19 de febrero de 2016

ESCUELAS DE FÚTBOL Jugadores y entrenadores, las dos caras de una misma moneda


José Antonio Luengo

Las reflexiones que se detallan a continuación son fruto de la experiencia, del conocimiento y de la responsabilidad de desarrollar un puesto en la estructura del Club que, entre otras cosas, utiliza la observación como herramienta esencial de su trabajo. Pero no representan LA VERDAD. En absoluto. Se trata de aproximaciones conceptuales y prácticas, ideas y, en algún caso, sugerencias de naturaleza general. Profundamente alejadas unas y otras del fundamentalismo, de la crítica destructiva y del juicio sin más.

Algunos de vosotros, según empezáis a leer estas líneas introductorias, empezaréis a rumiar, y es entendible, alguna de estas ideas en vuestras mentes. Puede que penséis: “esto va para mí”, o “el mismo rollo de siempre”, o “lo voy a leer, pero vaya, yo sé cómo tengo que hacer las cosas…” Entenderé que sea así. Otros, muchos, me consta, leeréis estas ideas con curiosidad e interés, intentando incorporar alguna de ellas a vuestra reflexión personal sobre cómo mejorar en vuestro trabajo. Pero no solo.

En fin, así las cosas, inicio mi argumentación. Lo haré seleccionando las consideraciones que entiendo más relevantes, dando por entendido que comprendéis que se trata de una priorización. Y que hay otras muchas cosas al respecto de las relaciones entre entrenadores y sus jugadores que podrían expresarse.

  1. No habría entrenadores si no hubiera jugadores que quisieran y pudieran aprender. Esto parece una perogrullada pero es necesario insistir en ello. En incorporar en nuestras reflexiones al diseñar, pero sobre todo al desarrollar nuestra tarea. A mis alumnos de la Facultad de Formación del Profesorado les insisto en esta idea. Los importantes, siempre, son ellos, los alumnos. Por y para ellos estoy donde estoy. No existe objetivo más mágico que conquistar sus mentes y su afecto. Consiguiendo esto, su confianza y respeto desde nuestro respeto, desde nuestro modelo de comportamiento conseguiremos que amen lo que están haciendo. Más de lo que podían amarlo al empezar a hacerlo. La ternura, el buen trato, la confianza, son instrumentos esenciales en la tarea educativa. Y no lo olvidéis, aquí la tarea educativa es esencial. Y es esencial, por tanto, tratar bien, estimular, apoyar, animar, incentivar, reforzar. Como lo es por supuesto corregir, o, incluso, reprochar las cosas que no se hacen del todo correctamente.
  2. Pero pensemos un poco más. Ningún niño quiere fallar. Ningún niño quiere equivocarse, fallar un penalti o cometer un error que nos cueste un gol en contra. Ningún niño quiere ubicarse mal en el campo o hacer mal una cobertura táctica. O un control del balón. Ningún niño quiere que la pelota salga hacia el córner cuando quería meterla entre los tres palos. ¿Qué quiero expresar exactamente? Lo diré de otro modo. ¿Cómo reaccionamos nosotros, los adultos, cuando nos equivocamos y nuestro jefe o responsable reprocha vehementemente nuestro error? ¿Y cómo nos sentimos cuando, además, lo hace delante de nuestros compañeros? ¿Y qué pasa por nuestra mente cuando además suelta algún improperio o alguna palabra malsonante como guinda de la bronca? En las escuelas de fútbol, pero puedo perfectamente hablar también del trabajo con chicos de 15, 16 o 17 años, el resultado de nuestra manera de reaccionar al error es determinante. Crea o destruye vínculos. Crea o destroza la confianza. No basta con preguntarle a los chicos luego si se han sentido bien o mal. ¿Creemos de verdad que nos van a decir cómo se han sentido realmente? Si creemos eso, me da que tenemos que pensar un poco más.
  3. No estoy hablando de lo que pasa en un momento puntual del partido o del entrenamiento. Momentos así los tenemos todos y son naturales. Hablo de una manera de estar en el campo acompañando y dirigiendo a nuestros jugadores. ¿Creemos de verdad que la mejor manera de enseñar es teledirigir cada acción de nuestros jugadores? ¿Lo creemos? ¿Creemos que recorrer nuestra banda, desde la posición del portero hasta el más allá ayuda verdaderamente a crecer a nuestros jugadores? Creo que no. Es mi opinión. ¿Dónde queda la espontaneidad, dónde la confianza y la creatividad…? Pensemos que desde fuera se observa todo, o casi todo. Y desde dentro del propio campo. Somos modelos. No lo olvidemos. Y los resultados que debemos buscar no son solo los nuestros, cosa que es natural, sino especialmente los del crecimiento de nuestros jugadores. Y su compromiso con la actitud, la lucha, la concentración, el grupo, la tarea…
  1. Hay una excepción a esta regla. El comportamiento negligente, la falta de ganas, la ausencia de actitud. En ese escenario el reproche está justificado. Pero también con cierta discreción. Aprovechando nuestros paseos por la banda (que no son reglamentarios), o los descansos. O simplemente cambiando al jugador y dándole la charla los más discretamente que podamos. Y con educación. ¿Puede un entrenador enfadarse? Claro que sí. Porque somos humanos. Pero mantener el respeto y las buenas formas es elemental. Y  la máxima discreción. Absolutamente. Y no solo por la imagen que podamos dar a nuestros jugadores o a quien vive el partido como espectador. Sino porque es nuestra obligación. Y porque podemos crecer en nuestra labor.
  1. El resultado de la escucha, de la comprensión, de las palabras de ánimo tras el error, de las palabras y muestras de confianza después de un fallo, incluso clamoroso, es, no lo dudéis, algo así como: mi entrenador cree en mí, me apoya aunque me haya equivocado, merece la pena estar aquí, voy a levantarme… El resultado, el efecto es sumar, no restar. Abrumar a reproches genera miedo, desconfianza. Y las ejecuciones se ven afectadas. SIEMPRE NEGATIVAMENTE. Los efectos, por el contrario de las palabras de aliento después de un error es la confianza, la autoestima, las ganas de corregir la equivocación y seguir peleando, seguir, sumando. No es suficiente que hagamos esto en el descanso. Hay que hacerlo en todo momento.
  2. Sí, lo sé, y es cierto, en la tarea de entrenar en una escuela de fútbol existe además otra derivada, otro ingrediente fundamental. Generar capacidad y habilidades para competir. Esto en la educación reglada no entra, ni se contempla, afortunadamente. Pero sí en las escuelas de fútbol. Vayamos, pues con la segunda consideración.
  3. En la definición del término competitividad aparecen las ideas de rival, conseguir un fin, pelear o pugnar por algo, o ir contra algo o alguien… es necesario que huyamos, claramente, de la consideración de la agresividad como utillaje básico de nuestro trabajo. Es más bien la intensidad, la concentración, la actitud, la lucha y esfuerzo permanentes, la solidaridad con los compañeros o el aislarse de las gradas y estar a lo que hay que estar lo que hemos de estimular y hacer crecer en los entrenamientos. Estar a todas y a todo. Seguir las instrucciones, apoyar al compañero que falla, hablar, comunicarse. Incesantemente. Ese es el conjunto de herramientas que han de crecer en la mente, y también en el corazón de nuestros jugadores. Y la elegancia. Y la humildad.
  4. Perder es necesario; pero no suficiente. Saber perder es imprescindible.  Caerse y levantarse. Doblar la rodilla y levantar la cabeza, y erguirse. Esta es la secuencia lógica, el engranaje que nos hace más grandes, más poderosos, más y mejor dispuestos para afrontar las muchas cosas que seguirán explotando delante de nuestros ojos, en nuestra vida.
  5. El mundo del fútbol y su imagen está cargado de malos ejemplos. De chulería, de arrogancia, de egoísmo. Lejos. Muy lejos tenemos que estar de ese escenario. Y lo que hacemos y cómo lo hacemos, lo que decimos y cómo lo decimos es sustancial. SUSTANCIAL.
  6. El resultado de nuestras experiencias forma parte de nuestro propio crecimiento. Ni perdemos ni ganamos. Crecemos. Y experimentamos. Y vivimos. La respuesta es la flexibilidad, la capacidad para entender, para doblarse en conexión a las inclemencias que oscurecen y turban nuestra existencia. Porque todo es temporal. No existe experiencia más edificante que levantar la cabeza ante una situación comprometida, afrontar el reto, ponerle cara, hacerle frente. Y actuar. Hacer, moverse. Nada permanece estable, ni la victoria, ni el éxito (especialmente éstos), ni el dolor o la sensación de fracaso. Las claves de nuestra vida están en nuestra capacidad para actuar, para modificar aquello que es preciso ajustar, despreciar lo que nos anula y reduce, asir intensamente lo que nos da valor, coraje y energía. Podemos buscar lo que sea inmutable y seguro, pero no tendremos éxito. 

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José Antonio Luengo Latorre es Catedrático de Enseñanza Secundaria de la especialidad de Orientación Educativa. Es Decano-Presidente del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y Vicepresidente primero del Consejo General de la Psicología de España. Licenciado en Psicología. Habilitado como Psicólogo Sanitario por la CM y experto en Psicología Educativa y en Psicología de la actividad física y del deporte (Acreditación del Consejo General de la Psicología de España).. Desde octubre de 2002, ocupó el cargo de Secretario General de la Oficina del Defensor Menor en la Comunidad de Madrid y desde julio de 2010 fue el Jefe del Gabinete Técnico del Defensor del Menor, hasta la supresión de la Institución, en junio de 2012. Ha sido profesor asociado de la Facultad de Educación de la UCM y de la UCJC. Es profesor invitado en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid. En la actualidad es psicólogo de la Unidad de Convivencia. Coordinador del Equipo de apoyo socioemocional, dependiente de la Subdirección General de Inspección Educativa de la Consejería de Educación de la CM. Twitter: @jaluengolatorre

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