14 de septiembre de 2020

COVID-19 ¿Tendremos tiempo para hablar con los chicos sobre lo vivido?

 José Antonio Luengo Latorre y Raquel Yévenes Retuerto

El comienzo del presente curso escolar supone un reto sin precedentes. Se mire por donde se mire. Un reto con dificultades hasta ahora nunca vistas, nunca previstas. Nunca pensadas. Porque nunca pensamos que nos pasaría lo que nos ha pasado. Porque nunca pasó por nuestra imaginación que nos veríamos sometidos como sociedad a un proceso de confinamiento que tantas y tantas secuelas han dejado a su paso. Y seguirá dejando.

Secuelas relacionadas con el profundo dolor de las pérdidas, secuelas relacionadas con la enfermedad y la salud en general, incluida, por supuesto, la salud mental. Y efectos también, claro, en el desarrollo económico del país y en las posibilidades de estabilidad de muchas personas. De muchas familias que a partir de este momento han perdido el sustento familiar y comienzan una nueva etapa incierta, sin seguridad alguna.

Pero las secuelas a las que nos referiremos en este conjunto de reflexiones tienen que ver con las consecuencias de todo lo experimentado en la vida de nuestro alumnado. En el conjunto de nuestros niños, niñas y adolescentes que, de la noche a la mañana, nunca mejor dicho, vieron cómo sus escuelas se cerraban a cal y canto y tenían que aprender a convivir con la idea de quedarse en casa, para lo bueno y para lo malo, alejados de los madrugones para llegar a tiempo a clase; alejados también del bullicio de las entradas y salidas, de las clases, de los recreos, de la vida en los pasillos y en el patio. Y aprendiendo a transitar (más allá de la cercanía de los familiares) en un espacio sin personas con las que andar, sentarse, reírse, enfadarse, despedirse y reencontrase. Sin la complicidad del banco en el que estar y charlar; sin los empujones y abrazos, las sonrisas a medio metro de distancia… Sin la mirada cómplice.

Una experiencia, también, de procesos de enseñanza y aprendizaje marcados por la inseguridad de qué tendrían que hacer y cómo, a quien recurrir ante el desconcierto,   la relación en las redes, la mirada escudriñadora y curiosa de la pantalla del ordenador y la duda de si serían capaces de salir de esta con éxito.

Nuestros alumnos y alumnas no lo pasaron bien. En general, vivieron esta historia con una más que aceptable capacidad para adaptarse a lo incomprensible. Pero todo esto les provocó dudas e incertidumbres. Zozobras y miedos. A unos más que a otros, claro está. Pero hablamos en general.

Pasado ya el verano y esas vacaciones estivales tan extrañas y confusas, la maldita pandemia nos ha vuelto a golpear. De manera diferente a cómo se desplegó a finales de febrero y principios de marzo, dicen. Pero ha vuelto a enseñar los dientes. Esa faz ominosa y oscura que abruma, asusta y, en ocasionas paraliza. Ha vuelto a aparecer, lo cierto es que nunca se fue, aunque intentamos no percatarnos en un verano que todos necesitábamos, y han vuelto a aflorar las interminables listas de problemas, peligros, dudas y alarmas. Han vuelto a surgir las temidas noticias sobre número de contagios, curvas de datos, informaciones contradictorias que no hacen más que confundirnos… lo que sabemos que nos pasa y lo que nos dicen que puede pasar. Informativos con mascarilla. A veces, ni entendemos bien lo que nos dicen…

Y ahora todos miramos a las escuelas como el espacio nuclear en el que todo puede pasar, en el que todo va a pasar. Después de un verano de laxitud irresponsable, ahora toca, como casi siempre, mirar hacia los lados y ver qué ocurre con los millones de niños, niñas y adolescentes que se están incorporando a sus aulas con las peculiaridades de un proceso lastrado por la suspensión durante un cuatrimestre de la actividad lectiva presencial y de un comienzo de curso cercado y marcado por las cifras, datos y “curvas”, las pruebas PCR y las medidas sanitarias de seguridad.

Volvemos también con la idea recurrente de la “pérdida” de aprendizajes como consecuencia del cierre de los centros educativos por la alerta sanitaria. Volvemos con el paradigma de la duda sobre el coste que tendrá en esta “generación de la pandemia” el tránsito por una actividad lectiva no presencial. Y coste, seguro, tendrá. Especialmente, aunque no solo, para las poblaciones vulnerables. El poder compensatorio de la escuela física viva y convivencial para muchos niños y niñas en situación desfavorecida, representa una garantía puesta en quiebra sin la actividad relacional cotidiana, sin el cuidado y atención de la presencia y las distancias cortas entre el profesorado y el alumnado.

Pero, atendiendo a aspectos curriculares y de “rendimiento” académico, siendo lógico preguntarse por “cuánto habrán perdido” nuestros alumnos y alumnas o cuál será el “coste real” de ese inquietante lastre, no es menos importante cuestionarse qué vamos a hacer en los centros educativos, una vez recuperada la presencialidad, para abordar el complejo proceso emocional experimentado durante estos últimos meses, sin perder de vista los impactos de este clima de permanente alarma e inseguridad que ha explotado e lo largo de lo que llevamos de septiembre en relación con la vuelta a las aulas.


¿Vamos realmente a poder dedicar tiempo a hablar con nuestros alumnos de sus experiencias durante el confinamiento? ¿Vamos a poder dedicar espacios específicos que nos permitan acompañarles en estos momentos de duda e inseguridad? ¿Vamos a poder incorporar en la acción tutorial el peso imprescindible al desarrollo de actividades de expresión emocional (e intelectual) y proyectarnos en el futuro como personas, con nuestra identidad y sueños por seguir creciendo a pesar de la dificultad? ¿Vamos a enseñar valores que fomenten una convivencia positiva y emocionalmente sana donde no impere el miedo o el riesgo al contagio?. Tenemos nuestras dudas. Y sería necesario pensar que este marco de acción es imprescindible. En cantidad y calidad. No prestar la debida atención a estos procesos puede acarrear consecuencias nada satisfactorias. Supone un reto, sí. No dejemos de afrontarlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

Entrada destacada

El acoso escolar y la convivencia en los centros educativos. Guía para las familias y el profesorado

Accede a la publicación

La ternura en la educación, la magia de enseñar cada día...

Vistas de página en total

Datos personales

Mi foto
José Antonio Luengo Latorre es Catedrático de Enseñanza Secundaria de la especialidad de Orientación Educativa. Es Decano-Presidente del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y Vicepresidente primero del Consejo General de la Psicología de España. Licenciado en Psicología. Habilitado como Psicólogo Sanitario por la CM y experto en Psicología Educativa y en Psicología de la actividad física y del deporte (Acreditación del Consejo General de la Psicología de España).. Desde octubre de 2002, ocupó el cargo de Secretario General de la Oficina del Defensor Menor en la Comunidad de Madrid y desde julio de 2010 fue el Jefe del Gabinete Técnico del Defensor del Menor, hasta la supresión de la Institución, en junio de 2012. Ha sido profesor asociado de la Facultad de Educación de la UCM y de la UCJC. Es profesor invitado en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid. En la actualidad es psicólogo de la Unidad de Convivencia. Coordinador del Equipo de apoyo socioemocional, dependiente de la Subdirección General de Inspección Educativa de la Consejería de Educación de la CM. Twitter: @jaluengolatorre

Buscar este blog

Archivo del blog

Seguidores

Vídeo de saludo del Blog

Qué significa hacer algo como una niña

Actitud

Perfil en Linkedin