Nuestra sociedad, al menos la occidental que nos
acoge y en la que habitamos, vive una era de hipersexualización. Que afecta a
todos y todas. Adultos, por supuesto, pero también a los niños, niñas y adolescentes;
en relación a estos últimos, hacemos referencia especialmente a la adquisición
y desarrollo de comportamientos sexualizados en edades absolutamente
inadecuadas y filtradas por toda una suerte de manejos y objetivos puramente
comerciales y de negocio ominoso. Y con efectos indeseables y especialmente
preocupantes. De diverso alcance y consideración si hablamos del mundo adulto
(obsesión por el sexo y trastorno hipersexual -THS-). Y de profundos impactos
en la configuración e interpretación del mundo y las relaciones interpersonales
ligadas a los afectos, emociones, sentimientos y comportamientos sexuales;
muchos de ellos, ligados al propio modelo de comportamiento adulto al que
tienen acceso a través de múltiples plataformas y que usan la intimidad sexual
y amorosa de forma escandalosa, una publicidad de la compra y la vende, un cine
que, con frecuencia usa el sexo como reclamo (.../...), una red de internet que
permite el acceso a menores de edad ofreciendo contenidos pornográficos y
violentos... (López, F. , 2017).
En muchos casos, sin exagerar, el distanciamiento
de la infancia, incluso el fin de la infancia; la erotización y el juego sexual
(especialmente en las niñas), el bombardeo incesante de ejemplos a seguir y que
actúan por presión incesante hacia modos de estar y ser en la vida
sensiblemente alejados de los intereses y actividades propios de estas edades.
La hipersexualidad entendida como la sexualización de las expresiones, posturas
o códigos de la vestimenta considerados como demasiado precoces (Bailey, G.
2001).
En este contexto, que representa un caldo de
cultivo sumamente nutritivo para el acceso a contenidos de contenido sexual
explícito e incontrolado absolutamente adecuado a las edades que son de
referencia, surge una nueva pregunta. Muy fácil de contestar con evidencia
empírica. ¿Ven los adolescentes porno en sus dispositivos digitales? Mucho. Y
lo ven cada vez desde más corta edad. La investigación titulada Nueva
pornografía y cambios en las relaciones interpersonales, presentada hace un par
de meses por la Universitat
de les Illes Balears y la red Jóvenes e Inclusión así parece
atestiguarlo. Y documentarlo. El estudio se construye a partir de las
entrevistas realizadas a casi 2.500 jóvenes de entre 16 y 29 años, en su mayoría
heterosexuales (76,7 %) de siete comunidades autónomas y tiene como objetivo
esencial dar evidencia científica a no pocas hipótesis sobre juventud y
pornografía publicadas en los últimos quince años.
-
Se adelanta a los 8 años el consumo de
pornografía (edad mínima), aunque se generaliza en torno a los 14 años, gracias
a la familiaridad de jóvenes y adolescentes con el uso de pantallas e Internet.
-
Se confirma que el consumo de la nueva
pornografía es mayor en hombres que en mujeres, también en términos de tiempo.
No obstante, señala que el público femenino se ha convertido en un nuevo nicho
para el mercado de la denominada “industria del sexo”.
-
Existen diferencias de género, ya que
tiene mayor impacto en los hombres que en las mujeres, tanto en la frecuencia
de uso y efectos buscados (masturbación), como en las consecuencias en las
relaciones interpersonales. Con la pornografía se refuerzan los
roles de género, en los que, a pesar de la presencia de mujeres diferentes (en
términos de raza, edad, físico, etc.), persiste su cosificación, a quienes,
además, se utilizan básicamente como un medio para que los hombres encuentren
placer.
- Por último, el consumo de prostitución
también incrementa la exposición de las mujeres a prácticas sexuales “no
normativas” o “de riesgo”, que incluyen desde sexo sin protección hasta
violencia explícita (como estrangulamiento) o sexo en grupo con diversos
hombres y/o diversas mujeres simulando una violación. Al mismo tiempo, la
pornografía fomenta la prostitución como un medio para “dar salida a conductas
impracticables consensuadamente con las parejas” (p. 18).
El estudio orienta la mirada hacia la nueva pornografía,
caracterizada por una fácil accesibilidad a través de internet, gratuita
mayoritariamente o con un precio asequible, la ausencia de límites en lo
relativo a las prácticas sexuales visibles, algunas incluso ilegales y el anonimato.
De especial interés Los
jóvenes y la pornografía en la sociedad tecnológica. La Triple A Engine, a saber: 1)
Accesibilidad: la posibilidad de acceso a internet es universal, 2) Asequibilidad: puede conseguirse
fácilmente, casi sin esfuerzo, y 3) Anonimato: es posible acceder de forma anónima
a todo tipo de material.
Una nueva pornografía que se encuentra, sin duda,
en la base la creación de modelos inquietantes de comportamiento
afectivo-sexual, de las propias relaciones de pareja y del incremento de
prácticas sexuales de riesgo: sexo sin preservativo, con diversas parejas, en
grupo, con presencia de violencia, etc. Un
50% de jóvenes reconoce haber incrementado estas prácticas después de consumir
pornografía.
¿Qué respuesta dar? ¿Mirar hacia otro lado? ¿Escondernos?
¿Ojos que no ven, corazón que no siente? ¿Derivar la responsabilidad a otros?
Más bien al contrario. La respuesta supone implicación y compromiso. Información
y formación también, por supuesto. Pero mirar de frente el reto. Adultos
conversando sobre el fenómeno con los adolescentes. No hay otra vía. Con
respeto, afecto, responsabilidad, atención, escucha y criterio. El referido
estudio nos marca seis políticas de acción especialmente relevantes: Investigación,
educación afectivo-sexual, (desarrollar la capacidad de análisis crítico entre
jóvenes y adolescentes con respecto a la pornografía y evaluar la eficacia de
los programas en curso), trabajo con las familias y centros educativos, relaciones
interpersonales (llevar a cabo actividades de reflexión y concienciación del
papel de la pornografía en sus vidas y sus relaciones, incluso desde el ocio y
tiempo libre), empoderamiento social y servicios de apoyo adecuados (generar
conciencia crítica), y control legal (investigar el acceso legal de menores a
la pornografía y reducir el acceso especialmente a prácticas de violencia y de
riesgo).
No contamos con muchos recursos, pero algunos hay.
Y suficientes para empezar a actuar. Padres y profesores hemos de implicarnos.
Se trata, sin duda, de un tema complejo, marcado por los miedos y la inquietud
por abrir la caja de Pandora. Pero
supone un reto obligado. Si queremos introducirnos en claves de la educación
sexual que hoy son imprescindibles, e incuestionables. Pero, ¿cómo hacerlo?
Movistar acaba de estrenar una serie-documental de
interés para los adultos. Y que, sin duda, independientemente de su heterodoxia
y de los prejuicios que pueda suscitar, supone un espacio de interés para la
reflexión de padres y profesores. Muy especialmente, aunque no solo, de los
primeros. Madres
haciendo porno. Una serie documental que reflexiona sobre la pornografía y
la educación sexual de los adolescentes.
Indagando en los entresijos del documental, es
posible encontrar una referencia de recursos de interés para el trabajo de
información y formación al que anteriormente se aludía: The Porn
conversation (Erika Lust), sobre cómo explicar a tus hijos
el porno.
¿Lo hacemos nosotros, los adultos? ¿Aun con dudas
y temores? ¿O preferimos que se informen sin más en los turbios e inquietantes
contenidos porno de la red? Este es el contexto. Tenemos que actuar. Y existen
muchas fórmulas, adaptadas, sin duda a valores, singularidades, modos de ver la
vida y la sexualidad. Pero no parece razonable permanecer aislados de esta
realidad.
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