Quitarse la
vida, la tragedia cuando, casi, se es un niño aún
José Antonio Luengo
Casi
un millón de personas se quitan la vida a lo largo de un año. Cerca de tres mil
al día. Los números nos abruman, las
cifras asaltan los titulares. De prensa, radio, televisión. Quitarse la vida.
Quitarse de en medio, desaparecer. No estar ya. No querer estar, huir para
siempre. Para ellos, seguro, descansar. La tragedia mayor, quitarse de en medio.
Decidir no existir. El dolor, el sufrimiento en la base, en el corazón, en las
arterias, en la sangre, en la mente, en los ojos. Que no pueden soportar más
mirar hacia delante. No pueden. La tragedia más cruel, en el alma. De quien lo
decide, de quien lo ejecuta. De quien,
desesperado, decide apagarse. En un acto cruel. Con uno mismo. Y, también, con
los demás.
Pero si hay una tragedia mayor, tal vez es, el adiós deseado e impulsado, gestado y consumado, de un adolescente. Casi de un niño. O de una niña. Su corazón, su pobre corazón no pudo más. Su alma difuminada, su cuerpo, su cuerpecito, herido, ya sin cura. Ya sin solución. Solución de nada. Esa que no supimos o no pudimos ver. A veces, para nuestro gran dolor, que no quisimos ver, valorar, interpretar, sentir, hallar.
Pero si hay una tragedia mayor, tal vez es, el adiós deseado e impulsado, gestado y consumado, de un adolescente. Casi de un niño. O de una niña. Su corazón, su pobre corazón no pudo más. Su alma difuminada, su cuerpo, su cuerpecito, herido, ya sin cura. Ya sin solución. Solución de nada. Esa que no supimos o no pudimos ver. A veces, para nuestro gran dolor, que no quisimos ver, valorar, interpretar, sentir, hallar.
Hace
nada, apenas unas horas, un niña más ha decidido irse. Esconderse del dolor y
de la angustia. Tal vez no supo, no quiso, o no pudo contar. Tal vez esperó y
esperó, esperanzada, que alguien, le daba igual quién, parase su tortura,
sintiese su cruel desesperanza. Tal vez pensó, ingenua, confiada, que su dolor
pararía, se iría, desaparecería de su vida. Cura,
cura, si no se cura hoy se curará mañana… Quizá, como niña, pensó que ese
rito, entonado mil veces por sus padres, desviaría su pena, la haría disminuir.
Como disminuye el dolor cuando nos abrazan y consuelan. Cuando nos toman en
serio, nos escuchan, consuelan, entienden, miran…
Cuando nos abrazan, con los brazos, con la mirada, con el corazón. El corazón del otro, el que nos sostiene tantas veces, el que nos da fuerzas para seguir, el que nos guía, el que nos dice… El que interpreta nuestra emoción, la tamiza, la hace suave, amable al tacto, a la cercanía.. El que nos dice, siempre, estoy. Para cuanto, y cuando, necesites.
Cuando nos abrazan, con los brazos, con la mirada, con el corazón. El corazón del otro, el que nos sostiene tantas veces, el que nos da fuerzas para seguir, el que nos guía, el que nos dice… El que interpreta nuestra emoción, la tamiza, la hace suave, amable al tacto, a la cercanía.. El que nos dice, siempre, estoy. Para cuanto, y cuando, necesites.
Ahora llegan las noticias, las fotos, la búsqueda de los porqués, de los cuándo, de los quién. Las noticias. El rechinar de dientes. Cuándo y por qué sucedió. Las claves de su alma. Del alma de quien decidió, seguramente desesperada, mil veces desesperada, que no podía más. El análisis sesudo, la interpretación profesional, la información responsable… Todo después, siempre después. Detrás, siempre detrás, se encuentra el desasosiego, la estupefacción, la soledad, el silencio, la mirada hacia otro lado, la exclusión, la vejación.
No
son estas palabras que busquen justicia, ni explicaciones. Ni, por supuesto,
compasión. Anhelan reflexión. Sobre quienes somos, qué hacemos cada día. Sobre
el desprecio con el que nos tratamos, la arrogancia, la lucha por quedar siempre encima; sobre el deseo de
humillar y el ansia por destacar, de cualquier modo… Desde la violencia, la chulería, el todo vale, el ser popular. Las consecuencias en segundo término. Da igual. Qué más da. Los damnificados, algunos, ya no nos escuchan, no nos
pueden ver. Han decidido no seguir, no aguantar. No luchar más. Se rinden en su inexpresable sufrimiento. Y se nos van. No solo se van. Se nos van. Porque todos, un poco, nos vamos con ellos. Especialmente quienes hasta hace nada compartieron su vida, su sueños, sus sueños, sus días y noches, sus silencios, sus miradas.
A veces, es cierto, pesa demasiado el interior. En ocasiones, es verdad, el alma no entiende de luchas. Y se descompone. A veces, sí, no es tanto lo que ocurre, sino cómo lo vivimos. Ya. Pero la realidad termina por anegar nuestra esperanza. Inundarla, consumirla, laminarla. Una niña más decidió irse. Para siempre.
A veces, es cierto, pesa demasiado el interior. En ocasiones, es verdad, el alma no entiende de luchas. Y se descompone. A veces, sí, no es tanto lo que ocurre, sino cómo lo vivimos. Ya. Pero la realidad termina por anegar nuestra esperanza. Inundarla, consumirla, laminarla. Una niña más decidió irse. Para siempre.
Ese es nuestro dolor. Y nuestro reto. Un reto de todos. De todos los adultos. De quienes sostenemos el statu quo. De quienes decidimos qué importa, por qué importa, cómo lo mostramos, cómo nos pavoneamos de ellos. ¿De verdad vale todo? Nunca más. Nunca más. La magia de educar esté en juego. Para los restos.
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/11/13/actualidad/1352817313_739351.html
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