6 de octubre de 2011

VIOLENCIA DE GÉNERO. Niños, las víctimas invisibles

           
José Antonio Luengo
Publicado en Revista de la Fundación César Navarro. Año III, nº 10. Octubre-Noviembre, 2008

           La violencia de género representa una de las experiencias más demoledoras y traumáticas de la sociedad actual. No hay duda. Violencia contra las mujeres, machismo repugnante que destroza la vida, arrincona, veja, amenaza… Actos violentos que machacan y cercenan las ilusiones por seguir viviendo, la alegría por ver el nuevo día, por estar en el mundo. A veces el destino es la muerte. Sin más. En el momento en que escribo estas líneas son ya 51 las mujeres que a lo largo del presente año han perdido la vida a manos de sus parejas o ex parejas. 51 mujeres que a lo largo de estos casi nueve meses han dejado de respirar. El sufrimiento que tuvieron que soportar hasta ese momento culminó en la mayor de las ignominias. El odio lacerante, abominable de quien acabó con su vida maquinó e instrumentó la trágica acción. Matar. Sin más miramientos. Sin más historias. Ahí queda eso. Una vida menos. Y más dolor, terrible dolor. Por la vida perdida, por los que quedan. El dolor y la tragedia de los que quedan. El dolor, en ocasiones invalidante, de quienes no pueden entender que el trágico desenlace no haya podido evitarse. Atrás han quedado el maltrato psicológico, la exclusión permanente, los insultos, las palizas… Atrás han quedado las miradas de los hijos, sus terribles sufrimientos, su propio dolor, el psicológico y en no pocos casos el físico. También el físico. No podemos ni imaginar la dimensión del sufrimiento de las víctimas. El previo y el posterior.

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Uno de los aspectos que representa aún un reto de gran relevancia es dimensionar adecuadamente los impactos que la violencia de género provoca en las otras víctimas. La violencia de género es un proceso, no un final, casi siempre traumático. La trágica experiencia de la muerte de una persona es perturbadora y suficiente en sí misma como motor de cambio en las conciencias, hábitos, actitudes y comportamientos. Sin embargo, detrás de la violencia de género se esconde la penosa rutina, el vértigo de lo dolorosamente permanente, el miedo insondable, el no encontrar salida o puerta a la esperanza, la desesperanza, en definitiva. Hablamos de un proceso que anula con el gota a gota, con la amarga experiencia de sentirse en la cuneta, utilizado, apartado. Hablamos de un proceso en el que muchos niños son testigos y, consecuentemente, víctimas al mismo tiempo. Observadores del drama, sufridores, víctimas del mismo. Sí o sí. Siempre. Protagonistas, siempre directos, de una experiencia en el que el abuso, la arrogancia, la chulería, el desprecio y el maltrato suele estar dirigida hacia la mujer, pero no sólo. La mera observación de los hechos, el miedo a lo que vendrá después, a sus consecuencias, es un penoso obstáculo que paraliza y distorsiona el desarrollo saludable de los que están creciendo y presencian de manera cotidiana lo que ocurre. De los que crecen inmersos en la injusticia, en el modelo más execrable que puede representar el ser humano. Según datos del último año, 11 menores de edad murieron en el ámbito de la violencia doméstica y de género[1], y en un 7.89% de los asesinatos perpetrados, el agresor asesinó a su pareja en presencia de los hijos. Siendo un niño, un adolescente, tras la propia muerte, observar sin poder hacer nada la muerte de tu madre representa la mayor tragedia, sin duda. La más dura de las experiencias. Niños y niñas de nuestro entorno presentes en el acto más cruel que pueda pensarse y perpetrarse. La tragedia de vivir con ello para siempre, el penar de las pesadillas incontables, del desconsuelo demoledor. La difícil tarea de levantarse cada día con semejante experiencia vital a las espaldas. Esto es lo que soportan muchos de los menores de edad que se ven expuestos de manera continuada a los malos tratos inferidos a sus madres por parte de progenitores varones o nuevas parejas de aquéllas. Quedan secuelas, claro que quedan. Consecuencias físicas (cicatrices, heridas, magulladuras; trastornos de la alimentación y del sueño; retrasos en el desarrollo físico…) Consecuencias emocionales (nerviosismo, ansiedad, irritabilidad, aislamiento, hostilidad, inseguridad; cansancio, desmotivación; labilidad emocional; depresión; aversión al contacto físico…) Efectos conductuales (dificultades de rendimiento escolar, absentismo; miedo a volver a casa; comportamientos violentos y antisociales…) Todo un rosario de posibles impactos que habrá que atender y abordar con el apoyo de los servicios técnicos de las Instituciones. Reparar el daño. Siempre es importante. Restañar lo indefinible. Suturar las heridas del corazón y de la mente. Trabajo difícil. Pero imprescindible.

Pero no todos los casos acaban en la tragedia de la muerte. Según los últimos datos, el Gobierno de la nación protege en la actualidad a 10.300 mujeres víctimas la violencia de género a través del servicio de teleasistencia móvil. Desde la puesta en marcha de este sistema, en 2005, un total de 15.975 mujeres maltratadas han utilizado este instrumento destinado a salvaguardar su integridad física frente a la amenaza de sus maltratadores. Pensemos en la dimensión cuantitativa y cualitativa de los datos. Pensemos en los impactos brutales que están detrás de las cifras. La tragedia humana se viste de negro en nuestras calles y plazas y, a pesar de los esfuerzos de todos, nos cuesta avanzar. Nos cuesta y mucho. Los datos nos remiten al sufrimiento de muchas personas y, sin embargo, la sensibilización de la población no parece alcanzar las cotas deseables. Llama la atención, a modo de ejemplo, que tan solo el 2,8% de la sociedad española considere la violencia de género como un problema grave, según ha manifestado la vocal del Consejo General del Poder Judicial en el Observatorio contra la Violencia de Género, o que, según el Delegado del Gobierno para la Violencia de Género del Ministerio de Igualdad, el 94% de los españoles asocie el problema a la ingesta de alcohol y drogas. Es imprescindible avanzar en los procesos de sensibilización, aclarar conceptos e ideas, visibilizar el escenario en su conjunto y definir sus consecuencias y, por supuesto, educar en el respeto, la tolerancia y la igualdad a nuestros hijos y alumnos. Existen otras dimensiones para atajar esta lacra, pero las citadas son medidas inexcusables.



[1] Informe sobre muertes violentas en el ámbito de violencia domestica y de genero en el año 2007. Consejo General del Poder Judicial

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José Antonio Luengo Latorre es Catedrático de Enseñanza Secundaria de la especialidad de Orientación Educativa. Es Decano-Presidente del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y Vicepresidente primero del Consejo General de la Psicología de España. Licenciado en Psicología. Habilitado como Psicólogo Sanitario por la CM y experto en Psicología Educativa y en Psicología de la actividad física y del deporte (Acreditación del Consejo General de la Psicología de España).. Desde octubre de 2002, ocupó el cargo de Secretario General de la Oficina del Defensor Menor en la Comunidad de Madrid y desde julio de 2010 fue el Jefe del Gabinete Técnico del Defensor del Menor, hasta la supresión de la Institución, en junio de 2012. Ha sido profesor asociado de la Facultad de Educación de la UCM y de la UCJC. Es profesor invitado en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid. En la actualidad es psicólogo de la Unidad de Convivencia. Coordinador del Equipo de apoyo socioemocional, dependiente de la Subdirección General de Inspección Educativa de la Consejería de Educación de la CM. Twitter: @jaluengolatorre

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