Comentario a: "Tenemos un niño diferente en casa", de José A. Luengo
Por Yolanda Matos
Nosotros tenemos un niño diferente.
Digo tenemos porque de alguna manera el hijo de unos amigos es un poco nuestro,
al menos durante los periodos vacacionales que compartimos todos los amigos en
un pequeño pueblo de Segovia.
Alberto, que así se llama el niño,
efectivamente es distinto en muchos aspectos a nuestros hijos. No sólo le hace
ser diferente el hecho de que sus procesos maduro-cognitivos sean más lentos,
si no que son un sin fin de detalles lo
que le otorga ese distintivo. Sin Alberto, que ya tiene diecisiete años, el
pueblo no sería el mismo.
Cuando llegamos al pueblo tras
largos periodos de trabajo, mientras que a nuestros hijos les cuesta ya saludar a toda persona que ellos
consideran mayor, él sale a la calle a recibirnos. Nos ve, se tapa la cara con
sus manos -No, no puede ser, dice- para
luego destaparse, decir nuestro nombre a voz en grito y fundirse con nosotros
en un abrazo tan amplio como su sonrisa.
Muchas mañanas, mientras que
hacemos las cosas de la casa, es probablemente la única visita matinal que
tenemos. Primero se va anunciando antes de cruzar la puerta de la valla
llamándonos a viva voz, luego abre la puerta y pregunta -¿Qué haces? -La comida, le contestas- y -¿Qué vais a comer?-. Seguidamente pregunta por
mi hija, antes lo hacía por mis hijos, ahora como ya son muy mayores, pregunta
sólo por Marta. -Se ha ido con las niñas- -¿A dónde?-. Le contestas no segura
de que la información sea correcta. Da igual, él sabe o a lo mejor no sabe que ya sólo puede contar
con ella a ratitos, cuando antes estaba con él todo el día. Él ha ido creciendo
y jugando con todos los niños del pueblo, con los que ahora ya son mayores y ya
ni van al pueblo, con los medianos, que ya sólo juegan a veces con él y con los
que ahora son pequeños que pronto dejaran de hacerlo. No le molesta, porque no
sabe de rencor, él es así de sano, habla y juega con todo aquel que quiera, sin importarle la edad.
Alberto nos acompaña en nuestros
paseos, cuando ya nuestros hijos dejaron de hacerlo hace ya tiempo. Se agarra
de nuestro brazo, nos pregunta, nos canta y cantamos con él. A veces se pone un
poco pesado, no pasa nada, porque la gratitud de su mirada es superior a
cualquier posible cansancio.
Es un artista consumado, teatrero
como el que más, nos ameniza cada caña tomada en la terracita con su última
representación teatral en el colegio. Es conocido en todos los pueblos de
alrededor por su facilidad de palabra con todo el mundo.
Es un ligón nato, novio de media
comarca. No hay chavala de larga melena a quien no le diga eso de –guapa, tú a
casar conmigo cuando tenga treinta años-.
La ilusión con la que vive
algunos momentos, sólo le está otorgada a él. Ilusión que al final acaba siendo
contagiosa. Cuando llegan las fiestas es el primero en anunciarlas con mucha
anterioridad, vive los disfraces y se sigue disfrazando cuando esa costumbre la
perdieron nuestros hijos años ha. Y
¡Cómo baila!. Tiene unos movimientos de
cadera qué más quisieran los mejores bailarines. Me encanta poder ser su pareja
de baile en las fiestas.
Tengo que agradecer a sus padres
el haberle hecho ser así. Gracias a sus esfuerzos podemos compartir momentos
que de otra manera no podríamos. Resumiendo, Alberto es genial. Se me olvidaba
decir que Alberto es Síndrome de Down.
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