"Nunca se debe desaprovechar una buena crisis" (W. Churchill).
La pandemia y el confinamiento han supuesto nuevos aprendizajes en el mundo, entre las personas y los sistemas que organizan la vida de las mismas. Es el momento de trasladar a las escuelas la parte más bella de los impactos terribles con la que esta crisis nos ha golpeado. Rodeados de dolor y sufrimiento, de fallecimientos insondables, de miedos, inseguridades y, también, de terrible vulnerabilidad económica sobrevenida, alumnos y profesores están experimentado una manera impensable de relación tan sostenida en el tiempo. Con todas las reservas y prudencia necesarias, es buen momento para reconocer el lado más positivo de lo vivido en esta relación tan profunda. Visibilizando también los espacios más oscuros ligados a las dificultades de los segmentos de la población más desfavorecida, puede ser un buen momento de vislumbrar un nuevo horizonte en los proyectos de los centros educativos.
Es preciso asentar esta manera de ser y estar en el mundo que ha visibilizado la solidaridad, el apoyo, el acompañamiento a los más vulnerables; de interpretar la vida, de relacionarnos con los demás. De vivir la convivencia, esencialmente. Las tecnologías y su uso durante todo este proceso han descubierto el lado más “humano” de las mismas. Centrado en las necesidades de relación social e interacción más emocional y basada en sentimientos. El miedo, pero también la asunción responsable de nuestros deberes, ha generado una dinámica de acciones que, de modo mayoritario, parecen haber aflorado el germen de un renovado y aún incipiente humanismo.
Es momento de apuntalar la ternura, el cariño, el afecto, el respeto, la fraternidad, la ayuda. Y, claro, es momento de trasladar esta forma de vivir a las escuelas y centros educativos. Con proyectos participativos, con planes basados en el diálogo y el aprovechamiento de conocimiento disponible en toda la comunidad educativa. Con el protagonismo de nuestros alumnos. Con la educación en ciudadanía ética, democrática, pacífica y responsable. Y rescatando todo lo bueno que hemos visto crecer en esta situación en la que, en la distancia, profesores, alumnos y familias, ha propiciado un espacio de conocimiento diferente y compartido. De guía en un nuevo marco de enseñanza-aprendizaje. Sin espacios cerrados, sin mesas ubicadas en el modo tradicional. Con las pizarras en el cielo, más bien en la nube. unidos por una poderosa e invisible cadena de trasmisión; la comunicación al servicio del trabajo autónomo.
El diálogo y la dialéctica en la base de la intervención educativa. El protagonismo del alumnado en la construcción de los saberes. Aunque también nos hemos dado de bruces con la realidad de un porcentaje de población infanto-adolescente demasiado aislada de estas posibilidades y, consecuentemente, más desfavorecidos y vulnerables que nunca. Un agujero negro que es necesario explorar y abrir a las luces del conocimiento.
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