José
Antonio Luengo
La llegada de cada nuevo año suele
traer consigo muchos deseos entrecruzados. Deseos que entre unos y otros nos
lanzamos, casi frenéticamente, aprovechando que el año cambia y se nos va entre
los dedos el que teníamos. Lo digo, sobre todo, porque entre los dedos parece
que discurre la vida entre conversaciones y grupos de WhatsApp.
Deseos y más deseos que expresamos
a nuestro alrededor, muchas veces de modo poco personal, todo hay que decirlo.
En otras ocasiones, cuidando y madurando lo que decimos y le decimos a personas
singulares, a las que queremos decir algo especial. Porque las consideramos, a
ellas, también especiales.
Deseos y más deseos que sueñen
recoger el término sueño de modo
frecuente. Que se cumplan tus sueños… Este
suele ser un deseo habitual. Que tus sueños se hagan realidad. Que se cumplan
y, consecuentemente, que seas feliz… Tú y todos los tuyos. Palabras con la mejor de las intenciones. Referencias
a un futuro mejor, a corto y medio plazo al menos.
Lo cierto es que los sueños, en
ese escenario, hacen referencia a anhelos, a deseos, a objetivos, a propósitos.
Es decir, a proyectos que las personas deseamos ver cumplidos y cumplir así con
expectativas que un día nos pusimos en el horizonte de nuestro andar cotidiano
por la vida que tenemos. No se hace referencia, claro, a los sueños que aparecen
mientras dormimos y que, en no pocas ocasiones, se dan en forma de pesadillas. Esas
que nos despiertan sobresaltados y sudorosos. Aunque también, todo hay que
decirlo, también soñamos con cosas y situaciones que firmaríamos sin dudar para
que se dieran con frecuencia, con más frecuencia, pero en la vida real.
Pero los sueños que señalamos en
nuestras buenas intenciones se refieren a otras cosas normalmente. Curiosamente
sin saber siempre muy bien cuáles son o pueden ser los que el receptor de nuestro
mensaje atesora en su mente y corazón. Es un deseo en genérico, abierto a mil
opciones. Las que tú sientas y desees… Y estos deseos se reciben bien, con una
sonrisa en la boca y un pellizquito en el corazón. Primero porque se acuerdan
de nosotros y, también, por supuesto, porque apelan a logros por conseguir,
objetivos que cumplir. En nuestras vidas. Deseos e intenciones, que deben
hacernos pensar, lógicamente, en necesidades que vemos cumplidas o queremos ver
cumplidas en el futuro.
En 1943, el psicólogo Abraham Maslow
formuló en su Teoría sobre la motivación humana una visión
jerárquica de las necesidades humanas, argumentando
que según se van satisfaciendo las necesidades más básicas (las fisiológicas y
las de seguridad), los seres humanos desarrollamos necesidades y deseos más elevados (de afiliación,
reconocimiento y de autorrealización, por ejemplo). El planteamiento de Maslow
dibujaba una secuencia aparentemente lógica en el que unas cosas parecían llevar a
otras. Algo así como lo que
pretende argumentar la expresión latina Primum
vivere, deinde philosophare, esto es, primero vivir, después filosofar. Desde esta
perspectiva, si no disponemos de determinados mimbres básicos y esenciales en
nuestras vidas, poco habría que opinar sobre miras y objetivos más elevados. No
obstante, incluso una visión tan ordenada
de nuestros andamios mentales y
emocionales (y también de los materiales, por supuesto) no es incompatible con
la flexibilidad que la propia teoría señaló en su desarrollo. Porque las necesidades más
elevadas no surgen siempre y, en todo caso, aparecen en la medida en que las más bajas van
siendo satisfechas. La experiencia así nos lo muestra día a día. Personas que
poco tienen en lo material y son capaces de iluminar cada momento de quienes vivimos a su alrededor. Con la
sonrisa, con su manera de estar y ver el mundo, con su generosidad, incluso. Pero,
claro, esto es muy fácil decirlo. Hay que vivirlo. Y estar ahí… Por eso es
comprensible entender que, con frecuencia, apelemos más bien a la prudencia en nuestra
manera de enfocar los deseos y anhelos. pensando en lo que ya tenemos, e invocando también el dicho virgencita, virgencita, que me quede como
esté… Como temiendo desear demasiado no vaya a torcerse y colapsar lo que
en la actualidad sostiene nuestras vidas.
La gradación propuesta por Maslow
configura en cualquier caso un entendible proceso, flexible, por supuesto, pero
razonable en su exposición. Un proceso que funciona, seguramente como vasos
comunicantes, comunicando nuestros espacios, nuestras necesidades y permitiendo
la conexión profunda entre unas y otras, la permeable influencia en forma de
estado de ánimo, maneras de ver las cosas, lectura de la realidad.
En cualquier caso, los deseos
invocan objetivos, metas más o menos importantes. Que satisfacen necesidades, alimentan, según se van
cumpliendo, nuestras almas y nos permiten sentirnos más a gusto con nosotros mismos, más
enchufados, tal vez más realizados. Y, en fin, ya sabemos cómo funcionan los círculos,
tanto viciosos como virtuosos. Basta un paso en falso, un tropiezo, una caída,
para que surjan dudas que no hubieran aparecido si hubiéramos podido acertar,
mantenernos erguidos y estables. Y basta poco, a veces una simple sonrisa de alguien cercano, un
halago sencillo, un saludo sin más, para que sintamos que las cosas van y
pueden ir mejor.
Vasos comunicantes. Las felicitaciones
con las que deseamos que se cumplan los sueños que atesoran en su alma aquellos
a quienes estimamos no son simples brindis
al sol, sino más bien deseos de hacer pensar a quien nos dirigimos en
aquellas cosas que pueden situarle cerca de muchos pequeños buenos momentos,
probablemente los que nos ubican en eso que llamamos felicidad. Y esto,
afortunadamente, es algo muy personal. Pero, en el fondo, ya lo decían nuestros
mayores, salud, dinero y amor. Que es otra forma de concebir, a lo simple, la señalada pirámide
de nuestro amigo Maslow.
Y todo ello sin perjuicio de la
manida expresión cuidado con los deseos,
que a veces, a veces, se cumplen…
Pero este es otro asunto. O no. Depende.
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