José Antonio Luengo Latorre
Casi 7 de cada 10 adolescentes consumen pornografía, a la que acceden por primera vez a los 12 años. Así de contundente. Así de claro. Así de inquietante y perturbador. Esta afirmación inicial podría ser el titular de una realidad, analizada y estudiada, como siempre, con el rigor científico adecuado por Save the Children.
Entre otras cuestiones, el post de agosto de 2019 hacía referencia a la investigación “Nueva pornografía y cambios en las relaciones interpersonales” impulsada y promovida por la red de entidades no lucrativas Jóvenes e Inclusión y apoyada por Carmen Orte Socias y Lluís Ballester Brage, del Grupo de Investigación de Familia de la Universidad de Illes Balears, y desarrollada durante el año 2018. Para el mismo, se encuestó a 2.457 jóvenes españoles, entre 16 y 29 años, hombres y mujeres, de 7 Comunidades Autónomas y con diferentes perfiles en función de la orientación sexual e identidad de género, nivel de estudios, etc., con el objetivo esencial de dar evidencia científica a diversas hipótesis sobre juventud y pornografía publicadas en los últimos quince años en la comunidad científica.
El informe de Save the Children al que me refiero en este post nos muestra un panorama, como ya se ha detallado, sobrecogedor. “El abuso del consumo de material pornográfico da lugar a prácticas peligrosas, violencia y desigualdad entre la población adolescente. Por ejemplo, el 27,1% de las chicas no sabe identificar prácticas de riesgo como la ausencia de preservativo. Del mismo modo, casi la mitad de la población adolescente afirma no utilizar siempre métodos de protección y el 13,7% no lo hace nunca o casi nunca. El 13,8% de los y las adolescentes que han visto pornografía han entrado en contacto, al menos una vez, con una persona desconocida con fines sexuales a través de internet. Esto supone un alto riesgo de sufrir violencia online e incluso física (en caso de encuentro real, los y las adolescentes pueden sufrir abusos o una agresión sexual). No podemos permitir que los contenidos sexuales sean la única fuente de información sobre sexualidad para los y las adolescentes. La pornografía se ha convertido en profesora y consultorio de sexualidad para los y las adolescentes ante la falta de información que reciben y es muy preocupante cómo está impactando en sus relaciones y su desarrollo”.
El contenido del estudio de Save the Children viene acompañado de otros dos materiales excelentes: (1) “Testimonios sobre el consumo de pornografía” y, (2), una Guía de sensibilización para familias, de muy útil contenido para padres, madres y profesorado.
En mentes en pleno proceso de maduración sobre la interpretación y sentido de las relaciones afectivas y sexuales, el consumo de pornografía puede generar confusión en cuanto a roles a asumir, ideas erróneas sobre el funcionamiento sexual, propensión a la imitación del tipo de prácticas observadas... En los contenidos pornográficos habituales los roles de hombres y mujeres están anclados en la desigualdad invalidante, la violencia, la humillación , las vejaciones, el machismo lacerante, la distorsión de las experiencias, la idealización de cánones estéticos, formas, cuerpos, tamaños, experiencias… Y, por supuesto, la normalización de conductas de riesgo. Podemos seguir mirando hacia otro lado. Pero nos equivocaremos. Como nos hemos equivocado de manera flagrante en la consideración de la necesidad de la educación afectivo sexual de nuestros niños, niñas y adolescentes. Los efectos de este consumo (tan evidente para cualquiera que se atreva y sea capaz de aguantar la mirada a la evidencia de los datos y la investigación) llevan ya algunos años dejando girones de piel de profundo y dramático impacto en las relaciones interpersonales entre chicos y chicas cuando ronda, crece y se expande la necesidad fisiológica y psicológica por descubrir las claves de esa desazón que mueve y conmueve su mente, su alma. Y su cuerpo, claro.
El momento es el que es. A las ideas ya reseñadas de mundo hipersexualizado, sexualización de la infancia y banalización de las conductas sexuales violentas y de riesgo, contribuyen sin duda contenidos televisivos que son mostrados sin ningún tipo de filtro, envueltos en el celofán de éxito fácil basado en mostrar los cuerpos, trivializar las relaciones y arrinconar la mente y el corazón. “Islas cargadas de tentaciones”, hombres y mujeres que giran en torno a “tronismos” y “viceversas” se convierten en escaparates de la zafiedad y el burdo espectáculo. Añadamos a este cóctel al que acceden nuestros preadolescentes y adolescentes (aunque no solo, claro) la penúltima moda que ha saltado a la luz y que será fuente de numerosos y turbadores procesos de imitación. Sin más.
El fenómeno “Only fans”. Aprovechando un titular de un programa de TV integrado en la emisión de una nueva serie sobre adolescentes, educación y centros educativos, ¿quién educa a quién?, debemos plantearnos esta pregunta con seriedad. ¿Lo hacemos nosotros, los adultos? ¿Aun con dudas y temores? ¿O preferimos que se informen sin más en los turbios contenidos porno de la red? “Este es el contexto. Tenemos que actuar. Y existen muchas fórmulas, adaptadas, sin duda a valores, singularidades, modos de ver la vida y la sexualidad. Pero no parece razonable permanecer aislados de esta realidad”.
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