2 de noviembre de 2012

Mi maestro… Mis alumnos. O la magia de cada experiencia compartida


Mi maestro… Mis alumnos. O la magia de cada experiencia compartida
José Antonio Luengo


No alcanzo a interpretar bien hasta qué punto somos conscientes los docentes de la influencia que tenemos en nuestros alumnos. Cada gesto, cada palabra, cada actitud. Cada momento, los momentos en que estamos, en que hablamos, explicamos, compartimos, debatimos. O, simplemente, nos escuchamos. Uno al otro. Recogiendo ideas, expresando, imaginando. Compartiendo certezas, o intuiciones, o dudas. Una mirada al pasado nos transporta con facilidad a experiencias que, para bien o para mal, pudieron marcar nuestras vidas. En el colegio, en nuestra escuela, en el instituto… Cambiarlas para bien. Entusiasmarse, embelesarse, apreciar, querer, acercarse, vivir algo o por algo. Con deleite, ganas, interés, ilusión. O, por el contrario, cambiarlas para mal. Rechazar, escaparse, repeler; huir, casi despavoridos. De algo, de alguien, de lo que representaba, de lo que hacía o decía. De cómo lo decía, o hacía. Todos, más o menos recordada, guardamos esa experiencia, ese instante, esos momentos que, de una u otra forma, modificaron nuestro estado interior, nuestra mirada hacia el afuera, nuestra confianza, incluso, en las personas que compartieron con nosotros parte tan relevante de la vida como la etapa en que observábamos pasar los días desde un pupitre, en un aula, la pizarra al fondo, el lápiz, los cuadernos, los amigos, el maestro…

No es demasiado difícil encontrar la huella de quienes fueron forjando nuestro modo de mirar la existencia, aproximarnos a sus misterios, sus tesoros. Hace falta, eso sí, cierta dosis de modestia e inteligencia, no solo emocional. Hace falta detenerse y refrescar por dónde hemos pasado, quién nos ha empujado, las veces que hemos disfrutado de una idea escuchada, leída, discutida. Hace falta modestia para encontrar a los otros en mí. Pero están. Y muchos. Son muchos. Y esto es maravilloso[1].


Maestros y alumnos no son, no deberían ser, sino las dos caras de una misma moneda. Una moneda mágica, imperecedera, acuñada en los albores del tiempo, bruñida en mil aventuras, valorizada en cada experiencia, en cada instante, en cada palabra, en cada sonrisa, en el apoyo, el abrazo, la escucha, el tiempo compartido, e, incluso, en la mirada cómplice. Maestros y alumnos, elementos indisolubles de una relación insondable, casi mágica.  Esa que, al aprender, nos conduce y guía. Orienta, define, calibra, ajusta, tranquiliza, ilumina. Esa que, al vivir, ofrece, manifiesta, abre, reabre, coloca, ordena, interpreta.
Maestros y alumnos, olas y arena, sol y horizonte, luna y noche. Barca y la mar, escucha y mirada, amor y abrazo. Y besos. Y afecto. Maestros y alumnos se miran, se tienen, retienen, se sienten. Son y están. Siempre son, y siempre están. Se dan, reciben y cogen, entregan y captan, definen y guardan.
No hay maestro sin alumno, ni alumno sin maestro. Su vida, la de ambos, busca el encuentro, el espacio compartido, la experiencia única. Porque única es, o debe ser, la experiencia. La experiencia de enseñar, de cuidar, de orientar, de dar, de ofrecer. De traer y mostrar, de abrir y explicar, desplegar y ordenar… De animar y, también, querer.  De embelesar, incluso. Porque única, asimismo, es, o debe ser, la experiencia de escuchar, preguntar, sentir, verse llenar, capturar, interpretar, entender. De hablar y expresar. De admirar y, también, querer. Siempre, si es posible, querer.

“La revelación tuvo lugar cuando, a la edad de cinco años, en mi primer día de colegio, tuve la sorpresa y el susto de oír mi nombre. -¿Renée?- preguntaba la voz, mientras yo sentía posarse sobre la mía una mano amiga. Era en el pasillo donde, con ocasión del primer día de colegio y porque llovía, se había apelotonado a un tropel de niños. -¿Renée?- seguía modulando la voz que venía de lo alto, y la mano amiga no dejaba de ejercer sobre mi brazo –incomprensible lenguaje- ligeras y tiernas presiones.
Levanté la cabeza, en un movimiento insólito que casi me dio vértigo, y mis ojos se cruzaron con una mirada. Renée. Se trataba de mí. Por primera vez, alguien se dirigía a mí por mi nombre: mientras que mis padres recurrían a un gesto o a un gruñido, una mujer, cuyos ojos claros y labios sonrientes observé entonces, se abría camino hacia mi corazón y, pronunciando mi nombre, entraba conmigo en una proximidad de la que hasta entonces yo no sabía nada. Descubrí a mi alrededor un mundo que, de pronto, adornaban mil colores. En un destello doloroso, percibí la lluvia que caía en el patio, las ventanas lavadas por las gotas, el olor de la ropa mojada, la estrechez del corredor, angosto pasillo en el que vibraba la asamblea de párvulos, la pátina de los percheros de pomos de cobre en los que se amontonaban las esclavinas de paño barato, así como la altura de los techos, a la medida de los cielos para la mirada de un niño.
Entonces, con mis enormes ojos clavados en los suyos, me aferré a la mujer que acababa de traerme a la vida (…/…)
-Qué ojos más bonitos tienes-, añadió la maestra, y tuve la intuición de que no mentía, que en ese instante mis ojos brillaban animados por toda esa belleza y, reflejando el milagro de mi nacimiento, lanzaban mil destellos. Me puse a temblar y busqué en los suyos la complicidad que engendra toda alegría compartida”

La elegancia del erizo, de Muriel Barbery. Págs. 41-43. Seix Barral



Mario Benedetti: Cómo hacerte saber...
Cómo hacerte saber que siempre hay tiempo?
Que uno sólo tiene que buscarlo y dárselo.
Que nadie establece normas, salvo la vida.
Que la vida sin ciertas normas pierde forma.
Que la forma no se pierde con abrirnos.
Que abrirnos no es amar indiscriminadamente.
Que no está prohibido amar.
Que también se puede odiar.

Cómo hacerte saber
que nadie establece normas, salvo la vida!

Que el odio y el amor son afectos.
Que la agresión porque sí, hiere mucho.
Que las heridas se cierran.
Que las puertas no deben cerrarse.
Que la mayor puerta es el afecto.
Que los afectos nos definen.
Que definirse no es remar contra la corriente.

Que no cuanto más fuerte se hace el trazo, más se dibuja.
Que buscar un equilibrio no implica ser tibio.
Que negar palabras implica abrir distancias.
Que encontrarse es muy hermoso.
Que el sexo forma parte de lo hermoso de la vida.
Que la vida parte del sexo.
Que el por qué de los niños tiene un por qué.

Que querer saber de alguien no es sólo curiosidad.
Que querer saber todo de todos es curiosidad malsana.
Que nunca está de más agradecer.
Que la autodeterminación no es hacer las cosas solo.
Que nadie quiere estar solo.
Que para no estar solo hay que dar.
Que para dar debimos recibir antes.

Que para que nos den, también hay que saber cómo pedir.
Que saber pedir no es regalarse.
Que regalarse es, en definitiva, no quererse.
Que para que nos quieran debemos mostrar quienes somos.
Que para que alguien sea, hay que ayudarlo.
Que ayudar es poder alentar y apoyar.
Que adular no es ayudar.

Que adular es tan pernicioso como dar vuelta la cara.
Que las cosas cara a cara son honestas.
Que nadie es honesto porque no roba.
Que el que roba no es ladrón por placer.
Que cuando no hay placer en hacer las cosas, no se está viviendo.
Que para sentir la vida no hay que olvidarse que existe la muerte.
Que se puede estar muerto en vida.

Que se siente con el cuerpo y la mente.
Que con los oídos se escucha.
Que cuesta ser sensibles y no herirse.
Que herirse no es desangrarse.
Que para no ser heridos, levantamos muros.
Que quien siembra muros no recoge nada.
Que casi todos somos albañiles de muros.

Que sería mucho mejor construir puentes.
Que sobre ellos se va a la otra orilla, y también se vuelve.
Que volver no implica retroceder.
Que retroceder puede ser también avanzar.
Que no por mucho avanzar se amanece más cerca del sol.

Cómo hacerte saber
que nadie establece normas, salvo la vida!









[1] http://blogluengo.blogspot.com.es/#!/2012/07/el-maestro-de-escuela-y-aquel-nino.html

2 comentarios:

  1. Comparto las emociones que describes y el papel tan importante que jugamos en la formación del niño. No quiero ser la profe de Matemáticas, quiero y puedo ser mucho más. Hay muchos ojitos pendientes de mí. Muchas boquitas entreabiertas que expresan interés, muchas luces que encender y pasos que ayudar a dar.
    Me gusta la sensibilidad con que te expresas

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José Antonio Luengo Latorre es Catedrático de Enseñanza Secundaria de la especialidad de Orientación Educativa. Es Decano-Presidente del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y Vicepresidente primero del Consejo General de la Psicología de España. Licenciado en Psicología. Habilitado como Psicólogo Sanitario por la CM y experto en Psicología Educativa y en Psicología de la actividad física y del deporte (Acreditación del Consejo General de la Psicología de España).. Desde octubre de 2002, ocupó el cargo de Secretario General de la Oficina del Defensor Menor en la Comunidad de Madrid y desde julio de 2010 fue el Jefe del Gabinete Técnico del Defensor del Menor, hasta la supresión de la Institución, en junio de 2012. Ha sido profesor asociado de la Facultad de Educación de la UCM y de la UCJC. Es profesor invitado en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid. En la actualidad es psicólogo de la Unidad de Convivencia. Coordinador del Equipo de apoyo socioemocional, dependiente de la Subdirección General de Inspección Educativa de la Consejería de Educación de la CM. Twitter: @jaluengolatorre

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