9 de enero de 2012

LA TERAPIA DE APOYO FAMILIAR EN LOS CENTROS DE ESTIMULACIÓN TEMPRANA


LA TERAPIA DE APOYO FAMILIAR EN LOS CENTROS DE ESTIMULACIÓN TEMPRANA


José Antonio Luengo
Publicado en la revista Polibea, año 1994, nº 30.

 
Una de las características del trabajo psicológico en los servicios de estimulación temprana es aquel que marca como objetivo fundamental el apoyo a la familia que, a consecuencia del diagnóstico a que ha sido sometido su hijo recién nacido o de corta edad (minusvalía establecida o elevado riesgo de padecerla a corto/medio plazo), se ve envuelta en un proceso en el que el carácter terapéutico que impregna la atención al niño se convierte en el auténtico parámetro sobre el que gira el clima relacional que se establece entre aquel y el propio entorno familiar (entiéndase éste como un sistema, como una red vincular que une a los miembros de una familiar manteniéndoles en interacción y relación dinámica –Kornbilit ’84-).

Variados son los enfoques y planteamientos en los que vienen asentándose las actuaciones concretas de los departamentos de psicología en los Servicios anteriormente citados. Sin embargo, es sumamente extraño encontrar, en el momento presente, intervenciones que, centradas en la atención exclusiva de los aspectos relacionados con el diagnóstico y acción habilitadora del niño afectado, ven decantado su trabajo con la familia a tareas de información y asesoramiento sobre las circunstancias de desarrollo y terapéuticas en las que se ve inmerso aquel. Nuestra orientación se sitúa en un esquema que intenta aglutinar, desde una óptica ecléctica y flexible, aquellas fórmulas que devienen de lineamientos diagnósticos y terapéuticos suficientemente contrastados, pero, fundamentalmente, de los que pueden enmarcarse en el enfoque de carácter ”sistémico” y en la denominada “Terapia centrada en el Cliente”.

1.- Por un lado, la valoración del enfoque ecosistémico nos permite advertir un planteamiento teórico-práctico en el que la familiar (en el caso que nos ocupa, la familia del niño afectado por algún tipo de minusvalía o con los factores de riesgo determinantes en las primeras edades) es contemplada como una red de comunicaciones entrelazadas y en las que todos los miembros, desde el más pequeño al mayor, influyen en la naturaleza del sistema, al tiempo que todos, a su vez, se ven afectados por el propio sistema (Jackson ’68). Este “complejo de elementos en interacción” (Von Bertalanffy ’76) ha de ser considerado en toda su dimensión conceptual y experiencial en cualquier intento de abordaje de situaciones de perturbación significativa generadas por el nacimiento de un niño con algún tipo de afectación y el “peregrinaje” que suele derivarse en consecuencia.

Desde que en el año 1949, Hill propusiera su modelo para el análisis de las situaciones críticas provocadas por la separación y posterior reunión del grupo familiar como secuela de la guerra, varios han sido los autores que, sirviéndose de este paradigma explicativo, han intentado generalizarlo a otras coyunturas turbulentas y tensionantes. Hill argumentaba que el análisis de las situaciones familiares originadas por el conflicto bélico debía tener en cuenta varios factores. A saber, el HECHO en sí y las penas vinculadas con él, los recursos para enfrentarse a la crisis puestos en funcionamiento por el sistema familiar, la DEFINCIÓN del hecho elaborada por éste y la CRISIS en sí, como elemento terminal de la secuencia. En 1973, Burr, ampliando la óptica del problema planteado y estudiado por Hill, incorpora dos aspectos más en este proceso desencadenado: la VULNERABILIDAD de la familia y el PODER REGENERATIVO de la misma tras los acontecimientos desequilibradores “no ordinarios”.

Nuestra experiencia en el campo de atención al que nos venimos refiriendo encuentra un fácil acomodo en una perspectiva global que desentraña el complicado proceso derivado a partir de la determinación del “Trastorno del desarrollo” o “Riesgo de afectación” en el nuevo miembro de la familia. Es en este momento, justo cuando el desequilibrio echa sus incipientes raíces en la dinámica del entorno que envuelve al niño, cuando la tensión y la perturbación aparecen añadidas y sobredimensionadas a una situación (el “normal” nacimiento de un hijo) que ya en sí misma genera habitualmente sensibles transiciones y modificaciones en la organización del sistema. Sin embargo, a diferencia del carácter ordinariamente constructivo de este tipo de conflictos, aquellos que se derivan del dolor y entumecimiento emocionales, del aturdimiento anímico, del desconocimiento y la incomprensión, de la “irrealidad” de lo “irremediable”, no esbozan, en sus primeros escarceos, sino transformaciones desadaptadas, conflictos disfuncionales y, con frecuencia, impactos “invalidantes”.

Situados en este ámbito conceptual, no escapa a una observación lógica la relevancia de arbitrar cauces de actuación holísticos que, inmersos en análisis estructurales profundos de carácter sistémico, procuren viabilizar opciones y “lecturas” adaptativas y reequilibradoras en el contexto cercano al niño afectado. Ligado a las ya establecidas o posibles maduropatías del recién nacido, el parámetro “enfermedad”, convertido en “hecho tensionante” para el entorno familiar, provoca un estado de “crisis” (internas y en su relación con “el exterior”) cuyas manifestaciones cuanti y cualitativas dependerán sensiblemente de la DEFINICIÓN y el SENTIMIENTO ATRIBUIDO a la situación en sí, a su dimensión y características, a su naturaleza y significatividad. En palabras  de Analía Kornblit (’84), lo que resalta de esta conceptualización es que la tensión y, especialmente, la crisis, no son concebidas como inherentes al hecho penoso en sí, sino como resultantes de la definición que la familia haga del hecho, lo que le otorga su sentido, que a su vez configurará la magnitud de la tensión y el estilo de respuesta propio de la familia en cuestión.

Los mecanismos de intervención terapéutica de apoyo al sistema familiar, se antojan, a partir de este esquema, absolutamente imprescindibles, derivándose de una visión global del problema sobre el que incidir y considerando la relevancia del proceso de definición del hecho perturbador por parte de la familia, a fin de “andamiar” y facilitar a ésta estrategias de autoanálisis, y valoración de los recursos y mecanismos de defensa con los que puede contar, de sus modos y maneras de responder a los conflictos habituales que el devenir cotidiano conlleva, dado cauce, en definitiva, a toda una suerte de vías cognitivas y emocionales que, normalmente presentes en el propio sistema familiar, encuentran series dificultades para emerger en situaciones de tan elevada “perturbación” como las que estamos considerando.

Sin embargo, la pertinencia del enfoque ecosistémico en el análisis y valoración de situaciones como las descritas no debe minimizar, desde nuestro punto de vista, la relevancia de todo un nutrido conjunto de opciones terapéuticas que, tamizadas por el ya aludido marco ecléctico en el que nos posicionamos, pueden ser puestas al servicio del “apoyo psicológico” en cada caso, en cada problemática, en cada “crisis” abordada, partiendo de su propia singularidad y características definitorias.

Así desde las específicas estrategias de acción de carácter sistémico (asociación, reestructuración…) sobre la familia en su totalidad, sobre alguno de los subsistemas, sobre un miembro significativo de aquella, o bien, planteando una actuación terapéutica alternante, nuestro paradigma genérico de intervención en estos ámbitos puede recoger diversos enfoque o modelos asentados en el abanico psicoterapéutico básico, como por ejemplo, el emotivo-racionalista de Ellis o los preceptivo fenomenológicos de Kelly (Teoría de los constructos personales), o Rogers (terapia centrada en el cliente).

2.- Es acerca de este último enfoque sobre el que realizaremos una serie de consideraciones relativas a su adecuación a los procesos evaluativos y psicoterapéuticos implicados en nuestra experiencia de trabajo. El planteamiento terapéutico denominado “Terapia centrada en el Cliente” (anteriormente “Terapia no directiva”)  está representado por las obras de su inspirador Carl R. Rogers. Partiendo de fundamentos y conceptos como la “naturaleza del hombre”, la “orientación filosófica del consejero o terapeuta” y  desarrollando sus teorías sobre la “ personalidad”, las “relaciones interpersonales”, el “funcionamiento íntegro de la persona” y “de la terapia y el cambio de personalidad”, Rogers nos plantea una óptica del “counseling” en la que “lo esencial es que vaya cambiando la forma en que el cliente percibe los objetos de su mundo fenomenológico, sus experiencias, sus sensaciones, su yo, las demás personas, su entorno…” (Rogers, ’51) y enfatiza, citando a Snygg y Combs, con la definición de psicoterapia desde el punto de vista fenomenológico como la relación que proporciona las experiencias necesarias mediante las cuales el individuo es capaz de diferenciar con mayor exactitud su yo fenomenológico, su yo perceptivo y sus relaciones con el mundo, la realidad exterior.

Las posibilidades de adecuación de un enfoque de estas características al proceso terapéutico iniciado en alguno de los ámbitos de posible actuación anteriormente citados, fundamentalmente el que hace referencia al “apoyo psicológico” a miembros significativos del sistema familiar –padre, madre o ambos-, se sitúan, a nuestro entender, a un nivel elevado y conceptualmente próximo. Esta consideración genérica resulta más comprensible cuando Rogers describe las características que, según su planteamiento teórico, ha de poseer el terapeuta en su relación con el cliente: Aceptación, Congruencia, Comprensión y Capacidad para saber comunicar estas características. “Quiero aceptar plenamente estos sentimientos suyos y espero que mis propios sentimientos reales pasen a través de los suyos con tanta claridad que no pueda dejar de percibirlos. Pero sobre todo, deseo que encuentre en mí una persona real. No pretendo ser tan difícil como para que mis sentimientos sean “terapéuticos” por sí mismos. Lo que soy y lo que siente es suficientemente bueno como para constituir las bases de la terapia, si puedo expresarlo a él con toda claridad. De esta manera, él podrá ser lo que es, abiertamente, sin miedo” (Rogers ’64).

Si recordamos y resumimos con brevedad la situación en la que suele encontrarse el terapeuta en un Servicio de Psicología de un Centro de Estimulación Temprana, observaremos la secuencia de circunstancias sobre las que, de una manera genérica, se han ido detallando determinados “momentos”. El diagnóstico de un trastorno del desarrollo en el recién nacido o infante (“hecho tensionante o perturbador”) provoca un estado de desequilibrio importante en todo el sistema familiar. La “definición” que éste hace de lo acontecido, el sentido que atribuye al hecho en sí determina la magnitud del estado de crisis, manifestada por un determinado “clima emocional” intrasistémico, la existencia de conflictos interpersonales y, en general, un cierto grado de desorganización del propio sistema, amén de frecuentes alteraciones en las comunicaciones de éste con el exterior. El concepto “enfermedad” que, en apariencia, se halla ligado al nuevo miembro de la familia, es, en realidad, consustancial a ésta como sistema. En tales circunstancias, el técnico se enfrenta a la tarea de precisar, mediante el análisis de la situación, cuáles son los mecanismos de interacción que empiezan o vienen ya operando entre los diferentes miembros que conforman la estructura aludida, la “lectura” y definición del problema que se ha manejado o maneja y los indicadores de disfunción, desajuste o desorganización que pueden evidenciarse. Representa o deben representar tarea del técnico determinar el “momento” en que el sistema familiar se encuentra en la cadena de elaboración de un conflicto de semejantes características, detectar elementos positivos sobre los que poder iniciar su trabajo de “apoyo” y, en fin, establecer un plan que permita establecer medidas de ajuste y equilibración en el ámbito con el que actúa. Ya se ha comentado sobre la relevancia de las técnicas de naturaleza sistémica en el análisis de casos; también se ha hecho referencia a que este mismo tipo de planteamiento ofrece técnicas de abordaje suficientemente útiles y contrastadas. Sin embargo, para la problemática en cuestión encontramos una virtualidad significativa en el enfoque Rogeriano, con todas las matizaciones que puedan hacerse por su propia evolución como modelo terapéutico. Su filosofía, enfoque y estrategias aportan interesantes ingredientes a las necesidades que delimita un proceso de “apoyo psicológico” de las características del que nos ocupa. Facilitan esquemas de trabajo congruentes y, fundamentalmente, sumamente engarzables con la intervención global que desde un Centro de Estimulación Temprana han de abordarse en los aspectos referentes al proceso de apoyo al sistema familiar en su conjunto y de subsistemas o miembros relevantes del mismo.

Resumiendo los pasos propuestos por Rogers en su “relato terapéutico”, puede aclararse la adecuación y adaptabilidad del enfoque a nuestra experiencia:
·         Liberación de sentimientos.
·         Cambio en el modo de experimentar el mundo y el yo.
·         Paso de la incongruencia a la congruencia.
·         Cambio cualitativo y cuantitativo del deseo y capacidad del individuo para comunicarse consigo mismo en un clima receptivo.
·         Pérdida de los mapas cognitivos de la experiencia.
·         Cambio en las relaciones del individuo con sus problemas.
·         Cambio en el modo de relacionarse el individuo con los otros.

Este conjunto de reflexiones sobre la filosofía que, a nuestro entender, puede encauzar cualquier programa de intervención en los Centros de Estimulación Temprana (sentido de globalidad, ausencia de esquemas compartimentados y alejamiento de posiciones orientadas con exclusividad al tratamiento y habilitación, por parte de “especialistas”, del niño afectado), y sobre algunos de los enfoques de evaluación, interpretación y abordaje de las situaciones de desorganización y desestabilización familiar, de sus subsistemas y miembros, no pretende, en absoluto, desdeñar ni “olvidar” otros planteamientos, otras perspectivas de actuación. Muy al contrario, aun apreciando en su justa medida la “utilidad” de las “ópticas” somera y sencillamente esbozadas, mantenemos un profundo respeto por todas aquellas que resulten de interés para los muchos profesionales inmersos en marcos de acción profesional como sobre el que hemos venido aportando consideraciones.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

Entrada destacada

El acoso escolar y la convivencia en los centros educativos. Guía para las familias y el profesorado

Accede a la publicación

La ternura en la educación, la magia de enseñar cada día...

Vistas de página en total

Datos personales

Mi foto
José Antonio Luengo Latorre es Catedrático de Enseñanza Secundaria de la especialidad de Orientación Educativa. Es Decano-Presidente del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid y Vicepresidente primero del Consejo General de la Psicología de España. Licenciado en Psicología. Habilitado como Psicólogo Sanitario por la CM y experto en Psicología Educativa y en Psicología de la actividad física y del deporte (Acreditación del Consejo General de la Psicología de España).. Desde octubre de 2002, ocupó el cargo de Secretario General de la Oficina del Defensor Menor en la Comunidad de Madrid y desde julio de 2010 fue el Jefe del Gabinete Técnico del Defensor del Menor, hasta la supresión de la Institución, en junio de 2012. Ha sido profesor asociado de la Facultad de Educación de la UCM y de la UCJC. Es profesor invitado en la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid. En la actualidad es psicólogo de la Unidad de Convivencia. Coordinador del Equipo de apoyo socioemocional, dependiente de la Subdirección General de Inspección Educativa de la Consejería de Educación de la CM. Twitter: @jaluengolatorre

Buscar este blog

Archivo del blog

Seguidores

Vídeo de saludo del Blog

Qué significa hacer algo como una niña

Actitud

Perfil en Linkedin