El papel de los padres en la
prevención del acoso entre iguales. Representa un tema clave. Y no creo que se
hable suficientemente de él. Es este un tema que sobrevuela el análisis del
fenómeno del acoso entre iguales, como si se tratase de un despistado oyente
que pasase por allí y se quedase a escuchar lo que se dice. Y, sin embargo, es
un elemento nuclear sobre el que se necesita profundizar notablemente.
Hablar del
acoso entre compañeros, o del ciberbullying en su caso, suele arrinconar casi
siempre a la escuela como la responsable de casi todo, con escasas
posibilidades de maniobra para ésta. Haciendo referencia al pasado, un pasado
real, en el que ideas erróneas que todos nos sabemos de memoria describían una
realidad en la que el maltrato entre iguales pasaba por ser una cosa de chicos,
una suerte de broma sin trascendencia, una experiencia para crecer, incluso...
En fin. Afortunadamente, las cosas están cambiando. Y estimo que para bien. Sin
dormirnos en los laureles, pero para bien.
El acoso
escolar, así lo denominan, o el ciberbullying, o acoso entre iguales en el
mundo virtual (el ciberacoso es un término que técnicamente se relaciona con
situaciones en las que se ven implicados adultos) son dos fenómenos en uno que, de una manera directa, suelen ser
relacionados con el funcionamiento, las condiciones organizativas y metodología
de los centros educativos, las relaciones interpersonales que allí se producen,
la falta de empatía de los adolescentes o la actitud y preparación del
profesorado. Y hasta con el currículo que se imparte. Todos responsables, muy
responsables, desde los desnortados chicos y chicas, hasta los miopes profesores, de un fenómeno que, ya
sabemos (nos ha costado mucho pero ya sabemos) crece, se desarrolla y, cuando
toca, hace sufrir a quien le toca. Y mucho. Hasta límites difíciles de
expresar.
Pero este fenómeno, lo repito siempre que tengo oportunidad (perdón por ello), no nace específicamente en las escuelas, sino que anida y se desarrolla en ellas. No emana, en general, de la estructura sistémica que sostiene la vida de las comunidades educativas. Aunque sí es verdad que ésta, la estructura, puede abonar (cuando ni es estructura ni es nada, claro) o detener (si prima y se valora la convivencia pacífica como eje nuclear del centro) su crecimiento y diseminación.
Buscar
culpables en general se nos da bien. Y a quien suscribe también le pasa, por
supuesto; uno no escapa con facilidad de la posibilidad de señalar a aquel o
aquellos que están en la matriz de comportamientos como los que son de
referencia. Y normalmente suelo orientar la mirada crítica a la banalización de
la violencia con la que convivimos. Hasta, casi, acostumbrarnos a ella. De
modo increíblemente acrítico. Como sociedad, ya no nos asustamos de nada. El
umbral de sorpresa e indignación está tan elevado que poco o muy poco
sobresalta nuestras emociones. Malos modos, arrogancia, individualismo,
chulería, soberbia y violencia caminan a nuestro lado mientras vivimos. Así sin
más. Los medios
de comunicación muestran de modo intenso y extenso una realidad cruda que
acaba por penetrar en nuestro tuétano. Y mezclarse,
y diluirse, seguramente, en nuestro ADN. De polvos
y lodos sabemos todos mucho. Nada es neutro en la vida. Y menos cuando
hablamos de la educación.
Es necesario que todos nos
impliquemos en este proceso para prevenir de modo activo, claro, evidente, con
convicción y seguridad. Mirando de frente. Y los padres y madres también,
especialmente. La prevención del acoso, del maltrato y la violencia entre
iguales requiere del compromiso de padres y madres en la educación de sus
hijos. Nuestro papel y responsabilidad en la educación no tiene parangón. Desde
que presenciamos su llegada a este mundo, a nuestro mundo; desde que observamos
sus primeras miradas, sus primeros pasos; desde que escuchamos sus primeras
palabras… Desde que se aferran con sus manitas a la mano que les ofrecemos.
Desde el día en que se nos cae la baba
reconociendo su primera mueca de sonrisa.
El día a día. Cuidar la actitud, la escucha, la capacidad para dialogar, analizar los hechos, responder con ecuanimidad y compasión. Despreciar la violencia, responder a ella con los valores prosociales básicos. Nuestro comportamiento en el espejo. Modelar la ayuda, la solidaridad, el apoyo, el compañerismo, el aprecio, la sensibilidad. Defender y cuidar a quien no se sostiene, a quien apenas se atreve a mirar, a levantar la voz, a pedir ayuda. El ejemplo y el modelo, el nuestro, como herramientas esenciales.
El día a día. Cuidar la actitud, la escucha, la capacidad para dialogar, analizar los hechos, responder con ecuanimidad y compasión. Despreciar la violencia, responder a ella con los valores prosociales básicos. Nuestro comportamiento en el espejo. Modelar la ayuda, la solidaridad, el apoyo, el compañerismo, el aprecio, la sensibilidad. Defender y cuidar a quien no se sostiene, a quien apenas se atreve a mirar, a levantar la voz, a pedir ayuda. El ejemplo y el modelo, el nuestro, como herramientas esenciales.
Educar para la vida, también, para
el afrontamiento de situaciones difíciles. Que llegan poco a poco en sus vidas,
la de los pequeños, y van a llegar, incrementadas en número y complejidad. Explicar,
mediar, sostener, pero aceptando la frustración de nuestro hijo como estructura
esencial en la construcción de una personalidad sana.
La prevención de la violencia entre
iguales, del acoso entre compañeros empieza, también, antes de que nuestros
niños, niñas y adolescentes pisen incluso los pasillos y aulas de su primera
escuela, antes de que conozcan a los que van a acompañarles durante esa
experiencia, con anterioridad, incluso a que oigamos, si somos padres
primerizos, que esto del acoso es un problema. Ahí empiezan muchas cosas.
Muchas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.