18 de noviembre de 2016

¿Conectar o desconectar?

José Antonio Luengo

Voy a desconectar. Solemos utilizar esta expresión cuando tenemos la oportunidad de ver en el horizonte próximo de nuestra vida la posibilidad real de salir unos días de la rutina, cambiar de espacio y, casi, de tiempo: De vivir sin la esclavitud del despertador, del repetido hacer de cada mañana, Temprano. A veces muy temprano. El coche, o el transporte público, hasta ese sitio que llamamos lugar de trabajo. Más o menos lejos, más o menos amable, más o menos ilusionante.



Solemos utilizar esa expresión cuando nuestra visión, corta ordinariamente, vislumbra una pequeña luz al final de ese túnel que nos captura cada día, muchas, muchas horas. Una luz que nos muestra el camino del descanso, del relax. Un panorama que nos sugiere tranquilidad, sosiego; sentarse a leer la prensa mientras se disfruta de un café, o de un vino. Pasear, o correr. Sin pensar demasiado en lo que toca luego, en lo que hacer más tarde. Solo estar y ser. Poder ser quien eres tú. Mirando el cielo, persiguiendo con la mirada las bandadas de pájaros que vuelan más allá de donde puedes incluso mirar. Mirando el campo, o el mar, o el río. O los edificios junto a los cuales pasamos mientras damos una vuelta. Sin reloj. Sin prisa. Sin prisas.

A esto solemos llamarle desconectar... Así, sin más, Voy a ver si desconecto. Y respiro hondo. Suele coincidir esto con algún periodo de vacaciones, un puente o una escapada en medio del trabajo cotidiano.No me gusta mucho esta manera de catalogar ese momento, esos momentos que verdaderamente buscamos para encontrarnos. Vernos mejor. Por fuera y por dentro. Por dentro, sobre todo. Momentos que acercan la mirada a tu interior, a ti mismo, a quien verdaderamente eres. A tus pensamientos, sentimientos, emociones más íntimas. Algunas están cerca, muy cerca de cada decisión que adoptas, de cada respuesta, de cada interpretación de lo que pasa a tu alrededor. Y orientan tu comportamiento, tus actos, tu manera de estar en la vida en el día a día.


Yo a eso procuro referirme con la palabra conectar. Sí, conectar. Porque esos momentos, especialmente esos, te permiten conectar contigo mismo. Te permiten pensar, rebajar la tensión, centrarte en tus sensaciones. Fluyen así mil cosas, mil ideas, que, sin duda, conectan con tu esencia. Y sientes el silencio. Y andas en silencio, ríes en silencio, lloras en silencio. O elevas al cielo tu mirada, tu carcajada, tu llanto. 


Y eres más tú. Porque has conectado con tu corazón. Con el niño que fuiste, con tus anhelos, desvelos, dudas, y certidumbres. Con las cosas y experiencias que te hicieron crecer. Olores, sabores, caricias, guiños de la vida. Conectas también, más y mejor, con tus miedos y fortalezas. Con tus recuerdos más vivos. Y aquéllos que solo en ese estado, conectado, son capaces de surgir para sentirte más tú. Conocerte más. Interpretar mejor quién eres, qué haces y si merece la pena seguir así. Alcanzas a ver imágenes de ti que habían, simplemente, desaparecido. Y que, casi ya, habían dejado de ser tuyas. Y, por tanto, de ser tú.


Conectar para seguir existiendo. Como alguien único. Insustituible. Irrepetible. Ese tú que ves en el espejo esos días, al mirarte. Sin prisa. Sin prisas... Probablemente, uno de nuestros problemas sea este. Conectamos poco con nosotros mismos en lo cotidiano. Lastrados por un ir y venir que oscurece nuestra alma. Nubla el espíritu que anida en cada gesto. Y no somos conscientes de él. 


Y es posible, solo posible, que esa sea la causa de esa descarga continua que sentimos tras cada jornada de trabajo y que denominamos ordinariamente quedarnos sin pilas... El reto, probablemente, es poder conectar con nosotros mismos en todos esos días. Buscar los momentos, la actividad, la huída por unos minutos, por una hora, por un par de horas. Aun sin estar fuera, sin escaparnos o coger unas vacaciones. Pasear más, dejar el coche más, leer más; meditar, correr... Bastarían unos minutos de saludable disciplina personal. Esa que ejercitamos y nos exigimos para ser razonablemente eficaces en nuestro trabajo. Seguir así conectados. Y más conscientes, claro, de quienes somos y qué queremos.




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José Antonio Luengo Latorre es Catedrático de Enseñanza Secundaria de la especialidad de Orientación Educativa. Es Decano-Presidente del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y Vicepresidente primero del Consejo General de la Psicología de España. Licenciado en Psicología. Habilitado como Psicólogo Sanitario por la CM y experto en Psicología Educativa y en Psicología de la actividad física y del deporte (Acreditación del Consejo General de la Psicología de España).. Desde octubre de 2002, ocupó el cargo de Secretario General de la Oficina del Defensor Menor en la Comunidad de Madrid y desde julio de 2010 fue el Jefe del Gabinete Técnico del Defensor del Menor, hasta la supresión de la Institución, en junio de 2012. Ha sido profesor asociado de la Facultad de Educación de la UCM y de la UCJC. Es profesor invitado en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid. En la actualidad es psicólogo de la Unidad de Convivencia. Coordinador del Equipo de apoyo socioemocional, dependiente de la Subdirección General de Inspección Educativa de la Consejería de Educación de la CM. Twitter: @jaluengolatorre

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