30 de enero de 2014

Indefensión aprendida

Indefensión aprendida
José Antonio Luengo Latorre



Hace unos días me dieron una referencia en YouTube. Un enlace de los miles y miles que se cuelgan cada día. Sobre mil y una cosas. Hay de todo. Y algunas son de llamar la atención.  El enlace me llevó a un vídeo colgado hace ya tres años. Indefensión aprendida. Así se titula el vídeo. Apenas cinco minutos de lo más ilustrativos. 

Una profesora es capaz de inducir indefensión aprendida a un grupo de alumnos en sólo cinco minutos. Un aula, una profesora. Un grupo de alumnos. Una tarea sencilla. Cinco minutos. Suficientes para vivir en directo lo que, con toda probabilidad, forma parte de un buen número de malas prácticas en nuestra educación. En las aulas que ocupamos junto a nuestros alumnos y alumnas.

El concepto de indefensión aprendida fue acuñado y desarrollado por Martin Seligman, a finales de los 60. Y da cuenta de un estado psicológico y emocional en el que un sujeto llega a creerse incapaz de modificar, mediante su conducta, la situación poco placentera en la que se encuentra. Su lectura de la situación viene a situarle en un triste da-igual-lo-que-haga-que-no-voy-a-conseguir-salir-de-esta…

Seligman desarrolló sus primeros experimentos con animales, tratando de encontrar una clave básica de la conducta de abandono, de irse de la escena, o mejor, quedarse y dejar de hacer, dejar de probar, de intentarlo, cuando lo que hago no tiene ningún efecto positivo. Los resultados de sus experimentos fueron rápidamente aplicados a un buen número de situaciones en las que los seres humanos podemos encontrarnos con cierta frecuencia.

La teoría de indefensión aprendida se ha relacionado habitualmente con trastornos como la depresión clínica y otras enfermedades mentales resultantes de la percepción de incapacidad para controlar las variables y el resultados de una situación. ausencia de control sobre el resultado de una situación. Pero tiene un anclaje clarísimo en otros escenarios; alguno especialmente cercano a todos nosotros en la actualidad como el contexto político en una situación de crisis alarmante e interminable. No es infrecuente sentir, y expresar, eso de que haga lo que haga no puedo salir del agujero en que estoy metido. Millones de personas, de diferentes edades e incluso de entornos sociales diversos, han visto pasar ante sus ojos una especie de tsunami que ha terminado por engullirlos. Después de zarandearlos, de un lado a otro. Golpearlos y tumbarlos. Pisoteados y dejados, inexorablemente, a su suerte. Y así, en muy poco tiempo, han visto sus vidas sumidas en una especie de pozo insondable del que, pues eso, hagan lo que hagan, son incapaces de escapar. Las paredes húmedas, resbaladizas. El ojo de luz, lejos, muy lejos. Allá en lo alto. Donde se asoma gente que habla de aprovechar las oportunidades y de sueños. De esfuerzos y agujeros en el cinturón. En no sé que cinturón, por cierto. O sí lo sé. Para morirse, vaya. Algunos lo hacen.

La derivada de estas situaciones, en el caso de los que tenemos la suerte de no caer en pozos abisales (allá donde no llega la luz del sol, y la tristeza y el dolor arrugan la piel y el alma) es un síndrome también conocido; y fácilmente aplicable a este tipo de circunstancias: el síndrome de virgencita, virgencita, que me quede como estoy… Se trata de un estado, cercano al estado de shock. De conmoción adaptativa. De susto inacabable. Vamos perdiendo opciones, como ciudadanos y sociedad, y viendo cómo se escurren entre nuestros dedos, derechos y condiciones conseguidas tras muchos años de esfuerzo y dedicación. De muchos. Para muchos.

Y ocurre tanto y de forma tan fulminante que llegamos a nuestras casas con la sensación de que cualquier cosa puede pasar. No estamos en ese insondable pozo del dolor inacabable. Tenemos suerte. Mucha. Pero observamos (llevamos observando desde hace algunos años) un inacabable proceso de descomposición de tejidos esenciales en la organización social, desviando nuestro norte del razonable equilibrio social al que siempre hemos de aspirar como sociedad, como ciudadanos.

Y es ahí donde surge el síndrome citado. Como un conjunto de síntomas. Por ello es un síndrome. Síntomas que son poses, argumentos, posiciones ante la vida, miradas al exterior, o a nuestro interior… Interpretaciones. Argumentos. De tertulianos. Del tipo mejor me callo, o paso desapercibido. Mejor no me meto. O, incluso, síntomas aun más paradójicos. Como, por ejemplo, tampoco estamos tan mal, las cosas cambian (en este caso, para mal), tampoco es para tanto. O algunos especialmente crueles, como bueno, para eso está la economía sumergida…

Y el éxtasis del síndrome viene representado por la sensación de que cuando te devuelven la cuarta parte de lo que te han arrancado de las manos… ¡hasta tienes que alegrarte! Virgencita, déjame como estoy… Ese es el escenario. En ese contexto.

Pero el vídeo del que hablaba (que me he ido), tiraba hacia la educación. Hacia lo que trasmitimos, y cómo lo trasmitimos en las aulas. Hacia el complejo mundo de las relaciones entre profesores y alumnos. Al siempre difícil proceso en el que se desarrolla la enseñanza y el aprendizaje.

Llevo tiempo trabajando con alumnos de magisterio. Y resulta apasionante poder trasmitirles, explicarles, debatir con ellos sobre las funciones de los maestros y profesores en el día a día en las aulas, en las escuelas e institutos. Hablar sobre el fenómeno del fracaso escolar, o sobre la influencia del entorno familiar en los resultados escolares. Y sobre los resultados escolares, el éxito y el abandono prematuro. Sobre el absentismo. O mejor, los absentismos. Resulta interesante objetivar con hechos, números, estadísticas y comparaciones.

Y resulta un lujo poder reflexionar sobre el papel del docente en la enseñanza. Y en la educación. Y entiendo un lujo poder poner encima de la mesa la responsabilidad que atesoramos en las distancias cortas. En cada relación, casi en cada mirada. En cómo reaccionamos ante el error. En cómo tratamos el error, la equivocación. En cómo entendemos y trasmitimos la idea del éxito y del fracaso. En cómo abordamos el tropiezo, y la caída. En el valor que damos a las emociones en el proceso. En la necesidad de trasmitir confianza. Y afecto. En nuestro rol como educadores. Sí, también como educadores.

Entre los alumnos, cuando exploramos, con cariño y sensibilidad, no es infrecuente encontrar quien vivió, precisamente, la bofetada del rincón. El rincón de los torpes, de los que no saben, de los que no pueden. Y la crueldad de la profecía autocumplida. Y con ella, el puente de plata hacia ninguna parte. Camino del pelotón de los que nunca llegarán. Y ese alumno se atreve. Y lo cuenta en clase. Y expresa lo que vivió, lo que lloró. La sensación de no poder, de no saber, de no ser nada. Hasta que otro profesor, o profesora, supo mirar con otra perspectiva. Y ver así el nudo de las posibilidades. Hecho un ovillo. Triste y olvidado. Y sustentarlas en la confianza, en el apoyo, en el elogio, en la escucha, en el abrazo, en el apretón de manos, en la sonrisa cómplice. Y lo cuentan. A sus compañeros. Y a veces lloran. Y tras las palabras viene el silencio. Vuelven a su sitio en la clase. Y se sienten que debían decirlo. Contarlo. Ahora quieren ser maestros. O maestras. Esos días uno vuelve a casa con la sensación de haber contribuido, un poco. A que entiendan parte de lo que van a tener que estar pendientes. Muy pendientes.

El vídeo merece la pena. Cinco minutos. En ese tiempo somos capaces de trasmitir a nuestros alumnos que hagan lo que hagan va a servir de poco. Enseñar que-no-vas-a-poder no es, precisamente, algo inhabitual. Pensar en ello es imprescindible. Por nuestros alumnos y alumnas. Por nuestra profesión. Por la sociedad de la que formamos parte.







21 de enero de 2014

MANIFIESTO DEL COLEGIO SOBRE EL ANTEPROYECTO DE LEY DE RACIONALIZACIÓN Y SOSTENIBILIDAD DE LA ADMINISTRACIÓN LOCAL Y EL PAPEL DE LOS PSICÓLOGOS




MANIFIESTO DEL COLEGIO SOBRE EL ANTEPROYECTO DE LEY DE RACIONALIZACIÓN Y SOSTENIBILIDAD DE LA ADMINISTRACIÓN LOCAL Y EL PAPEL DE LOS PSICÓLOGOS
El Anteproyecto de Ley para la Racionalización de la Administración Local (APLRSAL), que modificaría la ley 7/1985, de 2 de abril, reguladora de las bases de Régimen Local, viene suponiendo en estos últimos meses un contenido de intenso debate en el contexto de las organizaciones políticas y de las Instituciones de la Administración en general. La posibilidad, cada vez más cercana, de que se modifique, de manera sustantiva, el actual desarrollo en la ejecución de competencias y servicios en materias tan relevantes como la educativa o la social, con especial implicación en el marco competencial autonómico y municipal, ha suscitado una notable controversia que, lejos de asociarse exclusivamente a posiciones partidarias, se transversaliza en todos los ámbitos de debate profesional sobre modelos de servicios, por encima de idearios, siglas y planteamientos de partido.

En este contexto, y a la vista y consideración de no pocas manifestaciones de colectivos específicos integrados en las actuaciones municipales en el ámbito de la psicología educativa y social, la Junta de Gobierno del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, quiere poner de manifiesto su preocupación por la posible repercusión cuanti y cualitativa que el articulado del citado Anteproyecto, próximo a su definitiva aprobación, tendría en la labor que los citados profesionales, dependientes de diferentes estructuras de las corporaciones locales, vienen realizando desde hace ya treinta años en los citados marcos de desarrollo profesional.

Consecuentemente, con lo expresado, la Junta de Gobierno del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid,


MANIFIESTA


ALEJADOS DE POSICIONES POLITICAS PARTIDARIAS

Alejados de posicionamientos políticos y partidarios, el Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid entiende imprescindible que las funciones desarrolladas por los psicólogos en el ámbito competencial municipal no se vean afectadas de manera negativa, ni en aspectos cuantitativos (recursos y efectivos) ni cualitativos (funciones, competencias, ámbito de actuación y cercanía a los ciudadanos). Todo ello, siempre en el contexto de valoración argumentada del trabajo realizado hasta el momento, alejándose de posiciones autocomplacientes.

Sin perjuicio de la legitimidad del Gobierno no solo para tomar decisiones en materia de distribución de competencias entre las diferentes administraciones, sino, especialmente, para arbitrar fórmulas que permitan la ejecución de sus responsabilidades con escrupulosa observación a parámetros de eficiencia y racionalización presupuestaria, consideramos máxima incuestionable que el desarrollo de políticas preventivas y de actuación en materia educativa y social no debe interpretarse en ningún caso como escenario de gasto sino más bien de inversión.

Es necesario subrayar la necesidad de la psicología y de los psicólogos en contextos y formatos de atención interdisciplinares, facilitadores de cohesión social y de acuerdo, en todo caso, con los principios de eficacia, jerarquía, descentralización, desconcentración y coordinación (art. 103.1 de la CE).

LA PSICOLOGÍA EDUCATIVA EN EL ÁMBITO COMPETENCIAL MUNICIPAL

En los últimos 30 años, los Ayuntamientos, en un claro servicio de acción colaborativa y complementaria en el desarrollo de las competencias educativas, han venido actuando e interviniendo en este marco, bien en los centros educativos, bien a nivel comunitario, a través de múltiples iniciativas agrupadas en diferentes áreas, todo ello, en el marco de una intervención interdisciplinar, si bien con la específica intervención de psicólogos educativos que han formado y forman parte de las plantillas municipales: (1) Programas de escolarización; (2) Programas de participación en la comunidad educativa; (3) Programas de prevención y apoyo a los dificultades escolares, sociales y personales en la infancia y adolescencia; (4) Programas de mejora y extensión de servicios educativos; y (5) Programas de naturaleza complementaria: educación de adultos, escuelas de música, programas de cualificación profesional inicial.

En el marco de la Ley 7/85 de LRBRL y de otras disposiciones normativas de diferente naturaleza y ámbito de referencia, este tipo de acciones han permitido que las administraciones locales, como administración más próxima al ciudadano, hayan desarrollado líneas de actuación sensibles y pertinentes a la evolución y transformación experimentada por la sociedad, y, en no pocas ocasiones, en fructífera colaboración con la administración autonómica. El enunciado del APLRSAL plantea la eliminación de las competencias municipales en materia educativa que otorga la actual LRBRL en su artículo 25.2.n, salvo su participación en la vigilancia del cumplimiento de la escolaridad obligatoria, y, asimismo, impide que los Municipios, por decisión propia y exclusiva, puedan realizar actividades complementarias de otras administraciones, relativas a la educación, como consecuencia de la desaparición completa del artículo 28 en el nuevo texto planteado.

Este nuevo marco competencial suprime, prácticamente en su totalidad, las actuales competencias educativas de los ayuntamientos, reduciendo la posibilidad de asumir funciones impropias, tal como se refleja en el artículo 27, a una delegación expresa estatal o autonómica para poder llevar a cabo, exclusivamente, actuaciones relacionadas con las escuelas infantiles y en actividades complementarias en centros docentes. La actuaciones implementadas en los contenidos señalados ha sido gestionada por Psicólogos educativos que ejercen su profesión en la estructura organizativa de los ayuntamientos, y ha representado un ejercicio de responsabilidad en el desarrollo de los principios de complementariedad y concurrencia de ámbitos competenciales, incidiendo de modo singular en la ejecución de programas de intervención preventiva y comunitaria, muy cercana a las necesidades de los ciudadanos; todo ello con un marcado carácter interdisciplinar, y, especialmente, en paradigmas de red de servicios. En este sentido, apelar a la pertinencia de la continuidad de tales servicios, algunos de los cuales se especifican seguidamente y gestionados por psicólogos educativos, no parece aventurado ni desproporcionado.

LA PSICOLOGÍA DE LA INTERVENCIÓN SOCIAL EN EL ÁMBITO COMPETENCIAL MUNICIPAL

Asimismo, la redacción del Anteproyecto de Ley que es de referencia no señala la atención primaria del Sistema de Servicios Sociales como una competencia propia de las corporaciones locales, siendo ésta una circunstancia de gran relevancia y que afecta de manera decisiva a la configuración y estructura de un sistema, el de Servicios Sociales Municipales, que ha permitido el sostenimiento esencial y prioritario del actual estado del bienestar, constituyéndose desde hace más de 30 años en el cuarto pilar del mismo, junto con el sistema de pensiones, sanidad y educación.

El texto del APLRSAL hace referencia a los Servicios Sociales municipales especificando competencias ligadas exclusivamente a los procesos de detección y derivación de situaciones específicas, y, de modo explícito, establece en la nueva redacción del artículo 27.2 de la Ley de Bases de Régimen Local, que: "la Administración del Estado y las de las Comunidades Autónomas podrán delegar,..., en los Municipios de más de 20.000 habitantes, entre otras, las siguientes competencias: apartado c. Prestación de los servicios sociales..."

Los Servicios Sociales de competencia municipal representan el pilar esencial de gestión pública más cercana a los ciudadanos para garantizar el acceso a sus derechos sociales; y, por supuesto, suponen la estructura más significativa del conjunto de políticas sociales en el ámbito local. Es bien conocido el recorrido de las administraciones locales en el desarrollo de servicios y programas que garantizan la cobertura de las necesidades sociales más prioritarias de los ciudadanos. En los últimos treinta años se ha desarrollado e implementado una estructura capaz, estable y flexible, vertebrada con gran solvencia técnica y recursos modestos en torno a la configuración de un marco de atención social rápida y eficaz, de gran proyección social y reconocimiento de la población.

En este contexto de servicio a los ciudadanos, los psicólogos de la intervención social representan un baluarte de gran significación gracias al despliegue del ejercicio profesional y de competencias y herramientas de trabajo de gran utilidad en los sistemas de prevención, detección, valoración y atención a las necesidades sociales de los ciudadanos, especialmente las de aquellos con mayor carencia de recursos. Una sociedad en permanente cambio como la española precisa de servicios y de profesionales que, al abrigo de programas y recursos altamente especializados, permitan dar respuesta a las muy diversas necesidades, de orden social, que aquélla va configurando sin demasiadas opciones para la reflexión sobre el recorrido que como colectividad llevamos. La psicología de la intervención social supone un marco esencial para la configuración de adecuadas respuestas a estas nuevas necesidades de la población, muy ligadas a situaciones desfavorecidas, a las poblaciones de riesgo, y a contextos de desprotección y de alta vulnerabilidad social. El ejercicio de estos profesionales, enmarcados en proyectos y programas estructurados en red e interdisciplinares se ubica en el núcleo mismo de los procesos más relevantes para la respuesta efectiva y ágil, sin perder de vista los mecanismos destinados a la prevención en su estructura más primaria.

CONCLUSIONES

Por todo lo expuesto, parece necesario considerar la necesidad de apelar a principios esenciales de sostenibilidad de programas eficaces y cercanos a las necesidades evidenciados por los ciudadanos, con la necesaria argumentación a favor del papel decisivo desarrollado por los profesionales de la psicología en los mismos. En este contexto, consideramos imprescindible que el texto de la futura Ley contemple la necesidad de que las Administraciones competentes en materia educativa y social garanticen la continuidad de los servicios relativos a contenidos y ámbitos como los señalados que, desde la entrada en vigor de la vigente Ley, han sido desarrollados por las entidades locales de manera eficaz y cercana a las necesidades de los ciudadanos con la participación inestimable de los profesionales de la Psicología.

16 de enero de 2014

Campaña de Telefónica contra el ciberbullying

Campaña de Telefónica contra el ciberbullying


Noticia de la Universidad Camilo José Cela

http://www.ucjc.edu/2014/01/el-profesor-de-la-ucjc-jose-antonio-luengo-participa-en-una-campana-de-telefonica-contra-el-ciberbulling/




Ver noticia en web de Telefónica





Entrevista a José Antonio Luengo
José Antonio Luengo Latorre
Profesor de la Universidad Camilo José Cela.
Es Licenciado en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid. Es Funcionario docente, perteneciente al Cuerpo de Profesores de Enseñanza Secundaria. Es especialista en Psicología Educativa y experto en Atención Temprana e Intervención en centros educativos problemáticos. En la actualidad presta sus servicios como Asesor Técnico Docente en la Consejería de Educación. Durante los últimos diez años, desarrolló su actividad profesional en el Defensor del Menor en la Comunidad de Madrid, como Asesor Técnico, Secretario General y, durante los últimos dos años, Jefe del Gabinete Técnico de la Institución.
Es Profesor Asociado en la Universidad Camilo José Cela de Madrid. Es, asimismo, miembro del Consejo Asesor de la Cátedra “Derecho y Menores”, de la Universidad Pontifica de Comillas, Profesor del Centro Integral de Formación de Seguridad y Emergencias (CIFSE, Policía Municipal del Ayuntamiento de Madrid) y Director Asociado de la Revista Psicología Educativa del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid.
Autor de numerosas publicaciones sobre el sistema educativo, la atención temprana y la psicología del desarrollo infantil y de la adolescencia.

10 de enero de 2014

Mucho Facebook, ¿poca concentración?

Mucho Facebook, ¿poca concentración?
Publicado en El País, lunes 11 de noviembre de 2013



Pasamos muchas horas pegados a una pantalla. Por trabajo, pero cada vez más por placer, porque es útil para comunicarnos, nuestra prioridad. Comprobar si hemos recibido un nuevo mensaje electrónico (cosa que solemos hacer varias veces al día, obsesión recientemente bautizada como infobesidad), mantener varias conversaciones en grupo por WhatsApp, consultar confesiones y noticias a través de Facebook, Twitter y otras redes sociales… Y lo hacemos en todo momento: mientras vemos la televisión, comemos o incluso en plena obra de teatro (algunos teatros optan, en ocasiones, por permitir el uso del móvil durante la función para que compartan lo que ven en redes sociales)...


Ver le reportaje pinchando aquí




http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/11/10/actualidad/1384115247_184450.html

4 de enero de 2014

Redes sociales

José Antonio Luengo


Sin imaginar la posibilidad de vivir sin nuestro smartphone o nuestro ordenador. La opción de pasar un día desconectado del mundo, de mi mundo, o mejor, de mi mundo en la red, se torna casi una tortura, un pensamiento a evitar, del que huir. Pensarlo, aunque sea solo unos instantes, causa tanto desasosiego que evitamos, incluso, tal posibilidad. Conectados, en red. Con los otros, con la red de relaciones que hemos ido configurando. Redes que funcionan desde la noche de los tiempos y que en los nuestros, en el aquí y ahora, adquieren simplemente una configuración especial y singular. La que viene derivada de la inabarcable capacidad de despliegue que suponen las TIC en el momento actual y que, con seguridad, adquirirán en poco tiempo, formatos y opciones de desarrollo impensables actualmente. Christakis y Fowler exponen con gran claridad los principios que explican por qué los vínculos, siempre, pueden hacer que el todo sea mayor que la suma de las partes. En su libro “Conectados” (2010) los citados autores argumentan estos principios en cinco sencillas reglas: (1) Somos nosotros, los seres humanos, los que damos forma a nuestra red: organizamos y reorganizamos nuestras redes sociales continuamente. Por un lado, tenemos una tendencia natural a conectar con personas que se parecen a nosotros, que piensan como nosotros, que están, ordinariamente, donde pasamos tiempo nosotros. Y, por supuesto, podemos influir  sobre la estructura de las redes que formamos. (2) Nuestra red nos da forma, también, a nosotros: el lugar que ocupamos en la red nos afecta de manera sensible. La vida sin amigos no tiene nada que ver con la vida que podemos desarrollar si gozamos de amistades en diferentes contextos. Que nuestros amigos y otros contactos sociales de la red sean amigos también es especialmente relevante para nuestra experiencia vital. Asimismo, el número de contactos de nuestros amigos y de nuestra familia es muy relevante. Cuando mejoran las conexiones de las personas con quienes estamos conectados, se reduce el número de pasos que hay que dar entre diferentes personas para alcanzar a otra persona en la red. (3) Nuestros amigos influyen de manera decisiva en nosotros: opiniones, ideas, argumentos, tendencias… Aquello que navega por las conexiones es crucial en nuestras vidas. (4) Los amigos de los amigos de nuestros amigos también nos influyen: no solo podemos identificarnos con nuestros amigos, sino con los amigos de nuestros amigos y, también, con los amigos de los amigos de nuestros amigos. (5) Las redes tienen vida propia: las redes sociales pueden tener características, objetivos y prioridades que no siempre somos capaces de controlar los miembros que las conformamos. Discurren como un tejido vivo; se alimentan de las interacciones pero van culminando hitos de forma independiente. Las circunstancias que rodearon, por ejemplo, las revueltas de la “primavera árabe” o la “revolución democrática árabe” suponen un ejemplo. La red se mueve y desplaza y no siempre es fácil conocer dónde puede ubicarse tiempo después.

Experimento de Stanley Milgram




“El célebre experimento[1] del psicólogo Stanley Milgram realizado en una acera ilustra la importancia del refuerzo de múltiples personas. En 1968 en Nueva York, en dos frías tardes de invierno, Milgram observó el comportamiento de 1.424 viandantes mientras caminaban por un tramo de acera de quince metros. Situó «grupos de estímulo» formados por desde uno hasta quince de sus ayudantes. Siguiendo sus indicaciones, estos grupos artificiales se paraban y miraban hacia una ventana del sexto piso de un edificio cercano durante un minuto exactamente. En la ventana no había nada interesante, tan sólo estaba otro de los ayudantes de Milgram. El psicólogo grabó el experimento y, a continuación, sus ayudantes contaron el número de personas que se paraban y miraban adonde miraban los grupos de estímulo. Si el 4 por ciento de los viandantes se detenía cuando ese «grupo» estaba compuesto por una persona, hasta el 40 por ciento lo hacía cuando el grupo estaba compuesto por quince. Evidentemente, que los viandantes se detuvieran o no a imitar un comportamiento tenía mucho que ver con el tamaño del grupo con que se encontraban. Un porcentaje aún mayor de peatones imitó la acción del grupo de forma incompleta: miraron adonde estaba mirando el grupo de estímulo, pero no se detuvieron. Si la mirada de una sola persona modificó la del 42 por ciento de los viandantes, la mirada de quince personas modificó la del 86 por ciento.

Más interesante que esta diferencia, sin embargo, es que el grupo de estímulo compuesto por cinco personas influyera casi tanto en el comportamiento de los viandantes como el grupo de quince. Es decir, en este escenario, los grupos compuestos por más de cinco personas casi no causaban ningún efecto nuevo en la conducta de los peatones. El dato más interesante es que los grupos de estímulo de sólo 5 personas estimulaban tanto a los viandantes como el grupo de 15. Es decir, a partir de 5 personas podemos crear un estímulo suficientemente poderoso en la gente. Un estímulo que probablemente esté detrás de muchos comportamientos colectivos, la histeria de masas o hasta la identificación positiva de ovnis y otros fenómenos sobrenaturales”.

Siempre conectados, esa parece ser la dinámica. Un niño en nuestro país pasa en torno a 175 días en su escuela. Es el número de días que, como media, se marca como referencia de presencia en las aulas en la educación obligatoria. Multiplicando esa cifra por una media de seis horas, obtenemos una cantidad de 1060 horas de presencia escolar cada año. 1060 horas en un entorno planificado. Sometido a principios de diseño y desarrollo de procesos de enseñanza y aprendizaje tasados, con un currículum definido, a los efectos siempre de adquirir unas competencias básicas al finalizar, en torno a los dieciséis años, la enseñanza secundaria obligatoria. 175 días al año, seis horas al día, siempre con maestros y profesores a su lado, trabajando juntos, capturando juntos los conocimientos, interpretando el mundo y sus características. 1060 horas en un contexto de enseñanza formal organizado y cuidado, marcado por principios esenciales de intencionalidad y planificación previas. 

En paralelo podemos observar que ese niño al que acabamos de referirnos puede pasar al año en torno a 1200 horas conectado a otro escenario de aprendizaje, un entorno virtual en el que, además de desarrollar no pocos recorridos de comunicación en redes sociales, accede a innumerables tipos de contenidos, cuando y como quiere, a golpe de simples clics en las teclas oportunas en este o aquel motor de búsqueda. 1200 horas al año embarcado en una aventura, un mundo de ventanas abiertas a prácticamente cualquier cosa. Con no excesivo control, en el mejor de los casos, por parte de sus adultos de referencia

El acceso a prácticamente cualquier contenido, a cualquier hora, con cualquier dispositivo digital. Hasta el día de hoy no ha sido complejo encontrar justificación a este tipo de situación. Niños y adolescentes, más estos que aquellos, encerrados en su habitación, en sus cosas, a sus cosas, con su aparataje digital en marcha, a toda máquina. Mientras nosotros, los adultos de referencia, estamos también a lo nuestro, a nuestras cosas. Desconocemos con exactitud qué hacen… Pero no disponemos de herramientas para saber, conocer, para conversar o dialogar. Sobre lo que hacen y por qué lo hacen. 

Pero no han sido solo Zuckerberg y Facebook los responsables de todo este proceso. Ni siquiera la evolución de las nuevas y poderosas aplicaciones. Ni los renovados dispositivos o la llegada del 4G. Ni, claro, la falta de conocimiento de los padres de lo que se les venía encima conforme sus hijos cumplían años y empezaban a utilizar aparatos cada vez más sofisticados, y a utilizar unos términos sobre cosas y objetos que hasta hace nada ni existían del mundo adulto. Ni siquiera la brecha digital, ese complejo concepto de cuatro caras (aptitudinal, geográfica, económica y actitudinal) Probablemente tengamos que apelar al escaso o nulo criterio con que los adultos hemos asumido que educar en tiempos cambiantes requiere soluciones y herramientas también renovadas. Que no basta con lo que aprendimos de lo que hicieron con nosotros cuando jugábamos en las calles, o cuando la habitación, nuestra habitación, era solo y exclusivamente un sitio para ir a dormir. Y nada más. Porque la vida se hacía en otros sitios de la casa. Y en la calle, claro está. Probablemente el problema, porque ha sido y es un problema, sea el escaso criterio con el que los adultos hemos enfrentado y afrontado la educación de nuestros hijos y alumnos en este final de siglo. Justo en este momento. Cuando ellos, nuestros niños y adolescentes disponen de una vía de entrada tan sencilla a un mundo inabordable y, en gran medida, incomprensible. Sobre todo si se accede en solitario y a determinadas edades. Y durante demasiado tiempo.



Algunos expertos en neurociencia vienen alertándonos (Small, G., y Vorgan, G., 2009) desde hace unos años de ciertos riesgos de perder el equilibrio, la proporción entre actividades y rutinas que configuran la vida de niños y adolescentes. Los adolescentes, señalan Small y Vorgan[2], desean la recompensa instantánea (…/…) Sus lóbulos frontales, no desarrollados aún por completo, a menudo dificultan su capacidad de buen juicio. Con la maduración normal y la edad, se refuerzan los circuitos neuronales del lóbulo frontal y ese juicio mejora. Desarrollamos una mayor capacidad de retrasar la recompensa, de considerar los sentimientos de los demás, de situar las cosas en perspectiva y de comprender el peligro que pueden entrañar determinadas situaciones. Lamentablemente, parace que la obsesión actual por la tecnología informática y los videojuego está atrofiando el desarrollo del lóbulo prefrontal de muchos adolescentes, de lo que se resienten sus habilidades sociales y de razonamiento. Si los jóvenes siguen madurando de este modo, podría ocurrir que los caminos neuronales de su cerebro nunca lograran estar al día. Es posible que se quedaran encerrados en un cableado neuronal que permaneciera estancado en un nivel sentimental inmaduro y ensimismado, durante todos sus años de madurez.



[2] El cerebro digital (Small, G. y Vorgan, G.) Citado en bibliografía (pág. 48)





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José Antonio Luengo Latorre es Catedrático de Enseñanza Secundaria de la especialidad de Orientación Educativa. Es Decano-Presidente del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y Vicepresidente primero del Consejo General de la Psicología de España. Licenciado en Psicología. Habilitado como Psicólogo Sanitario por la CM y experto en Psicología Educativa y en Psicología de la actividad física y del deporte (Acreditación del Consejo General de la Psicología de España).. Desde octubre de 2002, ocupó el cargo de Secretario General de la Oficina del Defensor Menor en la Comunidad de Madrid y desde julio de 2010 fue el Jefe del Gabinete Técnico del Defensor del Menor, hasta la supresión de la Institución, en junio de 2012. Ha sido profesor asociado de la Facultad de Educación de la UCM y de la UCJC. Es profesor invitado en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid. En la actualidad es psicólogo de la Unidad de Convivencia. Coordinador del Equipo de apoyo socioemocional, dependiente de la Subdirección General de Inspección Educativa de la Consejería de Educación de la CM. Twitter: @jaluengolatorre

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