20 de junio de 2013

ESO DE HABLAR BIEN


Eso de hablar de bien
José Antonio Luengo



Hablar bien no es fácil. Habría que definir, incluso, primero, qué queremos decir con eso de hablar bien… Podríamos referirnos a la capacidad para expresarse en público, ante los demás, de hilar ideas y conceptos, formas y maneras, todo ello para expresar lo que pensamos o sentimos. Podríamos también dirigir la mirada a habilidades del hablador que permiten entender a quien se expresa sin grandes esfuerzos. O a la destreza de no utilizar expresiones inadecuadas u ordinarias. O también, por supuesto a la capacidad de pronunciar y vocalizar correctamente. Existen más derivadas, sin duda. Probablemente podamos asociar la expresión hablar bien con todas esas cosas juntas, adecuadamente ordenadas.

Sin embargo, no es demasiado difícil comprender a qué nos referimos cuando, de modo natural, metidos en conversación más o menos trivial, utilizamos esa expresión de manera coloquial. No habla bien. Movidos por algo que suena mal, o es demasiado repetitivo, a disgusto con discursos entrecortados o inconexos, términos incomprensibles o claramente inadecuados en el contexto de que se trata. O, simplemente, sobresaltados por la utilización de palabras inexistentes. 

En cualquier caso, cuando analizamos lo que otro hace, es imprescindible ser prudente. En la vida en general. Y, sobre todo, especialmente, cuando juzgamos algo. Cuando lo ponemos en valor, comparamos o, tranquilamente, lo rechazamos. Y esto vale también para el lenguaje, con singular incidencia en cómo lo utilizamos, o lo utilizan (ya sabemos eso de ver la paja en el ojo ajeno…) Vale para lo que oímos o decimos, vale para palabras concretas, expresiones, giros impredecibles. Vale, sobre todo, para muletillas… Hemos de ser prudentes con quienes no parecen hablar bien...

Suelo hablar con frecuencia ante otras personas. Y desde luego con otras personas. Llevo tiempo, mucho, haciéndolo, y, así, poco a poco, he procurado pulir mi manera de aproximarme a los demás con las ideas que pretendo expresar, esas que intento trasmitir o simplemente trazar, dibujar. Para la posterior reflexión entre todos. Con el paso de los años he aprendido a escuchar y, consecuentemente, ponerme con sensibilidad en el lugar de quien habla o me habla. Y, claro, he aprendido también a analizar lo escuchado, considerarlo, filtrarlo. Casi hasta a hacer mías su expresiones, las frases, el ritmo y la cadencia utilizadas. Sus palabras. Esto me ayuda para intentar hablar mejor.

A lo largo de los años me he servido de los amigos o de personas conocidas que han asistido a alguna de las exposiciones que he podido desarrollar en público. O de alumnos especiales, esos que a uno le inspiran confianza. Esos que van a decirte las cosas tal como las sienten. Y me ha gustado preguntarles. Pedirles su opinión. Solicitar su parecer sobre mi manera de expresarme. Sobre palabras y frases, giros y expresiones. Sobre tiempos y ritmos también. Y sobre postura, gestos, movimientos, miradas… Sobre la comunicación, claro, dispuesta para volar. Hacia las miradas y receptores de quienes escuchaban.

Han sido muchas las observaciones que me han hecho y que he podido analizar. Estos amigos críticos han sabido captar la esencia de muchos de mis errores, exageraciones, omisiones… Y de ellos destaco tres recurrentes. Los que más me cuesta pulir. Aunque lo intento con interés y brío. A saber. Debo reseñar mi tendencia a utilizar, de vez en cuando, como quien no quiere la cosa, alguna palabra excesiva o malsonante; algún taco, vaya. De esos que casi salen solos, coloquiales, muy usados por casi todos en las conversaciones cotidianas. Lo hago menos, sí, pero no me gusta hacerlo. Y, claro, no me gusto haciéndolo. A veces parecen quedar bien, encajar en el discurso… Como un broche simpático. Pero no. Error claro a corregir. Muy nombrada ha sido también mi tendencia a hacer especialmente larga la introducción sobre aquello de lo que pretendo hablar. Sea de lo que sea. Hay veces que yo mismo me digo: “pero para ya; de una vez. Y empieza, coño" (vaya, lo he vuelto a hacer). Esta manía mía por contextualizarlo todo llega a ser obsesiva. Y muy pesada en ocasiones. A veces son los ejemplos. Me enredo en buscar, no uno sino cien. Y en no pocas ocasiones, pues eso, me paso… Y en tercer lugar, y no menos importante, he de destacar una cierta inclinación a utilizar frases y expresiones especialmente largas. Hasta el punto de que recuerdo días en que me he detenido a mitad de frase para decir: “voy a decirlo de otra manera… Es decir, de modo más sencillo”. También me pasa al escribir. Pero estoy en ello. En fase de tratamiento.

Cada uno habla como le sale. O como puede. O como ha aprendido. O según las circunstancias… Esto también. Pero, sobre todo, como quiere. Por eso es bueno escucharse de vez en cuando. Analizar cómo hablamos. Y concentrarse en lo dicho. Reparar en las palabras que seleccionamos, en cómo las organizamos, el ritmo que utilizamos, y el tono. Y, por supuesto, en la importancia que damos al acto mismo de la comunicación, por pequeña que sea. Y a las personas con las que hablamos e intercambiamos ideas. Y me parece bueno revisar cómo decimos las cosas. Y tratar de mejorar un poco., si cabe. Y te interesa hacerlo.

A continuación enlazo con un artículo de Manuel Vicent, que es el verdadero propósito de esta entrada. Leerle, y sonreír amablemente por lo, a mi entender, acertado de sus observaciones sobre el lenguaje actual. Vivimos momentos de contagio que a veces asusta. Asusta la facilidad con la copiamos y hacemos nuestras determinadas palabras o expresiones saltándonos, a veces, normas básicas de decoro o razonable ortodoxia en el léxico. Claro, ayuda también la capacidad para asustar, e influir, con el lenguaje de mucho personaje público, con la complicidad de la televisión. Y lo rápido que se expanden muletillas, expresiones o palabras no solo malsonantes, sino, en muchas ocasiones, mal utilizadas.

Me llaman la atención muchas pero voy a señalar una. De un tiempo a esta parte se ha puesto muy de moda utilizar la palabra vale (¿vale?) en las conversaciones, exposiciones, explicaciones, etc. Vale es una interjección que indica acuerdo o aprobación. Y, como es lógico pensar, de ser utilizada, puede serlo por quien escucha y, analizada la situación, expresa su acuerdo de manera que el interlocutor pueda comprobar que se ha entendido lo dicho o que se está de acuerdo con lo mismo, con lo propuesto o planteado. Los niños usábamos mucho este término. Y lo usan también los pequeños de ahora. ¿Jugamos?, decía uno ¡Vale! , dice el otro. Sí, es cierto, seguramente lo estéis pensando. Esta muletilla de aprobación puede pedirse también por quien habla y explica. En un gesto sencillo de comprobación de que la cosa se ha entendido. El problema viene derivado, a mi entender, por la reiteración de su uso en la explicación o argumentación. Hasta el punto de que se convierte, en no pocos casos, en la muletilla final de cada frase utilizada. Pedir que alguien te explique algo, o simplemente conversar con personas que culminan cada frase con el consabido  vale puede convertirse en una especie de tortura. Es como si, sin solución de continuidad, quien nos habla estuviese comprobando si nos estamos enterando de lo que nos cuenta o explica. Al tratarse de una muletilla, hablamos de algo que no se controla mucho y, por lo tanto, se suelta casi sin darse cuenta uno. Sale sin más. Pero quien lo escucha suele terminar agotado. Y, a veces, con complejo de idiota. Es como si tuviéramos que chequear cada dos segundos que se me está entendiendo. Que quien nos escucha no pierde el hilo. Que está concentrado en lo que digo. ¿Vale?

Los niños usan también esta forma de comprobación. Por ejemplo, cuando dicen: mamá, ahora vamos al puesto de chuches. Y me compras una, ¿vale? La comprobación está ahí justificada. A ver si mamá se entera de lo que estoy diciendo. ¡Que me tiene que comprar las chucheees! No sé si la princesa del pueblo de la tele (hace mucho que no aparece, parece) tiene algo que ver con esta irrupción léxica. Un muletilla de propia del interés por verificar. Para el que escucha, a veces, una muletilla excesiva. Y cansina. Todo esto dicho con el máximo respeto, por supuesto. ¿Puede ser que quien la usa tan reiteradamente haya acabado gustándose a sí mismo cuando sale de su boca?

Pero, lo dicho, ahora viene lo bueno. Por si os apetece leerlo. 

Nunca digas
Manuel Vicent

El País, 10 de junio de 2012



3 comentarios:

  1. Una vez más: excelente reflexión, José Antonio!!! Tus palabras me han hecho pensar (y mucho) sobre cómo utilizo el lenguaje ante mis alumnos, y la verdad, creo que debo tener muy en cuenta (y más cuidado de ahora en adelante) las recomendaciones que transmites en tu texto. Es verdad que a veces nos queremos hacer más cercanos a ellos, para “venderles” mejor nuestro “producto” y quizás la utilización no apropiada del lenguaje no les llegue a beneficiar tanto como creemos. Espero ser más cuidadoso en el futuro y no olvidar lo que has expuesto hoy en tu blog.
    Por otro lado, lo que si intento en los alumnos es que se esfuercen en no repetir siempre las mismas expresiones. “Es lo que hay” es la frase que ocupa el puesto más alto del ranking de frases vacías… También procuro que se expliquen con naturalidad, tarea nada fácil, por cierto.
    Nada más, por el momento. Gracias de nuevo por compartir tus pensamientos, José Antonio. ¿Vale?

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  2. Y una vez más, MIL GRACIAS POR TUS PALABRAS. Lo que escribo sale así, rápido. pero a veces son puras boberías. Pero me gusta ordenar así la mente. La hace más flexible

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    1. Estimado José Antonio: Ni se te ocurra volver a pensar que se trata de boberías lo que escribes. Faltaría más!!! Es una verdadera gozada que podamos disfrutar de tus reflexiones, que ya las hacemos también nuestras. Además, ocurre a veces (la mayoría de las veces, pienso) que no podemos tratar tranquila y relajadamente con gente cercana o compañeros de trabajo estos puntos de reflexión que normalmente nos propones en tu blog. Por eso, tú sigue en tu línea, que seguiremos apreciando tus escritos y aprovechando de ellos tu experiencia y vivencias. A ver si entre todos conseguimos un mundo más agradable. Salu2!!!

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José Antonio Luengo Latorre es Catedrático de Enseñanza Secundaria de la especialidad de Orientación Educativa. Es Decano-Presidente del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y Vicepresidente primero del Consejo General de la Psicología de España. Licenciado en Psicología. Habilitado como Psicólogo Sanitario por la CM y experto en Psicología Educativa y en Psicología de la actividad física y del deporte (Acreditación del Consejo General de la Psicología de España).. Desde octubre de 2002, ocupó el cargo de Secretario General de la Oficina del Defensor Menor en la Comunidad de Madrid y desde julio de 2010 fue el Jefe del Gabinete Técnico del Defensor del Menor, hasta la supresión de la Institución, en junio de 2012. Ha sido profesor asociado de la Facultad de Educación de la UCM y de la UCJC. Es profesor invitado en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid. En la actualidad es psicólogo de la Unidad de Convivencia. Coordinador del Equipo de apoyo socioemocional, dependiente de la Subdirección General de Inspección Educativa de la Consejería de Educación de la CM. Twitter: @jaluengolatorre

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