4 de julio de 2017

El fenómeno de la ballena azul y nuestros adolescentes

José Antonio Luengo


El conocido como fenómeno de la ballena azul llegó de manera relevante a los medios de comunicación de nuestro país hace solo unos meses. Alertaba de las situaciones trágicas, ligadas de modo definitivo a suicidios de adolescentes que, al parecer, habían tenido lugar en Rusia, donde supuestamente un joven de 21 años y administrador de algunos grupos en redes sociales, había iniciado esta macabra y siniestra aventura. Un aventura que, también al parecer, se extendió peligrosamente en países sudamericanos como Brasil o Chile. Todo presunto.

Y en muy poco tiempo, casi sin que nos diéramos cuenta, el asunto formaba parte de las conversaciones entre chicos y chicas; en nuestros centros educativos, en sus patios y pasillos, en los recreos y entre clases, Y, por supuesto, en sus conversaciones on line.

Noticias ligadas a la también presunta relación de determinados comportamientos de adolescentes españoles con esta desagraciada aberración vieron la luz también en la reciente primavera. Hechos al parecer acontecidos en Barcelona o Palma de Mallorca. Y hace muy poco, este mes de junio, aparecieron asimismo noticias que ligaban este fenómeno con las conductas de dos adolescentes en localidades de la Comunidad de Madrid. Noticias todas que abundan en lo presunto, en lo supuesto. Ahí lo lanzo.  Y ahí lo dejo… Que corra la información. Sabemos muy poco aún. Pero sí algunas cosas que es necesario considerar, someter a reflexión y, claro, profundizar en ellas.

Entre todos hemos de cuidar especialmente el flujo de influencias que llegan y penetran en la mente y el corazón de nuestros chicos y chicas. Y medir las consecuencias y el impacto de lo que expresamos, mostramos y visibilizamos. La viralidad de este tipo de informaciones tiene efectos indeseables, ligados, por ejemplo, a las búsquedas que se realizan en la red. La necesidad de informar sobre los fenómenos que afectan a nuestra sociedad, a nuestros ritmos y cadencias, al modo en que vivimos, a lo que nos aporta crecimiento y bienestar y a lo que, por el contrario, nos aturde y encenaga, no debería ser cuestionada. Muy al contrario. La información nos permite crecer. Y también prevenir. Desarrollar acciones que den respuestas a los conflictos, a lo inquietante. Y al tejido ominoso y execrable que genera nuestro propio recorrido como colectividad. Porque la información debe ayudar a formar también; especialmente cuando están en juego mimbres del crecimiento de nuestros niños y adolescentes. Y mimar los parámetros de la noticia. Rigor, margen de veracidad, impacto, viralidad, riesgos y expansividad de alarma social… Es necesario, por tanto, mesura y tino. Y análisis profesional riguroso de lo que poco que aún se conoce.

Lo que sabemos, al menos en nuestro país, al respecto de los comportamientos de algunos adolescentes y su posible vinculación con el fenómeno de la ballena azul, es que se trata de situaciones en las que éstos tratan de imitar alguna parte del itinerario de conductas a las que acceden sin control alguno en las informaciones que pueden encontrarse en la red.

Y esto, evidentemente, debe considerarse una señal a tener en cuenta. No es inocente, precisamente. Porque sabemos que existe una horquilla de población adolescente muy vulnerable; y extremadamente sensible a estas desasosegantes novedades. Chicos y chicas expuestos a la influencia silenciosa. Sin que su entorno detecte el efecto mimético. Chicos y chicas con necesidad de ganar notoriedad. Ante sus compañeros. Algunas de las cosas que sabemos sobre sus conductas iniciales o, al menos, sobre lo que dicen que han empezado a hacer o están dispuestos a hacer, hemos llegado a conocerlas por sus propios comentarios en los recreos. Con sus compañeros. Como quien no quiere la cosa. Puede que estos chicos no accedan a grupos de redes sociales que teledirijan sus comportamientos hacia abyectos recorridos y comportamientos. Puede que no conozcan, es lo que parece, a ningún facilitador, guardián o curador, que seduce y luego extorsiona (como parece que puede haber ocurrido en alguno de los casos citados fuera de nuestro país) a nuestro vulnerable adolescente. Pero puede éste se implique, desdichadamente, en un círculo de conductas del que no sepa cómo salir… Hemos de ser conscientes de que nuestros hijos y alumnos viven o pueden vivir una vida secreta en la red. Y no siempre el panorama es neutro.

Y así, las cosas, ¿qué hacemos los adultos? ¿Qué podemos hacer? ¿Decidimos no entrar, por si acaso? ¿Estamos o nos sentimos preparados para hablar y ayudar a reflexionar sobre temas de esta naturaleza? Creo, sinceramente que debemos hacerlo. En casa, con prudencia, con sencillez, sin amenazas. Conversar. Explicar que conocemos, que sabemos. Que no lo sabemos todo. Pero que conocemos lo suficiente. Alejarse de este tipo de escenarios. Sin más. Y que creemos en nuestros hijos. Que confiamos en ellos. Que estamos a su lado. Que deben sentirnos a su lado.

¿Y en los centros educativos? ¿Qué podemos hacer? Este que tratamos en estas líneas representa un contenido muy extendido en las conversaciones de nuestros chicos y chicas. Sin embargo, no soy de la opinión de introducirlo como un tema específico en una de las actividades que desarrollamos en el marco de la acción tutorial. Sino, más bien, incorporarlo en alguna sesión que permita reflexionar sobre las influencias que nuestros adolescentes tienen hoy en día. Incluyendo, por ejemplo, la serie de Netflix, Por trece razones. O en el contexto, más amplio, de profundizar en el fenómeno de los influencers. La idea puede concretarse con el apoyo de los integrantes de los departamentos de orientación. Y detallarse en modo de unidad didáctica en la que demos, incluso, a los propios alumnos el protagonismo para su diseño y desarrollo. 

Es necesario hacerles ver que estamos, que sabemos, que podemos tener opinión, que queremos compartirla. Con respeto y capacidad de observación.



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José Antonio Luengo Latorre es Catedrático de Enseñanza Secundaria de la especialidad de Orientación Educativa. Es Decano-Presidente del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y Vicepresidente primero del Consejo General de la Psicología de España. Licenciado en Psicología. Habilitado como Psicólogo Sanitario por la CM y experto en Psicología Educativa y en Psicología de la actividad física y del deporte (Acreditación del Consejo General de la Psicología de España).. Desde octubre de 2002, ocupó el cargo de Secretario General de la Oficina del Defensor Menor en la Comunidad de Madrid y desde julio de 2010 fue el Jefe del Gabinete Técnico del Defensor del Menor, hasta la supresión de la Institución, en junio de 2012. Ha sido profesor asociado de la Facultad de Educación de la UCM y de la UCJC. Es profesor invitado en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid. En la actualidad es psicólogo de la Unidad de Convivencia. Coordinador del Equipo de apoyo socioemocional, dependiente de la Subdirección General de Inspección Educativa de la Consejería de Educación de la CM. Twitter: @jaluengolatorre

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