14 de marzo de 2016

Acoso entre iguales (4): detectar y evaluar o la acción tutorial imprescindible

José Antonio Luengo
La detección de los conflictos relacionales entre iguales, entre compañeros, no es cosa fácil siempre. Más bien al contrario. No siempre se evidencian ante maestros y profesores, escondiéndose en espacios poco visibles, aprovechando las ausencias de los adultos o los momentos de privacidad, por llamarlo de algún modo entendible. Bien es sabido también, que, claro, recovecos casi inaccesibles, en forma de aplicaciones como WhatsApp o Snapchat, o determinadas redes sociales, se convierten también en trincheras donde en ocasiones se libran batallas de todo tipo, no exentas de violencia emocional y crueldad, y estimuladas y expandidas por los muchos observadores que, lejos de sorprenderse por este tipo de situaciones, las jalean y ríen, y difunden, como si de un simple juego se tratase. Sin más impacto o consecuencia. Obviando el dolor y el sufrimiento que destilan, esconden y, a veces, dejan ver sin más. Como quien no quiere la cosa.

Detectar este tipo de situaciones no es fácil, lo sé. Como no lo es evaluar exactamente cada caso, cada situación de maltrato entre iguales. A veces compañeros en la escuela. A veces no. De los tres procesos esenciales a poner en marcha por los centros educativos para atajar la lacra del acoso entre iguales, la prevención, la detección y la intervención, el primero de ellos, la prevención, es el que suele aparecer como la joya de la corona de las claves para la acción eficaz. Prevenir desde la promoción de modelos de convivencia pacífica. Entre todos. Con todos los integrantes y agentes de las comunidades educativas, pensando juntos, haciendo juntos, evaluando juntos…

Sin embargo, la detección y la intervención, rápidas y eficaces, no deberían quedar en segundo plano como mecanismos asimismo preventivos; de gran valor y pertinencia. Detectar adecuadamente, con sensibilidad y tino, e intervenir con rapidez y criterio. Prevenir sabiendo escuchar, leer la realidad, consultar, hablar, dialogar. Y prevenir también con la intervención ágil, cuidada, pautada, con el objetivo de detener con habilidad la hemorragia en ocasiones poco visible, pero real.

Detectar. Esa es una cuestión trascendental. En los últimos meses hemos tenido conocimiento de diferentes ofertas, en forma de aplicación informática, para facilitar la detección en las aulas de situaciones susceptibles de generar, de algún modo, comportamientos de exclusión y, en su caso, acoso o maltrato, de algún tipo y naturaleza. Se trata de herramientas que trasladan con rapidez a modelos de configuración grupal las respuestas que dan los alumnos a preguntas previamente fijadas y tasadas en forma de test sobre relaciones en el grupo y entre compañeros, modos de convivencia, afinidades, diferencias, indiferencia, rechazos… Los resultados obtenidos aportan información sobre el statu quo de cada aula, facilitando posteriormente la adopción de medidas tanto grupales como individuales.

Son varias las propuestas que circulan ya por este mercado y, por supuesto, deben ser tenidas en consideración. Algunas más que otras. Cuando menos porque alguna de las propuestas ubica la convivencia entre iguales en el centro de mira de nuestra ocupación como docentes. Y porque puede aportar, también, más herramientas para mirar y conocer. Suplementariamente, entiendo. Y puede acompañar razonablemente nuestra mirada, especialmente cuando somos tutores de grupo; la nuestra, la que utilizamos o podemos utilizar cada día, a través de la actividad cotidiana, del diálogo, de la observación. En clase, en los recreos, en actividades específicas o talleres de reflexión sobre convivencia. Y porque puede añadir información a la visión que tenemos del grupo y cada uno de nuestros alumnos, a veces a través de aplicaciones sociométricas más tradicionales; que nos dan pistas y referencias sobre el funcionamiento, estructura, organización y funcionamiento de los grupos y sus integrantes. Y suma, en fin, sobre la realidad, más o menos explícita, que nuestros alumnos dejan ver con su comportamiento, con su locuacidad y/o silencios, presencia o ausencia, con su participación en el grupo y/o soledad. La que podemos ver, insisto, cada día mientras trabajamos con ellos en clase. Y complementar también la visión y expectativas que de cada alumno tienen y nos dan sus propios padres. Y el profundo conocimiento que de él sin duda tienen. Con sus errores de interpretación, que los tendrán, pero pocos, seguro. Sin olvidar la percepción que nuestros compañeros, otros docentes implicados en la formación de nuestros alumnos, tienen. Su consideración de cada alumno, el modo en que leen su realidad, más allá de los resultados académicos.

La acción tutorial es el eje de la acción docente. En toda franja de edad, casi sin distinción. Porque cada una tiene sus peculiaridades, necesidades y retos. Pero es imprescindible en la preadolescencia y adolescencia; esta que anida en la base y esencia de las relaciones entre iguales, en la etapa del paso del pensamiento concreto al abstracto, en el momento de la explosión hormonal, de la amígdala cerebral, en plena efervescencia de las emociones, del querer ser y aun no poder; de la contestación, de esa rebeldía natural por oposición, cierta dosis de inconformismo, controversia, cabezonería y autoafirmación. Una franja de edad en la que prima sustantivamente la influencia del grupo, la presión por ajustarse a parámetros marcados por modas, estilos, jerarquías de poder, ascendiente, peso o prestigio.

Todo es debatible, y puede, por tanto, ser sometido a consideración, juicio y valoración. Pero no la acción tutorial. Esa que no se ejercita siempre. Esa que a veces pasa desapercibida, ausente de tiempos y espacios específicos para pensar de modo explícito en determinadas cosas, debatir sobre ellas, dialogar, construir conjuntamente. Y podrá ser complementada con determinadas herramientas, qué duda cabe. Pero nunca sustituir el día a día, la acción explícita de observar, de contrastar, conversar, dinamizar y llegar al corazón de los alumnos con nuestro ejemplo, con el modelo de afrontar los retos, las dificultades, la escucha, los conflictos, la reparación, la reconciliación o el perdón. La visión de la convivencia y sus peculiaridades va más allá de la aplicación de pruebas y test en forma de programa informático. Puede parecer obvio, pero no siempre.


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José Antonio Luengo Latorre es Catedrático de Enseñanza Secundaria de la especialidad de Orientación Educativa. Es Decano-Presidente del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y Vicepresidente primero del Consejo General de la Psicología de España. Licenciado en Psicología. Habilitado como Psicólogo Sanitario por la CM y experto en Psicología Educativa y en Psicología de la actividad física y del deporte (Acreditación del Consejo General de la Psicología de España).. Desde octubre de 2002, ocupó el cargo de Secretario General de la Oficina del Defensor Menor en la Comunidad de Madrid y desde julio de 2010 fue el Jefe del Gabinete Técnico del Defensor del Menor, hasta la supresión de la Institución, en junio de 2012. Ha sido profesor asociado de la Facultad de Educación de la UCM y de la UCJC. Es profesor invitado en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid. En la actualidad es psicólogo de la Unidad de Convivencia. Coordinador del Equipo de apoyo socioemocional, dependiente de la Subdirección General de Inspección Educativa de la Consejería de Educación de la CM. Twitter: @jaluengolatorre

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