejor que en tú. Se trata de un modo de utilizar el lenguaje, con unas posibilidades extraordinarias. El reto, hablar de cómo te sientes (en yo), no de lo que el otro () ha hecho o ha dejado de hacer en una situación conflictiva. Enviar mensajes, ideas, en primera persona. Mensajes de origen personal,  respetuosos, que expresan sentimientos, opiniones y deseos sin evaluar ni reprochar. Se trata de mensajes facilitadores, habilitadores;  y persuasivos, al contrario que los “mensajes tú” que generan bloqueos en el otro. (5) Conversar, chalar, argumentar, contrastar… No dar consejos. Y escuchar activamente. Escuchar Activamente. Con sensibilidad. Con respeto. La escucha activa significa atender responsablemente y entender la comunicación desde el punto de vista del que habla. Y… 

·        No distraernos[3], porque distraerse es fácil en determinados momentos. La curva de la atención se inicia en un punto muy alto, disminuye a medida que el mensaje continúa y vuelve a ascender hacia el final del mensaje, Hay que tratar de combatir esta tendencia haciendo un esfuerzo especial hacia la mitad del mensaje con objeto de que nuestra atención no decaiga.
·         No interrumpir al que habla.
·         No juzgar.
·         No ofrecer ayuda o soluciones prematuras.
·        No rechazar lo que el otro esté sintiendo, por ejemplo: "no te preocupes, eso no es nada".
·         No contar tu historia cuando el otro necesita hablarte.
·       No auto-compadecerse, ni convertirse en protagonista. Por ejemplo: el otro dice me siento mal y tú respondes y yo también.
·         Evitar el "síndrome del experto": ya tienes las respuestas al problema de la otra persona, antes incluso de que te haya contado la mitad.
  

Unos meses después me llamó. Quedamos. Cerveza en el café Oriental. Me sonrió como siempre. Nos preguntamos. Los cambios en nuestras vidas, cosas pequeñas, grandes también. Pero me dijo: “La relación entre mi hijo y yo ha cambiado. Para bien. Muchas cosas siguen siendo objeto de atención y conflicto. Pero nos llevamos mejor. Hemos aprendido a hablar más allá del esquema pregunta-respuesta (y de mala gana). Le he pedido perdón muchas veces. Cuando he sentido mi equivocación. Su mirada de perdón me ha cautivado para siempre. El éxito de la autoayuda, después de la lectura, del acto de interiorización de la divulgación ad hoc es, siempre, del receptor. Que hace suya la idea. Y la mejora. Si tiene fe y constancia.

Lo que sigue a partir de aquí representa una experiencia personal. Además de una intención por divulgar cosas de manera sencilla. Construida con unos y otros, leyendo y analizando por aquí y por allá. No podemos olvidar que lo que creemos y pensamos no es sino una construcción compartida, en la que intervienen muchos, a veces sin darnos cuenta, sin percibirlo siquiera. Pero es una experiencia vivida, recorrida, buscada… A veces lenta, pero trabajada. Voy a atreverme a situar en el mapa algunas ideas que ayudan a ordenarse un poco, reconsiderar, posicionarse de otra manera. En este mundo de locos, en el que acabamos moviéndonos, gran parte de tiempo, con rutinas y tics que, suele ser sí o sí, nos dejan insatisfechos y ordinariamente cansados. Sobre todo si vivimos en ciudades grandes, con grandes distancias, con horarios de asustar. Y teniendo que rendir en todo como motos. De gran cilindrada, además.

La autoayuda es un proceso específico y singular de auto-reflexión; un escenario en el que se lleva a efecto una revisión interior, del antes, pero también del aquí y ahora. Una mirada interior que agudiza la posibilidad de tomar mejores decisiones. Más atinadas. Que liquida poco a poco los modos de decisión basada en el viejo esquema de acción-reacción. La solución. Responder. Con sensibilidad pero, también, con perspectiva, sentido común, sentido de la proporción y de la consecuencia. Con responsabilidad. La autoayuda no es simplemente leer. Ni siquiera integrar ideas. Es necesario hacerlas nuestras, adecuarlas a nuestro yo y, por tanto, hacerlas significativas, pertinentes.

El objetivo de estas reflexiones, las de este artículo, aprender a parar. Un poco, al menos. Y estar mejor. Verte con otra perspectiva. Aprender a interpretarte desde fuera. Y, tal vez, priorizar mejor, pensar un poco más en ti. Reconocerte. Limar errores, mandarlos a la papelera en la medida de lo posible. Superar cosas que te han hecho sufrir. Reconciliarte con tu mejor versión. A veces cuesta mucho porque está muy oculta. Está lejos. No la encuentras. Y te sientes fatal. Te miras y piensas, hasta te dices… Buf! Qué mal! Qué mal hoy! Pero ¿qué hago?¿Por qué he hecho lo que he hecho? Y no eres justo contigo. Porque tienes derecho a equivocarte. No te perdonas los errores, te acucian las equivocaciones. Sientes que no llegas, que no captas, que no entras en la gente, que te rodea y escucha. Al menos te oye.

Días malos, temporadas malas. Es posible mejorar, situarnos en un espacio más confortable, con nosotros mismo primero, y también con los demás. Luego, el círculo virtuoso hace el resto.
El objetivo, entonces, limar. Acondicionar. Sin demasiadas pretensiones al principio. Poco a poco. Aproximarse. Con tranquilidad. Sabiendo que si repites, automatizas. Pero sin creer, sin querer, no hay nada que hacer. Es como montar un castillo de arena en pleno levante, en cualquier playa de Cádiz. Adiós al castillo en un santiamén. Eso si has podido construirlo antes.

Unos pasos previos:
  1. Lo difícil no es aceptar cómo es uno sino cómo es el resto de la gente[4]
-       Acepta quién eres tú. No es fácil, lo sé. San Agustín decía “Conócete, acéptate, supérate”. Creo que era muy optimista al pensar que puedan hacerse las tres cosas. Yo siempre me he conformado con conocerme. No es fácil conocerse, saber cuáles son tus gustos…/…, con qué disfrutas. Pero es posible, dedícale tiempo, busca, rebusca, vuelve a buscar y finalmente comenzarás a tener un retrato robot de quién eres.
-       Una vez te conoces, si consigues quererte, viene la parte más complicada. La segunda parte del descubrimiento: conoce al resto de la gente y acéptala como es. Sé que puede parecer un mandamiento religioso pero en realidad se trata simple y llanamente de tener la misma paciencia con los demás que la que has tenido contigo mismo. Aceptar cómo son, aceptar cómo no son, es el inicio para aceptar cómo eres tú y cómo no eres tú.
-       Y de ahí proviene el resto de la frase. Lo difícil no es aceptar cómo eres tú sino cómo son los demás. Ese es el reto. No olvides que, a veces, cuando ya nos conocemos, pensamos que hemos llegado a la meta. Pero la meta está lejos, muy lejos todavía. Cada día conoceremos a más y más gente y tendremos que dedicar todas nuestras fuerzas a entenderlos.

Parecen simplemente palabras, simples observaciones o alertas sobre nuestro día a día. A mí, sin embargo, me parecen una lección. Desde la primera a la última letra. Sobre todo sabiendo quién es el autor. Una lección de humildad. Y de sentido común. Eso de conocerse suena bien. Pero no dedicamos tiempo a pensar, un poco, en nosotros, pero no desde la perspectiva de quien desea saber cómo le ha ido el día simplemente, sino desde la óptica de adentrarse para encontrar los recovecos que nos permitan rescatar partes de nosotros que nos hacen estar mejor, sentirnos mejor. Y dar mil oportunidades a los demás. Mil uno, mil dos. Todos lo merecen, hasta aquéllos a los que en principio, y en final, soportamos poco.

Hay un ejercicio que suelo hacer con frecuencia. En esos momentos de embestida en un transporte público, a las siete y media de la mañana, apretujado más o menos, con la sensación en el cuerpo de ser un poco oveja, procuro hacer el ejercicio explícito de pensar en esa gente con la que me topo. Pensar en sus mejores momentos; los imagino, contentos, con sus hijos, novias o novios, padres, madres o amigos. Les veo (imagino) reír, sonreír, abrazar, querer, llorar, entristecerse, alegrarse… Salgo del Metro y cruzo los pasillos, me cruzo con personas, a sus cosas van. Y sigo. Les veo como me veo a mí. Veo en su interior. Me lo invento, claro. Pero les entiendo, les comprendo. Sus cosas, sus preocupaciones, su dolor, a veces. Me lo invento. Pero creo imágenes mentales cercanas, de aquellos a quien no conozco. Automatizo imágenes agradables de las personas. Cercanas. Y me ayuda a no juzgar, a no prejuzgar, a no opinar a la primera, a dar una y mil oportunidades, a creer más, en los demás.


La cosa adquiere especial relevancia cuando estás con personas conocidas. No es más sencillo pensar, sin más. Existen ideas preconcebidas, experiencias, dimes y diretes, cosas pasadas, agradables y no agradables. Ahí hay que echar el resto. Aceptar cómo son, y ver, siempre, lo mejor que puedan mostrar. Y lo que atesoran y no aparece, a simple vista. Aproximarse desde el afecto, desde la visión positiva, cercana. El mundo nos puede cambiar, en pocos días. Nos cambian los retornos de nuestras acciones, las consecuencias de las mismas, aprendemos a mirar con los ojos abiertos y el corazón pletórico. Y, además, no tienes nada que perder. Solo que ganar. Ganar paz, tranquilidad, sensación de equilibrio, de bondad, incluso. Porque, entre otras cosas, aciertas más, juzgando y valorando menos. Viendo el color, más, en lugar del gris marengo de muchas relaciones.

  1. Ser más paciente cada día te acerca a un estado mejor, más pausado, rico, suelto, alegre.
Esto de la paciencia también da mucho juego. Mucho. Reducir las urgencias, calmar el ánimo, templar… Moderar las cosas. Moderarte, frenar, atenuar. Adiós a lo explosivo, al enfado, hola a las cosas importantes, a lo que verdaderamente importa. Fácil? No, lo sé. Pero hay que empeñarse. Si se quiere estar mejor… con uno mismo. Paciencia, flexibilidad. Paciencia con tus cosas, contigo mismo, con los demás.

La paciencia se entrena. Ahí reside uno de los jalones más importantes en este tránsito. Se entrena en la vida cotidiana, haciendo consciente tu manera de valorar cada cosa que ocurre, le peso que le das, el ritmo que consideras imprescindible en su ejecución y desarrollo, los efectos de lo que haces y de cómo lo haces, de la velocidad con la que lo haces… Ver, interiorizar, escucharte, reconocer los impactos y efectos de tus reacciones, de tu modo de responder a lo que ocurre a tu alrededor y, sobre todo, te influye. Se trata de anotar mentalmente lo que haces, a qué velocidad y sus repercusiones. ¿Ha merecido la pena correr? ¿Nos ha ayudado? Y, especialmente, mirar, revisar, esos momentos en los que hemos dado pausa razonable a lo que teníamos entre manos, la suficiente para intentar hacer sencilla y más coherente la acción. Son cientos, miles, las decisiones que tomamos cada día, cada semana, cada mes... Decisiones en muchos casos imperceptibles. Decisiones que hacen que cada situación vivida sea como es, se desarrolle y cuaje de una determinada manera. Nos hacen predecible. Crean un modo de respuesta al entorno, de integración en y del mismo. Y configuran una forma de estar, de ser, de actuar. Y organizan nuestra vida. Lo realmente notable es que cambian nuestra vida a cada instante. Porque nuestra vida puede discurrir con una u otra orientación en función de lo que decidimos hacer. Miles de gestos, miles de palabras. Miles de acciones simples, sencillas, del día a día, que hacen que seamos como somos. Y que, sí, podamos cambiar lo que no nos gusta, lo que no nos hace crecer, lo que no nos permite disfrutar, lo que dificulta nuestra relación con los demás, lo que nos hace, en ocasiones, insufrible, intratable... Y potenciar lo que nos acerca a nuestro mejor yo. Que afrontemos este reto depende de nosotros. 

Un cuarto de segundo, medio segundo, contar hasta diez... Lo interesante es que nuestro cerebro es libre para elegir. Soy, así, no puedo evitarlo. No es verdad. Puedo hacerlo. Puedo hacer de mí lo que estime que debo ser. Elegir y ampliar nuestras opciones, hacerlas más amables, afectuosas, cercanas a las necesidades de los demás. Ser más cariñoso, más empático, más flexible, más cercano. Todo, en definitiva, puede estar ligado a un cuarto de segundo. Nos puede cambiar la vida. En cada instante, cada momento[5].

La paciencia puede entrenarse, sí; con cosas, situaciones de la vida cotidiana. Es prodigioso cómo comportamiento templados en determinados órdenes de la vida, y la valoración ponderada de sus consecuencias, tiene un efecto de extensión y recorrido en otros ámbitos, seguramente más complejos y controvertidos. El proceso actúa a modo de círculo virtuoso. Una cosa lleva a la otra, en formato red, con consecuencias positivas, inicialmente un poco desordenadas; uno no sabe muy bien por qué  actúa de una determinada manera, pero se siente bien. Funciona. Poco a poco, el comportamiento discurre menos reactivo. La reacción deja paso a la respuesta, tomando verdadera conciencia de su sentido y consecuencias. 

Hace poco hablaba a mis alumnos de algunas prácticas orientadas conscientemente a fortalecer el músculo de la paciencia. Como una gimnasia mental, muy activa, que permite ver el otro lado de las cosas con suma sencillez. Nunca me he gustado conduciendo. Nada. Mirar al conductor que te … molesta. Vocear ante alguna circunstancia incómoda, claxon, mala cara… Insatisfacción. Un día pensé, esto se ha acabado. Ese mismo día me gusté todavía menos. Encontré una vía de salida a este entuerto (querer y no poder), leyendo una frase de Sivananda: “ El ser humano siembra un pensamiento y recoge una acción, siembra una acción y recoge un hábito, siembra un hábito y recoge un carácter, siembra un carácter y recoge un destino”. Ya sé, una frase demasiado importante y profunda para relacionarla con mi adicción a cabrearme mientras conducía… Pero, era lo que había. Y me puso a ello. Es lo que tiene la autoayuda. Que te ayuda. Y utilicé un método sencillo. Hacer. Hacer. Y crear un hábito. A partir de ese momento me colocaría siempre en el carril más lento. Aunque tuviera prisa. Y observaría mis reacciones. La capacidad está ahí contigo. Te acompaña. Solo tienes que dejarla salir, saludarla. Amablemente. Miras cómo se comporta quien te acompaña, das paso (al principio sufres como un descosido), levantas el pié del acelerador, esperas, y, al final, coges tu salida. Te esponjas. Lo has conseguido. ¿Has ganado o perdido tiempo? Y qué más da. Has conseguido hacer algo que ni hubieras soñado ayer. Pero lo mejor. No ha pasado nada malo. Al contrario, estás mejor. El puñetero coche no te ha dominado. Y hasta has estado cordial con la gente. Hasta con quién te ha mirado mal. El reto es seguir, y ampliar ese comportamiento, muy consciente al principio, en todas las situaciones asociadas. El mecanismo en red funciona, claro. Asocias el meterte en el coche con una sensación de bienestar porque ya no te controla. El coche no te domina. Las situaciones incómodas resbalan por tu superficie, rascan tu pensamiento y, casi, te hacen cosquillas. Lo miras de soslayo, al coche, y sonríes. La gente circula a tu lado, pero tu consciencia prima, sobre la reacción sin más. Sobre la emotividad. Los estímulos que nos llegan entran directamente en nuestro ser más reflexivo. Y decido. Porque, al final, todo es un proceso de decisión. En un cuatro de segundo. Y me decido por la tranquilidad. El acelerador, y menos el claxon, no me acelera ya. Mueve el coche, no a mí. Insisto, funciona. Somos una red, nuestra mente es una red, supeditada a las prioridades que fijas.

Una amiga me contaba sus particulares trucos. Hacer, con cosas concretas. De tu vida cotidiana. No simplemente desear. Hacer. Sonreíamos mientras me decía cómo mantenía la tapita fina que sueles encontrarte en los botes de crema para la cara cuando desenroscas la tapa del tarro. Solemos tirarla porque es un incordio. Se nos pega en los dedos, se cae al suelo, y, como las tostadas, siempre con la cara sucia en el piso… Un incordio. Yo, decía, la conservo, y experimento el ejercicio de paciencia, unos segundos nada más, que desarrollo mientras intento separarla del tarro, con unas ganas enormes de mandarla al cubo de la basura. Pero la mantengo y, como si estuviera viéndome desde fuera de mí, me observo realizando este ritual. Aguanto. Y no pasa nada. Reíamos también al detallarme otros ejemplos, aparentemente triviales, simples, intrascendentes. Pero que obraban en ella una gimnasia mental para decidir mejor en cualquier momento. Pensar más antes de actuar. Y, por ende, ser más paciente. En todo. Aguantar el cepillado de dientes dos minutos más de lo que sueles tardar, masticar la comida hasta veintitantas veces, antes de tragarla, dar siempre, siempre, paso a otros vehículos, y, especialmente, cuando no iba bien de tiempo… Se vestía despacio, vaya. Porque tenía prisa…

La idea básica, cambiar el registro temporal de tus comportamientos, pero haciendo cosas, no simplemente deseándolo. Ejercicio voluntario y consciente. E intransferible. Cosas sencillas, que inundan nuestra red mental. La riegan. Y crean hábitos.

  1. De manera indiscutible y esencial, estar mejor en la vida requiere una cosa: valorar lo que tienes.
“La felicidad consiste en valorar lo que tienes” (Hellen Keller)
En su libro, La Buena Vida[6], Alex Rovira vincula de manera estrecha la sensación de felicidad con la capacidad para valorar y disfrutar de lo que se tiene, de aquello que uno atesora (y que suelen ser tesoros) y que, con demasiada frecuencia, tiende a no ser demasiado valorado. En la antigua Grecia, nos dice, existía un concepto que, por desgracia, ha caído en desuso con el paso del tiempo: “obnosis”. La obnosis hace referencia a aquello que es obvio y que paradójicamente acaba siendo obviado. Obviamos lo obvio… /… merece la pena abrir los ojos, aquí y ahora, para darnos cuenta de todo cuanto nos rodea y por lo que podemos sentirnos felices y agradecidos: desde el latido de nuestro corazón, la salud de nuestro cuerpo, la buena música de fondo que nos acompaña, la existencia de un ser querido… Cuestiones cotidianas cargadas de valor. 

Claro, empecemos por decir que es obvio lo que acabamos de leer. Es obvio que solemos obviar lo obvio. ¿Podemos construir, sin embargo, algo a partir de esta obviedad? Solemos darnos cuenta de lo que tenemos, o teníamos, cuando lo perdemos, cuando se esfuma, cuando se escapa, cuando ya no está. Sabemos que, en efecto, la gente que se siente feliz valora especialmente lo que atesora. Piensa en ello, le dedica tiempo,  valora su realidad, cuida su crecimiento. Y, muy importante,  lo hace consciente cada día. Lo incorpora mentalmente. Toma esa decisión. Pensar en ello. Y reflexionar, si es preciso (suele serlo), sobre cómo cultivarlo, hacerlo más explícito si cabe, mejorarlo. Podemos hacer equilibrios conceptuales para cargar contra la relevancia de esta idea. Pero estamos hablando, lo sabemos, desde la noche de los tiempos, de una condición indispensable  en el bienestar más explícito del ser humano. 

Solemos decir, no nos referimos exclusivamente a grandes cosas, a posesiones materiales, a grandes afectos… Podemos perfectamente hablar de las pequeñas cosas del día a día, de los pequeños detalles, a veces insignificantes… Yo prefiero hablar de ambas realidades; entre las que no siempre hay una gran distancia. Lo pequeño y lo menos pequeño, y el detalle… El detalle, que puede convertirse en la magia de un día, la ternura no prevista, el temblor del alma, y del cuerpo. Vital. El detalle simple. ¿Quién dice que es simple? ¿Por qué es simple? El detalle que regalas aun compañero tras un viaje. Poca cosa. ¿Para quién? Eso de las líneas rojas no funciona muy bien en estos asuntos. Del alma. Y del pensamiento. De cada uno. Cada día. Según estás, según qué necesitas, qué te hace vibrar.

Este verano, un día, me di un homenaje. No pensaba, ni mucho menos, que iba a representar nada especial. Pero así fue. Cogí una bici, en el valle de Liendo, cerca de Laredo. Me calcé los auriculares y me di a la fuga. Entre árboles, prados, con las montañas alrededor. Una hora dando pedales, parando para hacer algunas fotos. La música, la que tú eliges, sonando. En fin. Había mucho que no me sentía tan bien solo. Tranquilo. Haciendo algo trivial. Cada día lo traigo a mi mente. Lo hago consciente. Consciente, explícitamente. Hay que aprovechar la inercia, la energía que se acumula en tales experiencias. Porque dura y dura. Mucho.

Hacer explícito lo pequeño y grande, traerlo, conducirlo a nuestro espacio consciente, recrearlo, revivirlo. Instalarlo. Convertir estas situaciones en referentes. Estables.









[1] http://blogluengo.blogspot.com.es/2012/08/mejores-decisiones-la-regla-del-cuarto_5907.html
[2] http://ciam.ucol.mx/directorios/5443/Todos/Edward%20de%20Bono%20-%206%20sombreros%20para%20pensar.pdf
[3] http://www.psicologia-online.com/monografias/5/comunicacion_eficaz.shtml
[4] Tomado de “El mundo amarillo”, de Albert Espinosa. Págs. 92-94. Ed. Debolsillo, Barcelona, 2008
[5] http://blogluengo.blogspot.com.es/#!/2012/08/mejores-decisiones-la-regla-del-cuarto_5907.html
[6] La Buena Vida, págs. 49-51. Alex Rovira Celma. Aguilar, Madrid 2008

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José Antonio Luengo Latorre es Catedrático de Enseñanza Secundaria de la especialidad de Orientación Educativa. Es Decano-Presidente del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y Vicepresidente primero del Consejo General de la Psicología de España. Licenciado en Psicología. Habilitado como Psicólogo Sanitario por la CM y experto en Psicología Educativa y en Psicología de la actividad física y del deporte (Acreditación del Consejo General de la Psicología de España).. Desde octubre de 2002, ocupó el cargo de Secretario General de la Oficina del Defensor Menor en la Comunidad de Madrid y desde julio de 2010 fue el Jefe del Gabinete Técnico del Defensor del Menor, hasta la supresión de la Institución, en junio de 2012. Ha sido profesor asociado de la Facultad de Educación de la UCM y de la UCJC. Es profesor invitado en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid. En la actualidad es psicólogo de la Unidad de Convivencia. Coordinador del Equipo de apoyo socioemocional, dependiente de la Subdirección General de Inspección Educativa de la Consejería de Educación de la CM. Twitter: @jaluengolatorre

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