11 de agosto de 2011

Adolescencia, violencia escolar y bandas juveniles


Maltrato entre iguales y promoción de la convivencia en los centros educativos: análisis y perspectiva desde la Institución del Defensor del Menor en la Comunidad de Madrid

José Antonio Luengo
Secretario General. Defensor del Menor en la Comunidad de Madrid


Información General

Imagen de portada del libro Adolescencia, violencia escolar y bandas juveniles

El maltrato entre iguales y promocion de la convivencia en los centros educativos: análisis, perspectiva y actuaciones desde la institución del defensor del menor en la Comunidad de Madrid
págs. 141-162



Maltrato entre iguales y promoción de la convivencia en los centros educativos: análisis y perspectiva desde la Institución del Defensor del Menor en la Comunidad de Madrid

José Antonio Luengo
Secretario General
Defensor del Menor en la Comunidad de Madrid


Resumen

Las situaciones de acoso y maltrato entre iguales en los centros educativos vienen alcanzando una alta notoriedad pública, motivada sin duda por la aparición en los medios de comunicación de algunos dolorosos acontecimientos que han tenido lugar en los últimos dos años y de los que la desgraciada muerte de Jokin vino a suponer el punto álgido de la visualización de un fenómeno conocido y altamente lesivo para el ordinario desarrollo emocional y social de aquellos que lo padecen como víctimas y, por supuesto, de quienes lo practican como agentes principales.

Y no es raro que hechos de esta naturaleza provoquen el desparrame de tintas y noticias,  así como el despliegue de estudios, trabajos técnicos y debates en muy diferentes ámbitos sociales y profesionales. Y no está mal, nada mal que, entre todos, manifestemos nuestro más intenso convencimiento de que es posible mejorar, de que es posible prevenir, de que es posible actuar. Porque es posible. Y es imprescindible hacerlo. Entre otras razones,
- porque parece constatado que se trata de un fenómeno demasiado frecuente en nuestras aulas.
- porque parece constatado que no ha sido precisamente un fenómeno adecuadamente abordado y tratado en los contextos en que se ha venido produciendo.
- porque se trata de un fenómeno altamente agresivo para al alumnado inmerso en sus redes: acosadores[1] y víctimas.
- porque merece la pena encontrar contextos que favorezcan de manera decidida y estable la generación de entornos de convivencia saludable en el entorno de las relaciones entre iguales, entre adultos y entre iguales y adultos en el contexto relacional propio de los centros educativos.
- porque la escuela necesita un revulsivo; precisa demostrar que es capaz, como lo ha sido siempre, de mejorar sus prácticas, aliviar sus dolores,  promover cambios sustantivos cuando las cosas no van bien, facilitar la visibilización de lo mucho y bueno que hay por nuestras aulas y pasillos.

Sin perjuicio de sus responsabilidades en todo proceso educativo, las escuelas se convierten con facilidad en paganos de las circunstancias en que se desenvuelven de forma ordinaria los marcos de organización social, el peso de las prioridades que fijamos los adultos en nuestra vida, la carga de ansiedad que soportan las sociedades llamadas avanzadas. Y el asunto del cuidado (por llamarlo de alguna manera) con que atendemos las relaciones humanas no escapa a la locura con que gestionamos la vida, nuestra vida, unos y otros. Desligar las situaciones de acoso entre iguales del desatinado clima de convivencia que podemos observar a nuestro alrededor es más o menos sinónimo de conferir al fenómeno del maltrato entre compañeros una etiología asentada en los modos y maneras de organización de la institución escolar y esto sería injusto.  Modelos familiares y sociales de trato y convivencia, respeto y manejo del poder, límites y frustraciones, equilibrio entre derechos y obligaciones están detrás, de manera sustantiva, de un buen número de situaciones  indeseables observadas entre las cuatro paredes de nuestras instituciones educativas.

Los adultos, todos, tenemos motivos para preocuparnos. Preocuparnos del modelo que proporcionamos a nuestros pequeños y no tan pequeños. Preocuparnos por nuestras actitudes cotidianas ante la frustración, por nuestro esquema de prioridades, por el ejercicio de nuestras responsabilidades de trato, atención, cuidado y educación de niños y adolescentes con los que convivimos, más allá de los lazos de sangre o competencias profesionales. Hay respuestas. Sí, cómo no. Pero ha de haberlas en todos los frentes, con responsabilidad y criterio, con tino y reflexión. Con seriedad. Y sí, los maestros, los profesores también podemos hacer más. En ocasiones, mucho más.

Algunos datos disponibles (y significativos) sobre la incidencia del fenómeno
En cualquier caso, se trata de un fenómeno real, lacerante, revestido en ocasiones de profundo dolor y consecuencias de por vida. Se trata de un fenómeno marcado, como casi todos, por gradientes de gravedad complejos de definir, sin bien existentes sin duda. La Institución viene detectando suficientes evidencias que ponen de manifiesto la necesidad de ocuparse de determinadas situaciones relacionales que, en algunos casos, dificultan de manera sensible el clima de convivencia adecuado en las instituciones escolares.

Tal como se expresa la Institución del Defensor del Menor en la justificación de un buen número de propuestas a las que posteriormente se hará referencia, la presencia en nuestros centros escolares de situaciones de acoso entre iguales (‘Bullying’) viene a significar, del total de expedientes abiertos por esta Institución sobre quejas referidas al ámbito escolar, el 11% de las mismas. Estudios con reconocimiento en la comunidad científica internacional, como los de Olweus (1989), Whitney y Smith (1983), Byrne (1993, 1994 y 1998), O’Moore y Hillery (1989), Funk (1997), Fonzi y col. (1999), Almeida (1999); así como, los trabajos de Rosario Ortega, de la Universidad de Sevilla, nos advierten de que, entre el 25% y el 30% del alumnado del primer ciclo (1º y 2º) de ESO, afirma haber sido víctima alguna vez de la agresión por parte de un compañero.

De importancia relevante debe señalarse asimismo el estudio realizado también en 2005 por el “Centro Reina Sofía para el Estudio de la violencia”. Entre los datos que el Informe publicado al respecto refiere, destaca el hecho de que, de cada cien escolares (entre los 12 y 16 años):
-“75 han presenciado algún acto de violencia escolar. La mayoría de los actos violentos presenciados (ocho de cada diez) eran de tipo emocional y la mitad de éstos eran frecuentes.
- 15 han sido víctimas de violencia escolar en general. Ocho de cada diez víctimas han sufrido, en concreto, maltrato emocional y de éstas casi cuatro lo han padecido de forma persistente.
- 3 han padecido acoso escolar en particular. Nueve de cada diez víctimas de acoso escolar han sufrido maltrato emocional y siete maltrato físico. Seis de cada diez víctimas de acoso escolar han padecido varias formas de maltrato a la vez (emocional, físico, económico y vandalismo). De nuevo, siete de cada diez víctimas de acoso escolar son chicas y cuatro de cada diez tienen trece años.
- 8 son agresores. Siete de cada diez son chicos.
- No está tan generalizada como se cree la llamada “ley del silencio”. Ni los testigos, ni las víctimas permanecen en su mayoría mudos ante la violencia escolar. Los testigos suelen intervenir y contarlo (principalmente a profesores). Las víctimas, aunque en su mayoría se inclinan por aguantar la situación, suelen contarlo (cuatro de cada diez se lo dicen al profesorado.”

¿Cuál es la situación respecto al maltrato entre iguales de los centros escolares en el ámbito estatal y en particular, en la Comunidad de Madrid? El Defensor del Pueblo y UNICEF, han llevado a cabo dos informes sobre incidencia del maltrato entre escolares de Educación Secundaria Obligatoria en todo el ámbito estatal (2000, 2007). Ambos informes muestran que el maltrato entre iguales sucede en todos los centros de secundaria, aunque no todas sus formas suceden en la misma frecuencia en cada uno.Los últimos datos recogidos acerca de las formas más frecuentes de maltrato desde la perspectiva de quienes lo sufren, indican que éstas siguen siendo la agresión verbal y la exclusión social. Existe una influencia del curso, habiendo más víctimas entre los chicos del primer ciclo, siendo también masculino el género de quienes protagonizan mayoritariamente las agresiones. Las chicas destacan tan sólo en un tipo de agresión verbal indirecta, la maledicencia.

En cuanto a los lugares donde ocurre, el aula sigue siendo el espacio en donde se producen la mayoría de las agresiones,  resultando muy llamativo el hecho de que algunas de ellas se realizan, incluso, en presencia del profesor. Son los compañeros y compañeras de las víctimas quienes protagonizan la mayor parte de las agresiones.

Cuando las víctimas comunican el maltrato, lo hacen principalmente a sus amigos. En consecuencia, es de ellos de quienes reciben más ayuda. No obstante, se destaca el porcentaje de víctimas que no comunican el maltrato a nadie (10%), así como un ligero aumento de la comunicación de su situación a las familias respecto al estudio publicado en el año 2000.

El informe “Conviven” (2006), estudio realizado por el Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, muestra datos coincidentes con el último informe nacional en cuanto a los tipos de maltrato más frecuentes informados por las víctimas: las agresiones verbales, seguidas, en menor medida, por las conductas de exclusión social y las agresiones físicas. Igualmente, este informe recoge que las víctimas recurren para pedir ayuda, en primer lugar a los amigos, siendo también de ellos de quienes la reciben. Como en los demás estudios del campo, la variable género señala a los varones como los protagonistas de las conductas de victimización, siendo las  chicas quienes más practican la modalidad de agresión verbal indirecta.

Además de estos datos coincidentes, el informe de la Comunidad de Madrid muestra un mayor porcentaje de víctimas en los dos últimos cursos de primaria en comparación con 3º y 4º de secundaria en las conductas consistentes en insultar, pegar, rechazar y amenazar.

En cualquier caso, hay que insistir, se trata de un fenómeno real y lacerante. La Institución del Defensor del Menor viene siendo testigo de las denuncias explícitas, a través del canal de comunicación que mantiene con los ciudadanos y que se concreta en un buen número de ocasiones en la apertura de expedientes de investigación de situaciones de posible vulneración de los derechos del menor. Según consta en los Informes Anuales 2005 y 2006[2], el número de casos de problemas de convivencia y acoso escolar denunciados y tramitados por el Gabinete Técnico del Defensor del Menor a la Institución se sitúa en los siguientes parámetros. 

Es evidente, no se trata de casualidades. Es evidente que el efecto provocado en los ciudadanos por la exposición intensa a los diferentes, ideas, teorías, investigaciones y debates sobre el tema en cuestión ha vehiculado un poderoso efecto llamada (con sus ingredientes básicos, a saber, aumento del estado de alerta en los adultos ante determinados indicadores, visibilidad del fenómeno y disminución de la ley del silencio ante lo observado o vivido por parte del propio alumnado), probablemente responsable de parte de la incidencia detectada, conocida y reconocida. No obstante, no podemos arrinconar la hipótesis del incremento real de casos de acoso y maltrato entre iguales en nuestros centros educativos.

La escuela como entorno a cuidar y desde el que cuidar especialmente
Es necesario reflexionar sobre la conveniencia de imprimir un cierto giro al rumbo en el que parecen haberse instalado la organización, las estructuras y las prácticas profesionales de nuestro sistema educativo. Se debe buscar cada vez más la promoción de escuelas centradas en los estudiantes. La Institución del Defensor del Menor cree en el poder y capacidad de las escuelas para cambiar las cosas, detectar los problemas, prevenir sus manifestaciones y, si es preciso, actuar consistentemente para minimizar sus efectos o, en su caso, reconducir las situaciones conflictivas hacia prácticas y experiencias saludables y constructivas. Frente a posiciones negativas que nos muestran un panorama desolador en nuestros centros y escuelas, sosteniendo que no importa ni la calidad de los medios, ni la capacitación del profesorado, ni los sistemas de dirección y organización escolar, sino la clase social o características del alumnado, hay que resaltar, por el contrario, que la escuela sí importa; puede ser decisiva. Las características de las escuelas pueden y deben marcar las diferencias. El clima escolar, en cualquiera de sus manifestaciones, no puede explicarse necesariamente ni por el contexto en que se ubican los centros, ni por el origen social o cultural de sus alumnos y sus familias. Es cierto que los centros educativos tienen influencia limitada en factores externos como son la familia, el grupo de amigos, el barrio o los medios de comunicación. Muchas veces, sin embargo, la resolución de los problemas de convivencia o violencia pasa por revisar y reformular la propia configuración de los centros educativos facilitando de manera efectiva la participación estable y operativa de la comunidad educativa en su conjunto.

Es imprescindible adoptar una serie de decisiones administrativas que, relacionadas con la financiación, organización y adscripción de recursos educativos, contemplen la adopción de medidas específicas de prevención y abordaje del acoso escolar y, especialmente, de promoción de contextos de convivencia saludable en los entornos educativo y social.

Los centros escolares pueden jugar un papel muy importante, pero no conviene olvidar que su tarea requiere un apoyo social amplio. Depositar en ellos toda responsabilidad supone una exigencia desproporcionada que desborda sus posibilidades reales de respuesta institucional. La promoción de la convivencia escolar es una tarea de todos, aunque con distinto grado de responsabilidad, según el poder y la capacidad de decisión con la que se cuenta.





[1] Sin perjuicio de las medidas que puedan adoptarse para proteger siempre al alumno acosado y maltratado (entre otras, deben señalarse las medidas planteadas por la reciente “Instrucción 10/2005 sobre el Tratamiento del acoso escolar desde el sistema de Justicia Juvenil”, de la Fiscalía General del Estado), es imprescindible reconocer también en el “acosador” a una persona absolutamente necesitada de apoyo y de respuestas educativas claras.
[2] www.defensordelmenor.org

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José Antonio Luengo Latorre es Catedrático de Enseñanza Secundaria de la especialidad de Orientación Educativa. Es Decano-Presidente del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y Vicepresidente primero del Consejo General de la Psicología de España. Licenciado en Psicología. Habilitado como Psicólogo Sanitario por la CM y experto en Psicología Educativa y en Psicología de la actividad física y del deporte (Acreditación del Consejo General de la Psicología de España).. Desde octubre de 2002, ocupó el cargo de Secretario General de la Oficina del Defensor Menor en la Comunidad de Madrid y desde julio de 2010 fue el Jefe del Gabinete Técnico del Defensor del Menor, hasta la supresión de la Institución, en junio de 2012. Ha sido profesor asociado de la Facultad de Educación de la UCM y de la UCJC. Es profesor invitado en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid. En la actualidad es psicólogo de la Unidad de Convivencia. Coordinador del Equipo de apoyo socioemocional, dependiente de la Subdirección General de Inspección Educativa de la Consejería de Educación de la CM. Twitter: @jaluengolatorre

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