La actitud de dar
Por José Antonio Luengo
Una de las cosas que con más facilidad podemos aprender en nuestra vida cotidiana tiene que ver con las tremendas posibilidades que se abren cuando uno adopta una actitud que favorece el dar en lugar de solicitar, pedir, desear que te den, que te ofrezcan, que te miren y presten atención. Hablaba con mis hijos hace unos días de esto. Ya sabéis, los hijos te miran, al principio, reticentes. Una nueva de papá, deben pensar. No soy muy dado a conversaciones largas, pero sí a muchas. Comentarios sobre lo que veo o siento, observaciones simples, detalles de la vida, de la gente, de lo que pasa, de lo que les pasa, de lo que nos pasa. De alegrías y tristezas que se topan con nuestros rostros un día sí y otro también. Muchas veces, sin enrollarme. Cuatro cosas. Es probable que muchas veces no me hagan ni caso, pero yo, tozudo, suelto, expreso, digo, opino, siempre con prudencia, sin dogmas de fe o vida. Ese día, los dos, me miraron un poco, se miraron. Yo creo que cruzaron una mirada cómplice, de papá ataca de nuevo. Pero como no tardo mucho en expresarle lo que siento, y quiero que sepan que siento, me lo aceptan razonablemente. Espero.
Hablaba con ellos de mi experiencia de eso que llamamos dar o recibir. Dar o recibir con las personas que forman nuestro pequeño mundo, la familia, los compañeros, los amigos, incluso la gente con la que nos cruzamos solo de vez en cuando. Y más, incluso las personas a las que vemos una vez, en el Metro, en la parada de un autobús, en un bar… Hablar por hablar tiene un efecto negativo inmediato. No solo no sirve para nada, sino que te ven el plumero rápido. Y eso no ayuda en nada. La idea, muy recurrente en lo que opino sobre la vida que atesoramos, es hacer. Hacer, lo que hay que hacer, lo que uno cree más oportuno, pertinente, necesario. Aun en las pequeñas cosas o situaciones, hacer. Cuando estamos tristes, hacer. Cuando nos sentimos cansados, hacer. Mover, moverse. Mover nuestro pequeño cosmos de ideas e interpretaciones, de acciones, de cosas que vivir. De esto hablaba con mis hijos. Cada experiencia con las personas que nos rodean se convierte en una oportunidad de hacer, de dar, ofrecer, de mostrar la sonrisa más grande, de ser amable, afectuoso, atento, agradable, educado. Con el conductor de autobús, a quien siempre, siempre, saludo, de manera cordial. Con la cajera o el cajero del hipermercado, que pasa horas interminables pasando objetos por un lector óptico, embolsa, calcula, cobra… Todo ello mientras, ordinariamente, te mira sonriente, te da las buenas tardes, saluda y despide con cordialidad. Con la persona que te pide consejo sobre cómo llegar a un destino que no encuentra. Con quien te cruzas en la puerta de un establecimiento. Ya sabéis, eso de entrar antes de salir. Algo que no vino seguramente en los libros de mucha, mucha gente. Pues es igual, incluso en esas situaciones, la mejor cara, el mejor buenos días.
Los dos, mis hijos, me miraban. A mi padre se le va la pinza? Espero que no lo pensaran. Pero me miraron más, claro, cuando les hablé de los más cercanos, de aquellos que forman nuestro núcleo duro, o blando, según como se mire. Nuestros compañeros, de clase o trabajo, nuestros amigos, padres, hermanos, pareja… Una cosa he aprendido de esto que os estoy hablando, les dije. Es muy fácil, pero me costó tiempo verla, capturarla, hacerla mía. Ahora no me desprendería de ella en ningún caso. Si das, si te das, recibes. Sobre todo si das sin esperar, sin pedir nada. Por el mero y especial hecho de dar, de regalar. Si quieres, si mimas, si abrazas, si te fijas, si percibes, si observas, más que mirar, si escuchas, más que oír. La vida te regala, te ofrece, te da. Te da sonrisas, te da miradas, te da, te ofrece. Casi se abre en canal para ti. Se muestra. Escuchas el corazón de la gente, su ritmo, su cadencia. Y, entre otras cosas, dije, nunca pierdes. Nunca te juegas nada. Porque no pides nada. Solo abres el bolsillo y ofreces. La respuesta, bueno, de todo hay. Pero la sangre corre a más velocidad, porque estás vivo, porque estás pendiente, porque te interesa lo que les pasa a los demás, porque cuidas el detalle, porque percibes, porque ves, con los ojos bien abiertos. El color que sienta bien, la cara o el día triste (de los demás), la sonrisa bella (de quien está contigo, a tu lado, que pasa por tu lado…) El valor de los demás, de sus vidas, de sus inquietudes, la amabilidad sencilla, discreta, la escucha, la sonrisa cerca, presta, sincera. Al final, un efecto. Siempre. Los demás cobran más importancia en tu vida. Y esto, siempre, es lo mejor. No tardamos mucho. Mis hijos se miraron. Papá terminó. Creo que me escucharon. Y que, antes o después, sentirán la necesidad de ver y valorar, qué es eso que les contó su padre y que tan importante le parecía. Por cómo lo contaba. Por lo que contaba.
Después d leer esta entrada me viene a la cabeza el día q te vi personalmente. Viniste a mi Cole del Rosario a dar una charla sobre acoso. Vicky nos había pedido q fuéramos puntuales. Yo no lo fui y entré interrumpiendote. Te pusiste un momento serio y seguiste
ResponderEliminarA mí me interesó mucho lo q decías. He tenido en los últimos años varias situaciones de posible acoso y, en general, no estoy muy de acuerdo con la opinión de los expertos. Pero tu opinión me pareció validada por tu experiencia práctica.
A lo que voy :
Cuando terminó la charla, yo,que opino como tú que hay que hacer siempre, te quise felicitar y expresar mi interés y acuerdo. Pero era tarde y se me adelantó una compañera. Así que esperé un poco y lo hice. Y a lo que iba: me cogiste la mano y me la apretaste cariñosamente.
Me sorprendió; me pareciste un ser humano cálido y especial. Y luego busqué datos tuyos y te seguí en tu blog y Facebook
Y eso, que es verdad. Que hay que dar.
Mavi, me acuerdo perfectamente de tu rostro, con una mirada de escucha sensible mientras hablaba... No me acuerdo de cuando entraste y me puse serio (buf). Muchísimas gracias, como siempre, por tu afecto!!!
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