La
vida, un instante
José
Antonio Luengo
Un instante, solo un instante, un cuarto de segundo,
medio segundo, unos segundos tan solo. Es lo que nos separa, casi sin poder
reparar en ello, de una situación a otra. Vivir supone sumar instantes, medios
segundos, segundos de vida, de miradas, de tactos, sonidos, voces. Vivir es eso.
Acumular, uno tras otro, instantes de vida. Poderosos cada uno de ellos. Llenos
de vida, uno tras otro. Cada mirada, cada acción, cada gesto producido o
sentido. Cada palabra, cada silencio, cada acto de atención. Una sonrisa, un
susto, una sorpresa, una tristeza, una alegría, un sueño. Una ilusión, una
decepción. Todas se inician en un instante. En ese instante en que toma forma
la experiencia, en forma de lo que sea. Propia o extraña. Todo se gesta, y, a
veces, vive, en un instante, más o menos largo. Pero escaso. Lo que viene a
partir de ahí son las consecuencias. Lo previo, ya pasó. Ayudó, pero pasó. En
un instante, ese en concreto, la idea ya está, ha prendido. Lo que ha pasado,
ha pasado, en un instante. Solo ahí, en esa porción brevísima de tiempo. Y
deja, a partir de esa breve secuencia de segundos, todo un mundo por descubrir.
Pero que es posible, solo gracias a ese
instante de lucidez. O de vida. O de fatalidad. Segundo. Segundos, solo
momentos.
Lo fundamental ocurre en instantes. El nacimiento. Ese
momento en que nos asomamos a la existencia. El primer llanto. Luego habrá
muchos, si bien ese es el que nos da la vida, con angustia ante la falta de
oxígeno en un medio nuevo. El amor, ese momento en que todo, casi todo ocurre.
Todo nace, se imagina, crece. Un instante, manos que se entrecruzan, miradas
que matan, besos que enloquecen, abrazos que no acaban…Se han creado las
condiciones. Lo notamos, Lo advertimos. Ese momento. Es a partir de ese
momento. De él crecerán otros, claro, sin solución de continuidad, cada uno con
su significado. Ninguno neutro. Pero uno es el inicial, la matriz, el germen. También
la muerte, al final, es un instante.
Lo importante, lo relevante en la vida ocurre en
instantes. Lo demás es un simple andamio y, luego, dejarse llevar. Un andamio
que dejamos olvidado cuando ocurre, en segundos, lo que ocurre. Hasta un nuevo
instante, un nuevo momento. Lo que nos hace diferentes, lo que cambia nuestra
vida, la percepción de las cosas, nuestro ánimo, emoción o camino por el que
andar. Luego, dejarse ir, en ese nuevo mundo. Cambiado, trastocado por una
mirada, una palabra, un beso. O por una noticia, una hecho. Un tropiezo, una
caída, un error. En instantes, en segundos…
Un mensaje es, en definitiva, una palabra, o una frase, la
sustantiva, la que sustenta la carga de lo expresado. En el cruce de miradas,
hay una siempre. Es la mirada. Esa especial que marca la diferencia, el antes y
el después. La que te ayuda a descifrar el momento, a darle el valor de único. Ese
instante en que comprendes lo que pasa. El momento justo en que la luz se
enciende. Y todo cobra sentido. Un sentido singular, que marca, que horada un
camino nuevo. Hasta ese momento todo han sido preliminares, más o menos
pertinentes y relevantes. Pero materia acompañante. Soportes, estructuras de
apoyo. Y, en ocasiones, incluso nada de eso. Solo experiencias sin memoria.
Siempre hay un punto de inflexión, ese momento en que
todo cambia, hacia mil posibles sitios, mil hipotéticas circunstancias, miles
de opciones. Un antes y un después. Un cuarto de segundo, un segundo, unos
segundos… Y todo cambia. Para bien o para mal. A veces, para peor. Pero en
otras, para sentirte volar. De placer. Ilusión, sueños… No sabemos cuándo va a
suceder. En ocasiones las cosas barruntan olores, sabores, hechos por los que
peleamos, enfervorecidos. Presentimos, vemos a lo lejos… Y, en ocasiones, sí,
los instantes confirman las ideas previas, los preliminares. A partir de ahí,
otro mundo. Terminar un libro, un instante. Cerramos el libro. Reposa, ya
cerrado, en nuestras manos. Miramos hacia atrás, saboreamos la historia, lo
leído. La historia ha llegado a su fin. Unos segundos y las sensaciones más
inéditas se alojarán en nuestra mente. Incluso en nuestro corazón. Cerrar el
libro, tocarlo, como intentando extraer más de él. Suavemente. Todo antes de
volver a alojarlo en su espacio. Su hueco. El que tuvo o uno nuevo. El
desenlace, el final, el instante final marcó el hito. Todo ha cobrado sentido
en ese momento. Cuando, incluso, sentimos cierto pesar por haber terminado. El
instante final, la última página, el último párrafo. Nos transporta y mueve.
Definitivamente. La historia ha concluido. Y ya forma parte de mis propias
historias. Parte de mí.
Porque todo cambia, o puede cambiar en un instante. Ya
está dicho, para bien o para mal. Un cuarto de segundo, un segundo, unos
segundos, instantes… Y todo cambia. A veces para muy mal. Sin preverlo, ni esperarlo. Sin la sensación de llegar a
ningún sitio. Brusca, violentamente. Incluso la vida se va, también, en un
instante. Un instante definitivo en que todo se apaga. Atrás queda lo demás.
Todo lo demás. Fin. Eso es todo. Un instante y dejamos de respirar. Pero quedan
los otros, los que se quedan… Y no olvidará ese instante. Ese en que cambió la
vida de tantos y tantos. Para siempre. Unos segundos tan solo y, ya, todo es
diferente. Hasta no reconocerlo. Porque no nos reconocernos.
No hay otra. Dar valor a los instantes, a los momentos, a
esos breves espacios de tiempo que nos permiten seguir viviendo como alguien
especial, con alguien especial; fragmentos de tiempo en los que la vida nos da alas, nos permite ver
más allá, saltar de alegría y ser, casi, inexpugnable. O a esos instantes en
que parece que nada cambia pero que nos hacen sentirnos inmedibles, ilimitados.
Crearlos, hacerlos realidad, explícitos. Desde la sencillez de estar haciendo
algo discreto pero que llena nuestro corazón y, también, por supuesto, nuestra
vida. Ese momento de madrugada, ante el mar, paseando por la playa descalzo,
solo, sin nada especial que hacer, ni que pensar, sin nada que temer, solo
contigo mismo, sonriendo pícaro porque vives, en ese instante, algo singular,
especial, única. Nunca repetible. Porque cada mañana al abrirse es única, como
cada paso que damos en la arena, cada mirada, cada pensamiento que llega…
Nos situamos ante una puesta de sol. A lo lejos el
horizonte aparece desafiante. Algo grande va a ocurrir, lo sabemos. Lo hemos visto
ya. Pero seguimos atados a la experiencia de verlo otra vez. Nuevo, renovado.
Parece que ilumina nuestro interior. Sentados en la arena de la playa, sentimos
la necesidad de acercarnos, de mezclarnos con quien queremos, ese que está a
nuestro lado, física o mentalmente. Miramos y sentimos. Instantes, segundos que
sabemos, ya cómo van a concluir. Con el momento definitivo. Ese que parece
decirnos, adiós, hasta mañana. Mañana volveré
a estar y volveré a desaparecer. Normalmente en silencio, capturando el momento
con la mirada, con la brisa, con el tacto de la arena. Con la cámara del móvil,
tratando de inmortalizar, una vez más, un momento único. Nuestro momento.
Cogemos de la mano. Nos abrazamos. Nos sentimos ajenos a este mundo. Porque
estamos en otro. En el mundo de los instantes mágicos, casi intangibles,
inexplicables e imprescindibles. Casi feérico.
Con el recuerdo más sentido a las víctimas de la tragedia
de Santiago de Compostela, y, especialmente, a los que quedan, las otras
víctimas. Porque encuentren pronto el sosiego.
Estoy más que de acuerdo contigo en que debemos valorar los “instantes” de nuestra vida como se merecen, por muy insignificantes que nos parezcan. A veces, demasiadas veces, no lo hacemos. Estamos en una rueda monótona que nos conduce a una situación que no nos invita precisamente a disfrutar de la vida como deberíamos hacerlo. Vivimos cegados por tantos estímulos que despreciamos lo que las cosas y situaciones más sencillas nos aportan y enriquecen. Gracias a tus reflexiones, una vez más, José Antonio, nos recuerdas que siempre estamos a tiempo para cambiar esta situación. Gracias!!! Y sobre el “instante” que supone el morir, como comentas en tu reflexión, es algo increíble que lo he vivido en primera persona. Para el que no lo haya experimentado, se puede explicar ese “instante” en el que una persona querida pasa a ser un cuerpo inerte con su mirada perdida en el más allá como un “instante” (de microsegundos…) que te acompaña toda la vida y te permite relativizar todas las situaciones que surgen ante ti por muy graves que puedan parecer en un principio. A lo dicho, a partir de ahora, me meteré tus consejos en mi mochila y viviremos los “instantes” como se merecen. Saludos, J.A.!!!
ResponderEliminarTienes razón, el momento de despedida de alguien cercano se mide en segundos. Y el abismo se abre en ese momento. Insondable. También sé lo que es eso, en mis brazos pasó.Muchísimas gracias por tus palabras, que llenan de estímulo a este aficionado.
ResponderEliminarMe resulta inusual ver escritas palabras que enlazadas crean mensajes que, de normal, ni los ves en los medios de comunicación, ni surjen en la rutina ni en lo cotidiano; como si no existieran.
ResponderEliminarMe resulta inusual ver claramente transcritos estos mensajes que se asemejan a la poesía; sino fuera porque la poesía esconde, enmascara mensajes, sensaciones y sentimientos: los sugiere sí; pero, no los pone negro sobre blanco, como hacéis vosotros.
Estas realidades, como son las sensaciones de un instante, las emociones que en un instante caben, tan subjetivas, tan intangibles; pero, a veces tan fuertes, tan intensas, tan caluloras, tan frías, tan ... tan tuyas, solo tuyas; no tienen espacio ni tiempo para que afloren y salgan a la luz, a la sociedad, a lo objetivo.
Estos instantes que no son contrastables, ni opinables, ni son, ni pueden ser, objeto de conversación como sí lo es la última película de estreno en el cine, el partido de futbol de tu equipo jugado ayer, ni como el reality que pasan por la tele sobre ...¡qué más da! éso no conduce a nada; pero, las personas hablan y hablan, en círculos, hablan y hablan, de nada, hablan y hablan; y así las personas "se comunican": ¡ ja !
Y ésos instantes siguen sin tener cabida en conversación alguna;bueno, salvo, eso sí, cuando se unen varios instantes en los que coincides con buenos amigos o con "amigos ocasionales" y entre todos se crea el ambiente propicio para dar ENTIDAD a los "instantes".
Y, como somos distintos e iguales, tal vez a partes iguales, nos maravillamos al ver que algunos instantes son comunes o parecidos. Pero, cuidado, son pocas las personas y pocos los momentos en los que se da rienda suelta por el mundo real a la emoción de "tu" instante.
José Antonio, tú mencionaste el vino; y sí, el vino sirve para la causa, pues afloja reticencias y disipa las mentiras, de modo que ayuda a dar trascendencia a los instantes a los sueños a las ilusiones que siempre vivimos en SOLEDAD.
Gracias, José Antonio, por tu reflexión; y gracias al anónimo, porque ambos me habéis estimulado a escribir esto.
Saludos.
CHEMA R.
Estos instantes que, a veces, se alejan de mi realidad y gozo en otra "realidad" - que no es real, ¿o sí? ( porque dudo de para lo que sirvelo que cabe en un instanteque no son de la Y yo, que a veces me permito la licencia de
Querido Chema, las gracias te las doy yo a ti, por tu capacidad para "leer" y expresar, por la sensibilidad que muestras. Y por lo benévolo que eres con las cosas escritas por quien suscribe.
ResponderEliminarEsta frase tuya me parece excelente: "Y, como somos distintos e iguales, tal vez a partes iguales, nos maravillamos al ver que algunos instantes son comunes o parecidos. Pero, cuidado, son pocas las personas y pocos los momentos en los que se da rienda suelta por el mundo real a la emoción de "tu" instante."
Gracias amigo