12 de marzo de 2013

Niños pequeños


Niños pequeños
José Antonio Luengo


No sabemos muy bien cómo lo hacen. Pero inspiran tanta ternura que uno, al verles, siente y percibe, de manera incombustible, el valor de la vida. El corazón de la vida. El alma de la vida. Al verlos. Al presenciar sus movimientos, sus miradas, qué hacen y cuándo; y por qué lo hacen. Crecen absorbiendo, bebiendo, capturando lo que surge, lo que le proponemos, pero, también, o sobre todo, aquello que específicamente sobresalta su mirada. Porque sí. Sin influencias externas. Aquello que impresiona sus sentidos y estimula la comprensión de las cosas, del mundo circundante.

Su cerebro explota, a cada instante, en un flujo permanente de idas y venidas, de estímulos que saltan a su alrededor; que enredan y modifican su mente. En un mar de ilusiones, expectativas, tesoros, magos y descubrimientos. Crecen descubriendo, amando lo que tocan. Y las veces en que pueden tocarlo. Dejándolo caer, empujándolo, saboreando su esencia. Miran y escuchan,.Se dan la vuelta y observan. Miran de frente. Sin miedos. Sin parar. Todo sonido tiene un significado. Como un movimiento, un suspiro, una mirada, un llanto, una sonrisa; un timbre que suena, un perro que ladra. Una mariposa que aletea ante sus ojitos.

Sus manos inexpertas no llegan. No llegan a capturar físicamente lo que surge a su paso. Pero sí sus ojos. Y su mente. Mentes inquietas que todo lo quieren tocar, ver, sentir, acariciar. Un mundo para ser tocado, investigado, supervisado. ¿A qué sabe? ¿Cómo suena? ¿Se rompe? ¿Qué es? ¿Para qué sirve? 

Todo sirve para todo. De ello se encarga su capacidad para representar, para jugar. Desde lo simbólico. Protagonizando la vida, sus objetos, las personas, las acciones y los hechos. También los sentimientos y las emociones. Y el movimiento. Claro, el movimiento. Aprenden a vivir, viviendo. Experimentando, indagando el porqué de las cosas. Y buscan inquietos. Inquietos viviendo, pensando, haciendo y sintiendo.


No paran. Pero ¿cómo podrían parar? Si el mundo es un territorio a ser conquistado, cogido, pesado, besado, tirado, oído, sentido. Hasta entendido. Un mundo que se encuentran y que llegan a cambiar. Cada vez que se mueven y hacen. Casi con su mirada. A toda velocidad. Disfrutando. Ejerciendo la vida. En su sentido más amplio y verdadero. Pisar, chapotear, saltar, agitar y sentir. Siempre sentir. Sin sentir no se crece. No se madura. Si no se siente, la mente no va, no marcha.


Poco a poco, su mundo cambia. Poco a poco todo cambia. Y ellos cambian. No siempre para bien. Menos tiempo para ser libre. Todo es más lento, más previsible. ¿Más aburrido? A su alrededor crece, imparablemente, la conciencia. Cierta conciencia. De las cosas, de lo que se puede y debe hacer. Cabe pensar que es lógico. Pero perder la ilusión es trágico. Abandonar la creatividad, la imaginación. A golpe de receta, de canon, de esquema preconcebido (por otros, por el mundo adulto, claro). Perder la imaginación es el fin. La capacidad para emocionarse y ascender. Al mundo de los sueños. De la espontaneidad y mirada clara. Donde la emoción mueve nuestro corazón. Donde todo puede volver a sorprendernos. Para siempre.







8 de marzo de 2013

Las mujeres de Shakespeare



Las mujeres de Shakespeare
José Antonio Luengo

Las mujeres de Shakespeare (*). Él las amó. Y dio relevancia y significación a su manera de estar en el mundo, a su forma de ver la vida, a su inteligencia, a su fuerza, valor, persistencia y capacidad. Soy un aficionado modesto a la obra de Shakespeare. Lo paso bien, disfruto leyendo una y otra vez sus siempre inteligentes obras. No para de hablar, mima el diálogo, lo extiende, le da recorrido, casi te acaricia. Y se acerca, vaya si lo hace, a todas y cada una de las miserias, virtudes, valores y contravalores del ser humano. Hoy, ahora, en pleno Siglo XXI, seremos capaces de encontrarnos en alguna de sus obras. Hablo de nuestras miserias, virtudes, valores y contravalores. Nuestra moral y su contrario, nuestra capacidad de sentir y aquello que pugna por hacernos, inexcusablemente, paredes, muros, en los que chocan los sentimientos. Como las pelotas en un frontón. Sin integrar, sin integrase, sin sentir. Sin darse cuenta, apenas, de lo que les pasa a los demás. 

Hace poco leí un libro. La invención de lo humano, de Harold Bloom. Es un libro excitante. Te descubre un Shakespeare fresco, renovado, a veces no imaginado. Entre otras cosas, habla de sus mujeres. De las mujeres de sus obras. Y les da valor. Ensalza el valor que el autor concedía a sus almas, a sus cuerpos, a sus mentes, a sus corazones. Como no llego a la altura de la capa más cercana al suelo de un zapato en capacidad para analizar obras y literatura, no voy a dedicar un segundo más a desvelar mi opinión terrenal y llana sobre el texto citado. La obra teatral, Las mujeres de Shakespeare, está inspirada en este ensayo La invención de lo humano, en el que el crítico Harold Bloom reflexiona sobre el universo femenino de Shakespeare, `El Brujo´ rinde homenaje a la conciencia femenina que tan bien supo explorar y expresar el autor inglés “a sabiendas de su mayor sabiduría, perspicacia y sentido de la realidad, frente al instinto elemental y simplón del macho narcisista.” Para ello, reúne a Rosalinda (Como gustéis), Catalina (La fierecilla domada), Beatriz (Mucho ruido y pocas nueces) y Julieta (Romeo y Julieta), sus personajes más “cómicos”, ya que, dentro del mundo patriarcal de dominación masculina, eran mujeres “más libres y con mayor ingenio”. 


Las mujeres de ShakespeareFantástica obra. El Brujo. Un genio. Un mago, un brujo. Del lenguaje, de la palabra, de las imágenes. De las ideas y pensamiento. Y de la emociones. Disfruté sentado esas dos horas. Como hacía mucho que no lo hacía. 


Un buen pretexto para hablar de la mujer. Sencillamente, de ella, de ellas.

Hace nada, este pasado verano,  la mujer, las mujeres, fueron ensalzadas en nuestro país,  elevadas al Olimpo (nunca mejor dicho) por razón de su éxitos deportivos en las olimpiadas de Londres, magníficas  por cierto. Los periódicos, sus portadas se hicieron eco de sus hazañas. Guerreras. Lo más. No me parece mal. Objetivamente es imposible hacer otra interpretación. Pero no sé si fuimos suficientemente lejos en la valoración de lo que lograron, de lo logrado, e, incluso, de lo no conseguido. No sé si llegamos a rascar el verdadero valor de lo logrado. Y no solo en el ámbito de lo deportivo. Seguramente, muchos los habrán hecho. Porque se ha escrito mucho al respecto y quien suscribe ha leído lo que ha caído en sus manos. Es decir, una pequeña cantidad de las mil y una ideas que han podido verterse sobre el asunto.

Me parece que, una vez más, la mujer, las mujeres, nos dieron una lección. De coraje, pero también de inteligencia. De valor, pero también de sensibilidad. De esfuerzo, capacidad, esfuerzo, criterio, sencillez. Pero lo mejor de todo, lo mejor, es que no quisieron darnos  lección alguna. Simplemente fueron como son, como son ordinariamente. Inteligentes, vivas, sensibles, complejas (sí, ¿y qué?), luchadoras, brillantes. Y humildes. Arriesgadas y discretas.


Este es el perfil de la mujer. A ver si nos enteramos todos de una vez. Espero que no nos quedemos con la lección de que  consiguieron, esa vez, más medallas que los hombres. Espero. Porque lo vivido no es sino lo que, de manera ordinaria, todos podemos conocer y experimentar. Cada día. Brindo por ellas. Pero no solo por las medallas. Aunque también. Por su mirada. Por su corazón. Por su alma. Por su inteligencia. Por su valor. Por su emoción.

Hoy es día 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. ¿Es hoy su día? No. Su día es cada día, todos los días. Todos los días merecen nuestra admiración. Por su trabajo, por su inteligencia. Por sus emociones, su manera de ver la vida, su disposición, su belleza. Su día es siempre. Ese es el secreto. Quererlas y respetarlas en cada momento. Tal vez, sí, haya que decir esto especialmente un día. Pero hacerlo, siempre, en cada momento. 



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(*) El Brujo dijo: “De Shakespeare se ha dicho todo. Pero como ya se sabe, Shakespeare se sale. Reserva siempre algún descubrimiento nuevo para el oído atento y curioso de sutilezas. En la exploración del sentido y el juego de su sonido, esta es mi primera comunión. He seguido el rastro de un pontífice de la "bardolatría", tal vez uno de los pocos vivos todavía hoy. Un sabio que dedico su vida al estudio de la obra de Shakespeare; el crítico norteamericano Harold Bloom, autor de un libro imprescindible sobre el universo Shakespeare: "La invención de lo humano".

Yo quería hacer un espectáculo diferente, pero estando de vacaciones en el Caribe me salieron al paso las mujeres de Shakespeare. Me prendé de Rosalinda (Como gustéis) de su ingenio triunfante, de su luz y de sus respuestas. De Catalina (La fiera domada), de Beatriz (Mucho ruido y pocas nueces") y de Julieta, tan sublime que te hace sentir culpable de albergar cualquier sentimiento de ironía (por la edad, se entiende) o de escepticismo frente a la inocente plenitud absoluta del amor romántico. En fin, las amo. Y pienso que no es difícil amarlas si se las conoce. 











6 de marzo de 2013

La Declaración de Salamanca


La Declaración de Salamanca sobre necesidades educativas especiales
1994


“Porque no hay comienzo
que continuación no sea,
y el libro del acontecer
está siempre abierto a la mitad”

Wislawa Szyymboska









DECLARACION DE SALAMANCA
y
MARCO DE ACCION
PARA LAS NECESIDADES EDUCATIVAS ESPECIALES

Los delegados de la Conferencia Mundial sobre Necesidades Educativas Especiales, en representación de 92 gobiernos y 25 organizaciones internacionales, reunidos aquí en Salamanca, España, del 7 al 10 de Junio de 1994, por la presente reafirmamos nuestro compromiso con la Educación para Todos, reconociendo la necesidad y urgencia de impartir enseñanza a todos los niños, jóvenes y adultos con necesidades educativas especiales dentro del sistema común de educación, y respaldamos además el Marco de Acción para las Necesidades Educativas Especiales, cuyo espíritu, reflejado en sus disposiciones y recomendaciones, debe guiar a organizaciones y gobiernos.

Ver texto










3 de marzo de 2013

Platón, el mito de la caverna y el vasto mundo digital de nuestros niños y adolescentes

José Antonio Luengo


“Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad.
El mundo solo tendrá una generación de… perdidos o desconectados”
Albert Einstein

En el Libro VII de la República, Platón nos presenta el mito de la caverna. El mito de la caverna, cargado de imágenes metafóricas, describe a unos hombres que desde niños fueron encadenados para vivir en el fondo de una cueva, dando sus espaldas a la entrada de la cueva. Atados de cara a la pared, e imposibilitados para poder ver otra cosa que no sea la pared de la caverna sobre la que se reflejan modelos o estatuas de animales y objetos que pasan delante de una gran hoguera. Estos hombres encadenados consideran como verdad las sombras de los objetos. Debido a las condiciones y naturaleza de su prisión se hallan condenados a tomar únicamente por ciertas y reales todas y cada una de las sombras proyectadas ya que no pueden conocer nada de lo que en realidad sucede a sus espaldas.


Con la ayuda de un hombre superior uno de los hombres huye, el camino a la salida es difícil pero finalmente sale a la luz del día. Se siente deslumbrado, dolorido, no puede apenas abrir los ojos. Espera, tiene necesidad de hacerlo. Hasta que sus ojos pueden empezar a vislumbrar lo que a su alrededor late y vive con rotundidad. Consigue al final, ver. Y sus ojos se llenan de lágrimas. De emoción. Al descubrir un mundo desconocido. El que realmente brota de cada rayo de sol, el que se alimenta del agua de lluvia, el que se ilumina cada mañana entre mágicos temblores de luz y calor. Entonces se da cuenta de que ha vivido engañado, atado a las imágenes reflejadas en el fondo de la cueva. Imágenes sin corazón ni vida. Regresa a la caverna diciendo a sus antiguos compañeros que las únicas cosas que han podido ver hasta ese momento son sombras y apariencias y que el mundo real les espera en el exterior. Sus compañeros le toman por loco y se resignan a creer en su realidad, la realidad de las sombras que se reflejan en el fondo de la caverna. 

Platón nos explica el mundo de las ideas y cómo se puede llegar a él, para comprobar que todo lo que se ve en la caverna solo es un reflejo de la verdadera realidad. El mundo de sombras de la caverna simboliza para Platón el mundo físico de las apariencias, es decir el mundo sensible, en el que captaríamos únicamente, las sombras de la verdadera y perfecta realidad, que está en otro mundo, invisible a nuestra percepción sensible. En nuestra caverna. En nuestra habitación.  En nuestro santuario. Salir al exterior de la caverna simboliza la transición hacia el mundo real, el acceso de a un nivel superior de conocimiento. El exterior es el mundo del pensamiento, el mundo de las Ideas. De la razón.

¿Podemos llegar a ser confusos y distraídos(*) esclavos[1] del (y en el) vasto mundo digital que rodea y condiciona nuestra vida, comunicación y relaciones? El mundo es inconcebible hoy sin las posibilidades, y también rigores, de los procesos complejos que dan forma, secuencia y recorrido a los parámetros y coordenadas tecnológicas que, de una manera manifiesta y creciente, ordenan, capitalizan y organizan la vida del ser humano. En muy poco tiempo, hasta las más insignificantes consecuencias. Hace muy poco tiempo, imaginarse un mundo en el que un simple dispositivo digital, no más grande que la palma de nuestra propia mano, podía llegar a instrumentar gran parte de las acciones que dan cuenta de nuestro día a día, en los diferentes contextos que constituyen nuestra existencia, hubiera representado una utopía posible, sin duda, pero alejada de las coordenadas espacio-tiempo en las que uno entiende que, razonablemente, va a estar por estos lares y, por supuesto, sentirse vivo. Vivo y activo. Una utopía posible en el tiempo, si bien lejana, probablemente, en el escenario cognitivo que configura los límites que captamos, cada uno de nosotros, como inherentes a nuestra existencia. Bueno, sí, pero lo verán otros… Hemos podido llegar a pensar.

Un suspiro. Casi un pestañeo. Una inspiración. Cerramos los ojos. Un instante, un momento. Y ahí está. El futuro ha llegado. Está con nosotros. Se mezcla con nosotros. Nos cambia la cara, el estilo, la mirada y, por supuesto, el presente. El ahora de cada uno, de cada cosa, de cada gesto, de cada acción. Está ahí, activo, omnipotente. Forma parte de nuestra existencia, se pega a nuestra piel. Ilumina nuestra vida. Configura nuestras acciones. Las hace ágiles, en el tiempo y en la forma. Todo es accesible. Está ahí, al alcance de nuestra mano. Nunca mejor dicho. A golpe de tecla, de clic, de movimientos rápidos y coordinados de nuestros dedos. 

A golpe de dedo, todo instantáneo (**) casi sin darnos cuenta, navegamos por Internet, consultamos los periódicos, nos mantenemos conectados con amigos en nuestros perfiles de red sociales, usamos los mapas, revisamos el correo electrónico, mandamos mensajes, leemos un libro, vemos una película, hacemos fotos, escuchamos música, jugamos a videojuegos, agregamos notas y consultamos el calendario,  revisamos nuestras cuentas bancarias, escribimos en nuestro blog, grabamos un vídeo o, incluso, mandamos imprimir un documento o enviar un fax. ¡Ah!. Y hasta hablamos por teléfono.

Sin obviar la profundidad de la brecha digital que distancia de manera insondable determinados estratos y estructuras sociales, ámbitos geográficos o escenarios de actitud o aptitud, generando abismos cada vez más infranqueables de incomunicación, influencia y protagonismo, las posibilidades del mundo digital y sus herramientas esenciales -dispositivos, aplicaciones, programas y procesos-, han modificado de manera sustantiva la vida de hombres y mujeres, su cotidiano estar, ser y manejar sus cosas, tareas, tiempos y destrezas. Todo, incluso, hasta en la cama (***).

Adultos con nuestras vidas, metidos en mil historias, mil cosas, responsabilidades, trabajo, pareja, ser padre o madre, hijo o hija. Entrando, como podemos (a veces podemos, parece, mucho) en un mundo que nos es distante, y nos mira con recelo. Nosotros, los adultos, no somos de este mundo; hemos llegado a él y lo usamos. Para nuestras necesidades. Pero no le pertenecemos. Entrando, como podemos en un mundo que, dicen los expertos, es el mundo de la generación digital, de los que han nacido en él. Los nativos digitales[2], dicen. Nacidos, casi, en otro universo, al menos en otro país, forjados en la hoguera de otro idioma, otras claves. Un nuevo código con el que comunicarse con los otros, pero, y esto es importante, un código para ser. Un singular cableado neuronal.[3] Para ser persona, creer, pensar, decir, estar, interpretar y, sobre todo, comunicarse, relacionarse, estar con otros…

Son, por tanto, nuestros niños, adolescentes y jóvenes, nacidos en otro mundo, habilitados casi por imposición de mano, en un escenario para la comunicación y la información que, parece, cambiará el mundo para siempre. La mirada cara a cara y el abrazo en un segundo plano. Para siempre, tal vez. Y la caricia, y la sonrisa directa, clara, abierta, explícita. Y, tal vez, las pipas, mientras se pasea, por el parque o la ciudad. Y el cine, y el tacto de la mano que coge la nuestra. Y el refresco, la cerveza o el vino en una terraza. Mientras nos miramos, comemos patatas fritas y charlamos. Tal vez esté exagerando. 


Camino por la ciudad universitaria, en Madrid. Paseo por una de sus avenidas. Es un día de clase, casi a medio día, y los universitarios van de un lado para otro, con sus mochilas al hombro. Algunos hablan entre sí, comentando seguramente la última clase, los exámenes que vienen o han pasado, o la última fiesta del último fin de semana. No es raro, más bien al contrario, verles andar con el móvil en la mano. Y lo miran de vez en cuando, suene (o vibre) o no. Como si tuviera vida, como la si la vida, la nuestra dependiera del último sonido que alerta de que alguien quiere decirnos algo. Muchos lo manejan mientras andan, con sus dos manos, utilizando los pulgares a una velocidad extrema, mandando y recibiendo mensajes. Todo ello mientras caminan. Y se desplazan de un sitio a otro.
Andrés es hijo de un amigo mío. Un chaval estupendo, en mi opinión.  No creen lo mismo sus padres (cosas del conflicto intergeneracional), claro, que ven en él el arquetipo del adolescente insufrible. 14 años. Hijo único. Su habitación es una especie de santuario. Esto es, una especie de templo al que se acude en peregrinación y se venera una suerte de culto. Una habitación multifuncional. Multitarea. Andrés dispone de ordenador, tablet, videoconsola y un equipo de música. Que no usa demasiado, me cuenta su madre. Pasa muchas horas en su habitación, me dicen. Estudia y aprueba, cuentan. Pero apenas sale a la calle. Alguna vez los fines de semana. Pero suele recogerse en su espacio. Coloca el cartel de “no pasar, genio trabajando” y se sumerge en su particular mundo. Eso me dicen sus padres, insisto. A pesar de las muchas veces que estos le insisten que se siente con ellos a ver alguna película después de cenar, suele ver la televisión en su habitación. Los programas que él quiere, por supuesto. El streaming forma parte de su vida. De él dependen muchas conversaciones a mantener el día siguiente en el instituto. A veces consiente y se sienta con sus padres a ver algún programa. Suele hacerlo con su Smartphone en la mano, que suena y suena sin cesar (o vibra), y consulta de manera permanente. Lo peor, me dicen, es que todavía tiene la cara de decirnos que se está enterando de todo. Como cuando nos cuenta que puede hacer sus tareas escolares, oír música, estar pendiente del teléfono, revisar sus cuenta de twitter o instagram. Todo al mismo tiempo. Ah! Y es un experto jugador en red. Y no apaga nunca su móvil. Ni siquiera mientras duerme. Insisto, no obstante, me parece un chaval estupendo. Lo conozco desde chiquitín. Vive, muchas horas en su santuario, donde se produce cada día, cada tarde, cada noche, el milagro de la conectividad virtual. Su vida, dicen algunos expertos. La vida en paralelo, explican otros. La vida en un mundo nuevo, ilimitado y accesible permanentemente, señalan no pocos.

Sentados en un banco estaban hoy tres chicos. Diez u once años de edad aproximadamente. Cada uno con un móvil, de última generación. Me encuentro sentado hojeando un libro en un banco cercano a ellos durante un buen rato. Pero les miro, intentando descifrar qué hacen, qué se cuentan, curioso por la forma de relacionarse que muestran. Por lo que puedo observar, se envían mensajes, algún que otro vídeo, comentan las entradas que llegaban a sus respectivos muros, las fotos que sus colegas cuelgan, las cosas que se dicen unos de otros… Se ríen. Mucho. Se divierten. Eso parece, al menos. Durante el tiempo que estoy cerca de ellos, cotilleando lo que hacen, no se miran. Al cabo de un raro se levantan, cogen sus cosas, esparcidas en el suelo, a sus pies, y se van entre carcajadas, cada uno observando la pantalla de su fantástico dispositivo. No se miraron. Fueron veinte minutos, más o menos. Ni se miraron. Compartieron sus cosas, sí. Pero sus miradas no se cruzaron. Poco tiempo para sacar conclusiones. Tal vez. Sin embargo, nada que no se vea cada vez con más frecuencia entre adolescentes.

Nuestros pequeños, niños y adolescentes, los de ahora, no han nacido entre los 80 y 90, como decía Prensky. Son del Siglo XXI, con doce o trece años. Y crecen, vaya si crecen, en un entorno singular. Fundado en formatos digitales de información y comunicación. Es su mundo, lo sé. No quiero ni pienso en otra clave. Pero parece necesario pensar en la necesidad de equilibrio, de la proporción, de crecer en varios espacios, a diferentes velocidades, de respetar la mirada del otro, de sentirla, de leerla, de hacerla importante. De escuchar la voz, de abrazar, de besar, de acariciar, de coger la mano. De salir… a no hacer nada. De parar. De detenerte. De no estar a la última, de no saber de todo, de no ser el primero de la clase, de no ser popular, de tumbarse al sol… sin el móvil a mi lado. De salir a la calle sin él. De dormirme leyendo un libro. De apagar el ordenador. Y el móvil. Y oler y sentir el papel en mis manos mientras leo en el metro. O en la cama. Y de caminar y correr. Y saltar. Y sentarme en un banco a hablar mientras devoro un bocadillo. Y mirar las estrellas en verano y oler el mar… Sin mi móvil en el bolsillo, o al lado. O en mi mano.

No basta con nacer. Se nace en un mundo, pero se crece en él. Se madura en él, se evoluciona y progresa en él. El entorno, tal como está configurado, no basta, no debe bastar, para explicar el resultado de las cosas, la realidad que vivimos. En nuestra mente, con nuestra mente. En la mente que lee activamente, con protagonismo y convencimiento, criterio y coraje. El actor interior que razona y ve, construye y decide. Desde el conocimiento y la ponderación de lo que es y no es. De lo que puede ser. De lo que es relevante y significativo, o banal y superfluo en la vida. Este es y debe ser el espacio de la educación. Entendida ésta como construcción, como opción crítica de la propia existencia, como idea de superación y mejora, de control y autocontrol, como desarrollo del mundo emocional, del comportamiento solidario, generoso y ético. La idea de una ciudadanía digital sólida, de una educación moral intra e interpersonal y, por supuesto, social.

A veces pienso, seguro que exagero un poco, que los ahora adolescentes se van a perder algo, que nos vamos a perder algo todos. Algo sustantivo, no trivial, ni neutro. Ya se está yendo. No nos engañemos. Se está yendo parte del que supone vida real, la tangible, la que puede tocarse en cada momento. La que destila olores, perfumes de tacto. Y de contacto. La que ama el abrazo y el apretón de manos. La que escucha el corazón cerca. Latir. La que besa besando. La que mira a la cara. Y la que siente al otro, le siente cerca. Le siente vivo. Caliente. A su lado. No sé qué diría Platón de todo esto.

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De interés

Aulas sin ordenador en Silicon Valley



¿Somos un buen ejemplo?


¿Somos un buen ejemplo (2)?
Más de la mitad de los españoles se considera adicto a Internet, según una encuesta  de marzo de 2013




[1] Completamente sometido a un deber, pasión, afecto, vicio, etc., del que es incapaz de independizarse
[2] Término fue acuñado por Marc Prensky

Informe efr Conciliación de la vida familiar y laboral y bienestar en la infancia

Informe efr Conciliación de la vida familiar y laboral y bienestar en la infancia

Ver Informe



Informe que plantea analizar la relación existente entre la conciliación de la vida familiar y laboral y el bienestar de la infancia. Aunque quizás parezca obvia se echan de menos análisis y estudios pormenorizados que identifiquen, analicen y evalúen las relaciones causa-efecto. 

El  Informe del Observatorio efr se puso en marcha con el objeto de establecer el marco conceptual entre la conciliación de la vida familiar y laboral, o mejor aún, los efectos que su ausencia provoca y el bienestar físico y emocional de la infancia (alimentación, descanso, comportamiento…), su rendimiento escolar (dificultades, fracaso o abandono escolar) y su interacción con su entorno social y con los medios de comunicación (tv, internet, redes sociales, etc).



2 de marzo de 2013

Deporte y solidaridad


Ver




Deporte y solidaridad
José Antonio Luengo

Revista del Getafe Club de Fútbol

Esta sección pretende dar unas pautas, una forma y una orientación a todos los jóvenes y niños que día a día trabajan en nuestro fútbol base. Además de ellos, pretende llegar a todos aquellos que por interés acceden a esta sección, y que puedan contar con esa formación personal y que sirva de ejemplo para seguir en esa formación importante que es la persona.

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El acoso escolar y la convivencia en los centros educativos. Guía para las familias y el profesorado

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José Antonio Luengo Latorre es Catedrático de Enseñanza Secundaria de la especialidad de Orientación Educativa. Es Decano-Presidente del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y Vicepresidente primero del Consejo General de la Psicología de España. Licenciado en Psicología. Habilitado como Psicólogo Sanitario por la CM y experto en Psicología Educativa y en Psicología de la actividad física y del deporte (Acreditación del Consejo General de la Psicología de España).. Desde octubre de 2002, ocupó el cargo de Secretario General de la Oficina del Defensor Menor en la Comunidad de Madrid y desde julio de 2010 fue el Jefe del Gabinete Técnico del Defensor del Menor, hasta la supresión de la Institución, en junio de 2012. Ha sido profesor asociado de la Facultad de Educación de la UCM y de la UCJC. Es profesor invitado en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid. En la actualidad es psicólogo de la Unidad de Convivencia. Coordinador del Equipo de apoyo socioemocional, dependiente de la Subdirección General de Inspección Educativa de la Consejería de Educación de la CM. Twitter: @jaluengolatorre

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