¿Colegios
para homosexuales? Respeto, tolerancia y educación
José Antonio Luengo
El mundo da muestras cada día de que
merece la pena seguir ahí, esperanzados en que seremos capaces de hacerlo
progresivamente mejor. Y nos da, asimismo, ejemplos de la sinrazón, el odio y
la miseria que parece anidar en cada rincón de nuestro pobre corazón. El de
cada uno y el de todos como uno solo. El que mueve el mundo cada día. Y lo
asoma a abismos insondables, oscuros y pestilentes. Y lo sitúa, en ocasiones,
ante la maravilla y el espectáculo de la superación, de la solidaridad, del
apoyo incondicional entre sus miembros, de la mirada compartida. Del guiño
cómplice, de la mano que levanta y sostiene al que lleva tiempo arrodillado,
cansado y aturdido.
El modo en que el ser humano aborda el
tema de la homosexualidad en el mundo es un buen ejemplo de la profunda
fractura que divide la manera de mirar y tratar la diversidad en la orientación
sexual. Un buen ejemplo de cómo podemos aceptar, escuchar, entender y acoger y,
por el contrario, rechazar, excluir, perseguir o, incluso, asesinar…
Quienes vivimos la educación como una oportunidad,
robusta e incontestable, para hacer de nuestro mundo un sitio mejor cada día,
entendemos que es en ese espacio donde deben plantarse las semillas que habrán
de permitir la germinación de actitudes y valores solidarios, asentados en la
idea y práctica del respeto y la cercanía, la mano tendida y la escucha, el
apoyo y la sana experiencia de andar juntos, colaborar, crecer juntos. La
convivencia pacífica como camino y como objetivo. Como herramienta para
aprehender el mundo que nos rodea y como norte a alcanzar, Y afianzar. Ese que
debe guiar la experiencia cotidiana, nuestros pensamientos, el modo en que
interpretamos lo diverso, lo complejo, lo distante de nuestro espacio. En
corazón y en mente. Y hablar de educación, siempre y en estas líneas también,
es hablar, claro, de lo que pasa en nuestras escuelas. Imprescindible, por
supuesto. No solo, pero sí
imprescindible.
Nuestro país lleva tiempo trabajando para
mejorar la respuesta a esta forma de diversidad. Y, seguro, con buenas
intenciones. Sin embargo, creo que seguimos sin acertar. Y no porque falten
guías y orientaciones de cómo puede abordarse. Incluso buenas prácticas de
trabajo. Y seguimos sin acertar. Probablemente porque, desgraciadamente, la
educación formal lucha cada vez con menos medios para reducir el efecto de las
muchas enseñanzas que surgen de la experiencia social, de lo que se vive
en las calles, de lo que se piensa, aunque no se diga, de lo que se siente,
aunque no se exprese. De la evidente disonancia entre el mensaje y discurso oficial y lo que nutre aún la víscera,
el atávico modo en que se interpreta la diferencia en este ámbito tan cargado
de esencial vital. De la discrepancia entre el argumento intelectual y visible
y el ancestral y recurrente rechazo, encastrado profundamente en el interior de
nuestro entramado social. De lo que se dice, o no se dice, en cada casa, ante
hechos o evidencias que debieran sacarnos a la calle y pelear por la dignidad
de todos. De lo que se dice, casi sin decir, con las miradas. De los
comentarios piadosos que esconden la mano que aleja. Que dice, sin decir. Que
rechaza en la mirada. O en el silencio. O en el argumento banal. Pero la
escuela debe estar ahí, abordando la diferencia, la diversidad,
comprometiéndose con políticas inclusivas, reales y poderosos. Desde la óptica
de los derechos humanos fundamentales que decimos, orgullosos, atender y
respetar. Y proteger.
Los colectivos más cercanos a nuestra
vida y mirada alertan desde hace tiempo del dolor y sufrimiento que se esconde
detrás de incontables experiencias personales de adolescentes y jóvenes en el
contexto de la educación reglada. No solo, pero aquí toca esto de modo
especial.
Hace solo unos días hemos podido leer en
la prensa la noticia de que el Reino Unido se plantea la apertura de un colegio para estudiantes
lesbianas, gais, bisexuales y transgénero en Manchester en los próximos tres
años. La noticia, cuando
menos, sorprende. Y, a mi juicio, inquieta. Según hemos podido leer en la
información que la desarrolla, al menos parece contar con cierto apoyo de
movimientos LGTB del país. Aspecto este relevante. No creo que a ninguna
administración se le ocurriese una idea de esta naturaleza sin contar con un
mínimo acuerdo con las fuerzas sociales que sufren en sus carnes diariamente la
inmundicia del rechazo, el insulto, la exclusión, el estigma. De la homofobia,
en fin. Dicho esto, tengo, por supuesto, que manifestar prudencia en las
apreciaciones y valoraciones sobre la idea señalada, sus justificaciones y
objetivos esenciales.
No obstante, no me gusta la idea. Guetos
y escondites no han supuesto nunca avance alguno en el desarrollo de políticas
educativas y sociales. Especialmente en el momento que nos toca vivir, toca
precisamente levantar la vista, erguirse. Y defender el derecho a la diversidad
de opciones. Y exigir el desarrollo de prácticas educativas asentadas en la
inclusión como principio fundamental. En el apoyo incondicional. En la mano
tendida, la mirada atenta, la escucha presta. Un paso al frente para evitar el
estigma (y su contagio), el dolor insufrible, el llanto permanente, la
percepción de que no vale la pena luchar. Por nada.
El escenario tiene que situarse en la
escuela, en nuestras aulas, trabajando con seriedad con proyectos de
información y sensibilización. Trabajando con alumnado, claro, pero también con
profesores y padres. Imprescindible. Trabajar en y desde la idea y práctica de
la comunidad educativa. Hablamos de valores mágicos para ser y estar mejor en
la vida. Herramientas poderosas de inteligencia emocional que han de hacernos
mejores personas, atentas a la injusticia. Personas capaces de dar un paso al
frente para defender sus derechos. Y los de aquéllos más vulnerables. El
escenario no puede ser otro. Las aulas, los modelos de convivencia, los
ejemplos de resolución de conflictos, la paz como indispensable esencia de las
acciones. El respeto, la tolerancia y la defensa del que aparentemente menos
tiene, o puede. Y esa es nuestra escuela. No otra diferente, encapsulada.
Entiendo.
Me parece importante el respeto a personas que siendo de una cultura distinta, preferencias, ideales o costumbres a las nuestras pueden aportarnos experiencias o conocimientos que enriquecen nuestra educación, la apertura de escuelas para "cierto tipo de personas" no me gusta, no sé si tomarlo como el inicio de una apertura, pero ¿qué sería de nosotros si no se dieran este tipo de acciones? La tolerancia y el respeto son piedra angular en estas situaciones, me viene a la mente el nombre de Hanna Jaff que junto con su fundación http://noticias.terra.com.mx/mexico/politica/la-princesa-del-kurdistan-que-reina-el-castillo-del-pri%2cb7bd697c5d116410VgnVCM3000009af154d0RCRD.html pretenden ayudar a nuestro país a mejorar su calidad educativa, teniendo ella una mezcla cultural muy particular. Saludos
ResponderEliminar