31 de octubre de 2011

Un mundo mejor, nuestro pequeño mundo.


Podemos darle vueltas y vueltas al pensamiento, a la idea, al reto. ¿Cómo conseguir un mundo mejor? Ninguno de los mortales que, como quien suscribe, observa atónito cómo se mueven las cosas y quién las mueve, podremos acceder a respuestas y claves para aligerar de tristeza, dolor y miseria al mundo que habitamos. No tenemos que irnos muy lejos, en cada momento, en cada pantalla, encontraremos las mil y una tragedias que afectan a nuestro mundo, entendido este, claro está, en el sentido más global del término. En el entorno global en que nos desenvolvemos, debemos entender que los famosos mercados no son sino acreedores a los que debemos mucho dinero. Y presionan, claro, para que se lo devolvamos en las condiciones pactadas y en los tiempos prefijados. Si no, se verán limitadas de manera sensible nuevas opciones de préstamo para que los estados sigan desarrollando sus políticas, las que prometen a través de sus políticos en los diferentes procesos y escenarios electorales repartidos por todo el mundo. Y los mortales de a píé miramos, estupefactos, cómo se trastocan determinadas condiciones en las que nos hemos acostumbrado a vivir, en muchas ocasiones, por encima de nuestras posiblidades y necesidades. La vida nos cambia a rtimo vertiginoso. Los miedos al futuro y al futuro de nuestros hijos enraizan profundas desesperanzas. Y duelen. Pero ¿podemos hacer algo? Yo creo que sí. No podemos cambiar el mundo, la deriva que se desarrolla, sin solución de continuidad, en cada escenario al que nos asomamos. Muchas personas de nuestro alrededor caminan sin opciones, con escasas referencias de orientación, de futuro. Movernos para contribuir a su rescate es imprescindible. En la medida de nuestras posibilidades y recursos.

Pero ¿y nuestro mundo?, ¿y nuestro pequeño mundo? ¿Pensamos también que el pescado ya está vendido? ¿Creemos que las cosas son como son y que disponen de escaso margen de mejora? No es infrecuente que nos ciegue la inquietud. No estamos contentos con nuestro ritmo, con nuestra manera de vivir el día a día, con las relaciones con nuestra pareja, con nuestros hijos, incluso con nuestros compañeros o amigos. El cansancio puede cegarnos, bloquearnos. Pero no nos faltan experiencias, propias o ajenas, de cómo determinadas decisiones pueden cambiar aspectos importantes de nuestras vidas o de las vidas de otros. Acciones explícitas, intensas, vivas. Decisiones valientes, acciones proactivas, contundentes. Decisiones, al fin y al cabo. Actos de libertad, en definitiva. La idea es ahondar en lo que podemos modificar con una simple acción explícita de cambio, de mejora. En nuestro espacio, el complejo tejido que establecemos con los nuestros, con los que nos acompañan cada día. 

Estas líneas pretenden abordar la identificación y adecuada interpretación de micromundo que hemos creado a nuestro alrededor, el que nos pertenece, el que creamos en cada momento, con cada pensamiento, con cada decisión. ¿Podemos hacer algo con nuestra vida?. La idea pasa por rescatar el actor interior que llevamos dentro, el protagonista que está dentro de nuestro corazón y nuestra mente. A nuestro alrededor se desarrolla, en el micromundo que habitamos, a saber, las relaciones más próximas, la familia, el trabajo o los amigos, un abanico inmenso de posibilidades para hacer que nuestra vida, nuestro segundo a segundo, nuestro día a día, sea mejor, más razonable. Disponemos de las herramientas, que están en nosotros; disponemos de las posibilidades, que están en nosotros. Se trata de abrir el corazón y sonreir más, querer más, sin condiciones; dejar de prejuzgar, mirar el lado positivo que hay en cada persona con la que tratamos, incluso en aquellas a las que nos hemos acostumbrado a soportar más bien poco (1).

Disponemos del mágico medio segundo que trascurre entre lo que vemos y cómo respondemos. Buscar la calma en lugar de la ira. Ahondar en el afecto sin buscar resultados. Qué manía tenemos en hacer cosas para conseguir cosas. Sonreir, querer, mostrar afecto, ayudar, dar; se trata de acciones que valen por sí mismas. Sin pensar en los beneficios que puedan sucederse. Huir del miedo, de la culpa; perdonar, perdonarnos.  Y si la cosa está difícil fuera de nuestras responsabilidades y opciones para la acción, en nuestro mundo, en el propio, el que configura nuestro cotidiano hacer y relacionarnos se encuentra un gigantesco espacio para el cambio, para el sueño posible, para la mejora permanente. Al final, la felicidad se construye en las decisiones que tomamos cada segundo. ¿Puedo llegar diez minutos a mi casa antes cada día? ¿Puedo mejorar el modo en que me relaciono con los más próximos.? Mi interés por ellos, por lo que les pasa, por lo que les ha pasado. La mirada activa, la escucha viva. El interés y la empatía. Y la sonrisa. Y la comprensión. El tiempo que les dedicamos. Levantar la cabeza y ver el micromundo en el que me muevo, el mío. Mis necesidades, las necesidades de los otros cercanos.. Hablar, respetar, escuchar, dar, vivir, perdonar, pedir perdón.  Estar cerca, vivir con intensidad con quien nos quiere de manera incondicional.


Nuestros niños, nuestros hijos merecen un mundo mejor. Nuestro modelo de conducta tiene, ¿no lo sabenos suficientemente?, una influencia esencial en el modo en que nuestros pequeños construyen su mundo, su realidad. No les dejemos solos ahora que las cosas se tuercen tanto. Facilitémosles herramientas para estar mejor en el mundo, en su mundo, aunque vengan mal dadas. El poder multiplicador de esta actitud ante la vida no tiene límites. Medio segundo, insisto, es la distancia temporal entre responder a cada circunstancia que pasa a nuestro lado o se inserta en nuestra mente, de una forma u otra. Nos da tiempo suficiente.



(1) De especial interés el artículo de Ferrán Ramón-Cortés sobre la posibilidades de identificar claves para la mejora en la percepción de los demás y, especialmente, de aquellos a los que monos soportamos. Merece la pena leerlo. 
Una visión miope del otro

1 comentario:

  1. Cambiar nuestro mundo cercano es posible con ún cambio interno. Dicen que lo que se da, se recibe. Creo que no siempre. Pero aún así, una sonrisa deberá sumar sonrisas. Y los gestos de cariño, de agradecimiento, de comprensión y de apoyo, pueden encontrar su respuesta positiva.
    A veces, se complican los desencuentros y se llegan a producir incluso dentro de uno. Y , entonces necesitamos ayuda. En el fondo somos muy frágiles, y nuestra libertad de acción tiene muchos límites.
    Pero sí, podemos mejorar nuestro pequeño mundo cercano.

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José Antonio Luengo Latorre es Catedrático de Enseñanza Secundaria de la especialidad de Orientación Educativa. Es Decano-Presidente del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y Vicepresidente primero del Consejo General de la Psicología de España. Licenciado en Psicología. Habilitado como Psicólogo Sanitario por la CM y experto en Psicología Educativa y en Psicología de la actividad física y del deporte (Acreditación del Consejo General de la Psicología de España).. Desde octubre de 2002, ocupó el cargo de Secretario General de la Oficina del Defensor Menor en la Comunidad de Madrid y desde julio de 2010 fue el Jefe del Gabinete Técnico del Defensor del Menor, hasta la supresión de la Institución, en junio de 2012. Ha sido profesor asociado de la Facultad de Educación de la UCM y de la UCJC. Es profesor invitado en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid. En la actualidad es psicólogo de la Unidad de Convivencia. Coordinador del Equipo de apoyo socioemocional, dependiente de la Subdirección General de Inspección Educativa de la Consejería de Educación de la CM. Twitter: @jaluengolatorre

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