12 de agosto de 2013

Cuando no puede ser... pero fue

Cuando no puede ser... pero fue
José Antonio Luengo



En la vida te la juegas casi en cada momento. Un flujo inacabable de decisiones toman cuerpo de manera permanente. Sin descanso. Tal vez el que nos proporciona el sueño, que no los sueños. Pero la realidad es que no paramos de mirar, ponderar, medir, calibrar, sopesar, analizar, valorar, dudar y, claro, decidir. Cada paso que damos es una decisión, cada palabra, a veces. Cada mirada, incluso. 


Vivimos la vida junto a otros, los otros, que nos acompañan, más o menos, en nuestra casa, en la amistad, en el trabajo. O en la calle, mientras paseamos, cuando vamos al cine, cuando entramos en un bar o conversamos. Cuando compramos el periódico e intercambiamos unas palabras con el quiosquero. Cuando alguien nos pregunta por una dirección determinada, cuando nosotros preguntamos por dónde seguir para llegar a nuestro destino. Cuando nos invitan a una fiesta... Y acudimos. Cuando conversamos con alguien que nos acaban de presentar o cuando terminamos, por fin, hablando, con quien queremos terminar hablando, y algo más si puede ser. Pasear o algo así. Conocer un poco más de su vida. Si el color de sus ojos es el que realmente me pareció ayer por la noche. O si su sonrisa es tan fantástica como la que me dedicó ayer. Creo que me la dedicó ... Uff, ya ni sé. Con las bromas y el vino de por medio. Que ya sabemos que altera, el vino, las cosas. Un poco al menos. Casi siempre para bien. Con moderación, sí. Lo sé. Pero te hace ver más allá, un pelín más allá. Es como un escáner. Que profundiza y penetra. Y traduce la información visual en códigos de sentimiento y emoción. Y también te muestra, a ti.


La vida, en ocasiones, te pone ante relaciones que, ay!, reblandecen el suelo que pisas. Y lo hacen inestable y movedizo. Más de lo normal. Fluye a tu alrededor entonces una especie de aire fresco que penetra en cada poro de tu piel. Y respiras, ya, de otro modo. Ventila tu interior y surge, entonces, un estado de embriaguez emocional que te cambia la cara.  La cara, mucho. Aparece una sonrisa tonta, que no se va. Ni dormido. Porque dormido sigues conectado a esa experiencia, a esa brisa estable que discurre, cómplice, por cada célula de tu cuerpo.  Y la percepción se ve, también trastocada. Ves constelaciones donde hay lunares desordenadamente dispuestos, o eso parece. Y ves al sol ponerse, una y otra vez, al mirar el verde. Ese verde. Y el alma se mueve inquieta.


Y, a veces, pasa lo que pasa. Mientras pasa. Porque poco, tal vez nada, perdura todo lo que quisiéramos que perdurase. O no. Porque perdurar, a veces, es sinónimo de decaer. De desánimo, desaliento, rutina,  fatiga o flojera. Porque perdurar no significa, precisamente, mantener, sostener, consolidar, seguir... Pero a veces pasa lo que pasa, sí. Y vuelas. Te preparas para volar y vuelas. Sueñas. En mil mundos. Y haces tuyo cada uno de ellos. Y saltas, de aquí para allá. Sin parar. Pareces hiperactivo. Es que lo eres, oye. Es lo que hay. Parar es para otros. 

Y pasa lo que pasa. Y sigue pasando. La ilusión te explota en el pecho. No conoces el descanso. Y las pupilas se dilatan, hasta el infinito. Y más allá. Ves, siempre, más allá. Es, claro, la magia que trastorna el horizonte, la emoción que da la vida. La vida, en ese momento, en esos momentos, durante ese tiempo. Y mal por ti si no lo vives. Si no disfrutas. 


Porque todo cambia. Y se va. O se queda, pero a su manera. De esa manera que ya no es igual. Y es normal que sea así, dicen. Ya no sé. Pero, olé cuando pasa, porque pasa, porque te pasa a ti. Porque la vida te ha elegido. A ti. En ese momento, durante ese corto o largo espacio de tiempo. La vida dura lo que dura. Las cosas duran lo que duran. Se mantienen lo que se mantienen. Y siempre, o casi siempre, acaban parando máquinas. Porque ya, por lo que sea, por quien sea, no pueden ser. Así, como han sido. Ni serán. Así.




Pero han sido. Esa es la magia del asunto. Han sido, y por tanto, serán. Paradójico, tal vez. Pero serán. En la memoria, el corazón. el alma. Porque solo muere aquello que ya no tiene fuerza para vivir. Y eso, lo vivido, siempre la tendrá. La fuerza, la llama que prendió, la vida que cambió, las ilusiones que entrañó. La complicidad que creó. Que se creó. La magia está, precisamente, en ver. Ver que está. Que fue. Que estuvo. Que vino. Y que quedó, de alguna manera, dentro de ti. El valor está en agradecer. Agradecerte también. Por estar, por vivir, por llenar, por dar, por ser, por huir, por correr, por venir, por irte y volver. Por acertar. Y por fallar. Por amar, por querer, por inundar, por coger... Por soltar, por saber soltar. Por respetar.



La vida va, se suelta, vuela, o, simplemente, pasea. A veces sí, con tranquilidad, y paz. El sosiego te mira y acoge, te besa en el alma. Hasta que deja de pasear. ¿O no?








5 comentarios:

  1. Carmen Ballesteros15 de agosto de 2013, 22:18

    Acabo de llegar de Ayamonte y a pesar de la pereza de retomar de nuevo lo cotidiano, el ordenador una de ellas, he encontrado un magnífico artículo. Tu artículo. Me ha provocado sonrisas, ternura, emoción... porque sabes, muchas de las cosas que expones yo he tenido la suerte de compartirlas contigo, y también con muchos otros que hoy no son sólo recuerdos. Han sido, son y seguirán siendo, como bien dices, en el corazón y en el alma. Que suerte, haberos encontrado por el camino. Enhorabuena, José Antonio. Un beso.

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    Respuestas
    1. Es una lectura inteligente de lo escrito, Carmen. Se trata de lo vivido, con quien lo hemos vivido. Mirando siempre el lado creativo de aquello que teníamos que hacer...

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  2. Es una auténtica gozada vivir la vida. Sin más. Una lotería que nos ha tocado a algunos y encima, con premio. Y si de vez en cuando además, cuando menos uno se lo espera, conocemos gente interesante que nos "llena" interiormente y nos "acompaña" durante el camino, mira qué bien. Aprovechamos la ocasión. Y es gratis. ¡Increíble! Pues yo voy a seguir disfrutando de los excelentes y chispeantes textos de J.A. Una petición del oyente: Que no decaiga tu afición de escribir. Por favor. Estamos contigo, ahora y siempre. No lo olvides.

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  3. Es muy reconfortante leerte,porque es reconocerme en otros seres humanos;y, no siempre lo consigo.Iré leyendo en algunos ratos tus artículos. Algunos me interesan profesionalmente;otros, humanamente.Tengo una sensibilidad y unos intereses parecidos a los tuyos aunque no me acerque a tu formación y tu profundidad.
    De lo que dices aquí, me quedo con un "ole". Ole lo vivido; ole, lo sentido y ole, la
    vida que te regaló esos momentos y esas sensaciones. lo que fue, fue y será. La magia no desaparece, su función sólo es aparecer.
    También a mí me apareció la magia en algunos momentos, y agradezco todas las lágrimas que derramé por ella. Y como soy del sur, Ole, por ese momento que alguna vez ,cuando menos pensamos, nos toca a cada uno para hacernos vibrar.

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José Antonio Luengo Latorre es Catedrático de Enseñanza Secundaria de la especialidad de Orientación Educativa. Es Decano-Presidente del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y Vicepresidente primero del Consejo General de la Psicología de España. Licenciado en Psicología. Habilitado como Psicólogo Sanitario por la CM y experto en Psicología Educativa y en Psicología de la actividad física y del deporte (Acreditación del Consejo General de la Psicología de España).. Desde octubre de 2002, ocupó el cargo de Secretario General de la Oficina del Defensor Menor en la Comunidad de Madrid y desde julio de 2010 fue el Jefe del Gabinete Técnico del Defensor del Menor, hasta la supresión de la Institución, en junio de 2012. Ha sido profesor asociado de la Facultad de Educación de la UCM y de la UCJC. Es profesor invitado en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid. En la actualidad es psicólogo de la Unidad de Convivencia. Coordinador del Equipo de apoyo socioemocional, dependiente de la Subdirección General de Inspección Educativa de la Consejería de Educación de la CM. Twitter: @jaluengolatorre

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