José
Antonio Luengo
Este curso debemos dar la
cara, más si cabe que nunca, y mostrar nuestro compromiso contra el acoso, el
maltrato y la violencia entre iguales. Sé que no es fácil, nunca lo es. No es fácil
detectar, en muchas ocasiones. Con los tiempos de que disponemos, el ir de aquí
para allá, las exigencias del día a día, los fuegos que han de apagarse ordinariamente trabajando con adolescentes.
No es fácil ver cuando lo sustantivo no aparece mientras estamos ahí, ante
ellos y ellas, en el complejo proceso de enseñar y aprender. No es fácil
intervenir. Incluso cuando ya se ha hecho evidente lo indeseable. No es infrecuente el miedo
a equivocarse, a dar pasos inadecuados que, incluso, pueden alterar las
exigencias de los procedimientos. No es sencillo hilvanar cada acción, con chicos
y con sus padres. Con otros profesores, incluso. Pero hemos de hacerlo.
Multiplicarnos si es preciso para generar seguridad, cercanía, amabilidad,
compromiso e implicación. Y construir modelos de convivencia pacífica.
A veces no es fácil ver. Y saber qué pasa a ciencia cierta. Y hacerlo bien tras la evidencia de que pasan cosas que no deberían pasar. Pero hemos de articular, entre todos,
procesos y procedimientos claros, conocidos, elaborados por todos y todas las
que configuramos la comunidad educativa en la que trabajamos. Nuestros alumnos
deben saber que están seguros. Y sentirse seguros. Seguros, también, de poder hablar sin miedo. A la mayor
brevedad. Con confianza y esperanza. Sin dudas.
Y esto pasa por mostrarnos. Hacernos
ver. Hacer ver a nuestro alumnado que estamos ahí. Que somos más que expertos
en disciplinas a evaluar. Que somos personas. Que nos importan nuestros
alumnos. Hemos de decirles, alto y claro, con palabras y sin ellas, que estamos
del lado de todos, pero especialmente de los que más dificultades van a tener y
tienen. Entre otras cosas, en su capacidad para afrontar las relaciones interpersonales, para
encarar las dificultades de trato. En ocasiones con resultado muy doloroso. Sobre todo con quienes llevan tiempo aprendiendo que
lo mejor es bajar la cabeza y no hacer. No decir nada. Por si acaso, para
evitar males mayores. Especialmente atentos y solícitos hacia quienes suelen
callar ante lo adverso, tragarse sus miedos, agacharse sin más. Como quien no
existe, como quien desea, solo, que la tierra se abra bajo
sus pies y pueda desaparecer…
Y esto, el compromiso y la
implicación contra el acoso entre iguales, pasa por hacer explícito que la
violencia, con nosotros, es inaceptable. En cualquiera de sus formas o
manifestaciones, intensidad o naturaleza. Se trata de prevenir, claro. Y de
educar, en el sentido amplio del término. Y desplegar la empatía, la cercanía, la solidaridad, el apoyo mutuo, la sensibilidad entre nuestros chicos. Y la compasión, la ternura y la humanidad. Como instrumentos esenciales para la dignidad de
trato, la paz y la convivencia democrática. Se nos pide que estemos, que
seamos, que nos hagamos notar. También en esta responsabilidad. Que es nuestra.
Y demos participación y protagonismo a nuestros chicos y chicas en esta tarea.
Están mucho más cerca de nuestras intenciones de lo que pensamos.
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