Vacaciones escolares
Basta con cerrar unos instantes los ojos y respirar
hondo. Dejar de pensar en nuestras cosas, esas que hacemos ahora, las que
ocupan nuestro presente. Y desviar el pensamiento. Irse un poco de este mundo y
saltar, ubicarnos en otro espacio y otro tiempo. Retrotraerse, evocar tiempos
pasados. Cuando éramos niños, ocho, nueve, diez años, más o menos. Y situarse en
los días previos a las vacaciones escolares y, sobre todo, en el último día de
clase. Ya sin libros en el pupitre, ni lápices o bolígrafos en las manos. Vestidos
con camiseta y pantalones cortos, mirando nerviosos a todos los lados. Entramos
en el cole, entramos en el aula. Un contagioso espíritu de libertad y alegría ensancha nuestro corazón. La
mente se escapa, huye. Huye de los días de clase, de la pizarra, de la tiza. Huye
de los deberes, de los exámenes. Se escapa también de la tensión, de la presión
por acertar, por no fallar. Y del mal tiempo. De la mirada escrutadora de los
profesores, con las lecciones, las explicaciones, los ejercicios. De salir a la
pizarra…
La mente se ha ido. Se ha ido de lo malo, claro, porque
hay mucho de bueno en el día a día en la escuela. Los compañeros, la amistad,
la alegría. También los profesores. El recreo, las buenas notas, la mirada
cómplice de los colegas en las travesuras. La risa tonta que no podemos
aguantar. El grupo. Los amigos. Pero la mente se va de lo malo. Se escapa,
digo. Se quiere ir. Y flota en un presente que quiere ser futuro. Salir ya. Sentirse
libre. Alejado de las tareas, de las obligaciones. Arriba las vacaciones, abajo el estudiar, los libros a los rincones, y
nosotros a jugar. Eso cantábamos. De pequeños. Como un rito. La consagración
de la libertad, insisto.
Estamos aún en clase. Los profesores sonríen. Nosotros
sonreímos. Nerviosos y juguetones. El cuerpo está dentro pero nosotros, nosotros,
fuera. Muy fuera. Que suene el timbre. Que nos dejen salir. Por favor, ¡yaaaaaa!
La mente y el corazón se hacen uno. Uno en la magia de poder, de querer, de
evadirse, de jugar. Jugar y jugar. Reír hasta el cansancio. Hasta la
extenuación. Nos dejan salir ya. Sonó el
timbre. Al recreo todos. Ya no hay más clases. Hay una fiesta.
Y todo se torna fiesta ya. Los profesores relajados. Nos
saludan, nos abrazan. Bendicen nuestra cara de pillos, casi. Ellos también
están contentos. Un curso duro. Todos lo son. Para nosotros, pero también para
ellos. Pero eso, ahora, da igual, todo da igual. Arriba las vacaciones, abajo el estudiar… Es un lema. Una liturgia, un culto, un rito. El
nuestro.
Salimos atropellados al patio. Corremos de un lado a
otro. Todo son risas, todo es alegría. Se nos sale el corazón. No lugar para
otra cosa que no sea sonreír, bromear. Y dar gracias al cielo porque el paraíso
ha llegado por fin. Mañana será otro día. Sí. Pero ¡qué día! Levantarse tarde,
la calle, los amigos, jugar. Sin parar. Sin parar. Porque jugar es nuestra vida
ya, a lo que sea. Donde sea. Con quien sea. ¿Juegas?
¿Jugamos? La música suena atronadora en el patio del colegio. Y es un no
parar. No queremos que pare nada. Vacaciones. Éstas que no paren. Por favor,
por favor. Hay juegos, alguna representación en el salón de actos, algunos
padres, también… Bueno, más madres. Que miran orgullosas a sus hijos. A
nosotros. Que no sabemos bien, en ese momento, cuánto temen esa libertad
asilvestrada que van a tener que sufrir. Dos meses de suplicio, piensan algunas…
Pero en ese momento no. En ese momento sonríen también al vernos felices. Sin
parar. Sin parar.
La fiesta termina y tenemos que irnos, salir del cole… No
volveremos a él hasta pasados dos meses y medio. Pero parece que nos vamos para
siempre. Como si el mundo fuese a terminarse, saltamos y miramos a nuestro
alrededor, deseosos de despedirnos de todos nuestros compañeros. Algunos de
ellos serán compañeros de juego en el verano. Otros no. A estos nos los
volveremos a ver hasta septiembre. Adiós,
adiós…
El mundo es nuevo ese día. Nuevo y bello. Bella nuestra
madre, con quien andamos camino a casa, asustada ya, seguramente, de la lata
que voy a darle. Es un no parar. Físico y mental. Pero sobre todo emocional. La
emoción de sentirse otro, sin pensar en cuánto tiempo tendremos. Ahora toca
jugar al pañuelo, al rescate, a pídola, a las chapas; echar buenos partidos en la era, saltar a la
comba; jugar a las canicas o la peonza, a la rayuela… Y también estar, simplemente estar, con los amigos,
tumbados, mirando al cielo… Sin pensar en madrugar, ni en la lección del día.
Solo nuestro nombre en el aire, emitido mil veces por nuestra madre, sobresaltará
nuestro día, con el bocadillo entre las manos, el agua de la fuente, las bicis.
Las bicis, sí, el acceso imprecedero a la aventura, a borrarse del mapa.
Investigar, oler, mirar… Bañarse en cualquier sitio. El grupo en bici. Mil
rutas, mil riesgos. La imaginación como motor. A algunos nos espera también el
pueblo. Y más libertad aún. Y amigos de año en año. Solo un guiño y la conexión
vuelve a estallar. Así, sin esfuerzo. Magia y sueños…
No he podido aguantar la llorera que me has provocado con tus palabras, José Antonio. ¡Menuda emoción he sentido al leer tu entrañable texto y qué recuerdos que tenía ya olvidados han vuelto a renacer en mí! Esta ha sido la mejor manera de acabar este curso que tan buenos momentos nos ha traído (lo malo ya está casi olvidado). Pues sí, esas mismas sensaciones las hemos vivido y hay que ver qué felices éramos sin preocupaciones importantes. Era increíble la sensación que teníamos entonces de que no pasaba el tiempo en vacaciones y de que los días eran larguísimos. Y ya no te digo nada cuando volvíamos de jugar a casa y siempre estaba en casa la madre con una bonita sonrisa dándonos un cariño impagable. ¡Qué sensaciones tan extraordinarias hemos experimentado! Hemos sido muy afortunados, ya lo creo… Un abrazo, José Antonio. No cambies. Hasta otra.
ResponderEliminarUn placer leerte!
ResponderEliminarJosé Antonio la magia de las palabras se torna en vivencias con se utilizan en frases cortas tan plenas de sensaciones como las tuyas. No pares, no pares...
ResponderEliminarBufff lo que he jugado yo a las chapas y las canicas... Que recuerdos, gracias Jose Antonio por hacernos recordar esos momentos. .jo . y al futbolll por cierto tenemos un partidito pendiente.jejeje
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